miércoles, 9 de julio de 2014
La Procesión De Las Animas.
Una
vez hubo en la Villa una mujer de éstas que averiguaba a vida de
todo el mundo y espiaba de noche, protegida por la oscuridad, para
saber las andanzas de la gente. A cualquier hora que se pasara, tarde
de la noche, por su calle, era casi seguro que ahí, detrás de
alguna puerta o escondida en alguna sombra, estaba ella observando.
Su fama llegó a ser tan grande, que la llamaban "María
Chismosa".
Una
noche, como a las doce, estaba ella, como de costumbre, con una
puerta “entrejusta”, esperando que algo se moviera o algo pasara
por allí, cuando oyó un murmullo como de voces lejanas que luego le
parecieron rezos. Miró por la rendija de la puerta y vio que por
toda la calle abajo venía un gentío con luces encendidas.
Un
nietecito suyo comenzó a llorar en ese momento y para consolarlo fue
a su cunita, lo cogió cargado y volvió a la puerta; la abrió un
poquito más para ver mejor y pudo apreciar que una gran procesión,
venía caminando también por los portales. Notó que todos venían
alumbrando; no había una sola persona que no trajera su vela
encendida. Ya llegaban frente a su puerta. Iban rezando el rosario.
De pronto una de las “alumbrantes” le entregó una vela grande
encendida, que ella tomó con la mano izquierda que le quedaba libre.
La misteriosa procesión siguió adelante y cuando "María
Chismosa" apagó la vela se dio cuenta de que era muy dura y que
no era enteramente redonda y tenía protuberancias en los extremos.
Trató de prender la vela y no pudo. Comprobó que no tenía mecha y
empezó a temblar de miedo. Ensendio luz y “¡Jesús, Ave María
Purísima!”, exclamó, “es una canilla de muerto lo que me han
dado”. Presa de terror llamó a la vecina y le mostró la tibia
macabra; y enseguida se pusieron a rezar.
“Esas
fueron las ánimas” convinieron las dos. La vecina le aconsejó que
fuera a ver al cura y así lo hizo muy temprano en la mañana. El
Cura después de oír la historia de "María Chismosa" le
dijo que se había salvado porque tenía el niño en los brazos y le
aconsejó entonces que otra noche, cuando volviera a pasar la
procesión, le devolviera a un ánima el hueso de muerto, pero que
tuviera el niño en los brazos.
Así
lo hizo una noche que volvió a pasar, a la misma hora, la procesión
macabra. Le entregó la tibia de muerto a la primera ánima que pasó
y ésta, volviéndose hacia ella y dejándole ver su cara descarnada,
le dijo moviendo en horrorosa mueca los huesos de su boca: “Te has
salvado por cargar en tus brazos un niño inocente, María Chismosa.
Quédate en tu casa y no averigües más la vida ajena”.
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