viernes, 11 de julio de 2014
El Infernal Aparecido
En
épocas pasadas, la vinculación comercial de los pueblos de la
sierra con los de la costa peruana, se hacía mediante vías
improvisadas abiertas al tránsito, caminos de herraduras por donde
viajaban los arrieros con sus acémilas cargadas de mercancías y
demás productos.
En
estos caminos, hoy convertidos en afirmadas carreteras y debidamente
asfaltadas para facilitar los viajes de vehículos, los antiguos
caminantes transitaban días para llegar a la costa; generalmente, el
viaje lo realizaban en horas de noche para gozar del frescor del
clima o verse favorecidos por la luz de la luna. Se cuenta que a la
vera del camino que conduce de Ascope (a 2 horas de la ciudad de
Trujillo) a el pueblo de San Benito, se levanta un caprichoso risco
de amorfa geometría, bordeado por barrancos y por otros cerros que
le circundan, dándole aspecto de tétrica soledad; este lugar se
hizo célebre entre los caminantes de pasadas épocas por el encanto
que ese montículo encerraba.
Era
común oír a los viajeros que contaban como entre las sombras, a la
luz de los luceros, veían la enorme figura de un macho cabrío; su
forma, su color y demás señales extrahumanas, producían terror, un
terror que se hacía más intenso al escuchar el siniestro balido del
aparecido, que se extendía por la hondonada del silencio y los
cerros repetían el eco, dando una sensación tétrica, sombría y de
terror.
Esta
aparición era frecuente en las noches oscuras, y cada vez que los
viajeros cruzaban el sendero la sombra desaparecía súbitamente en
la horrenda y misteriosa peña como si la oscuridad la hubiera
llevado a través del viento en el instante en que en la lejanía se
escuchaba el canto del gallo, anunciando la presencia del Creador.
Mucho
tiempo se repitió esta terrorífica aparición, y la noticia
extendida entre los lugareños, creó el terror. Para aliviar el
miedo y salvarse de la influencia maligna del aparecido, los
moradores realizaban sus viajes calculando pasar por el lugar antes
de la hora de su aparición, o esperaban los albores de la madrugada.
Solamente a esas horas, se libraban de ver y escuchar ese maléfico
ser.
Tan
común se hizo ese sobrehumano acontecimiento, que les era familiar
escuchar diariamente las misteriosas hazañas del diabólico
aparecido.
Para
combatir su fatal influencia los lugareños recurrieron a diversos
medios, pues según las versiones del común de las gentes se trataba
del demonio que, tomando la figura de un macho cabrío, se les
presentaba a quienes transitaban por aquel lugar a aquellas horas de
la noche.
Un
día, dedicado al culto para ofrecer a Dios su ferviente devoción,
los habitantes de los pueblos comarcanos peregrinaron al lugar del
misterioso encanto, llevaban consigo sus imágenes y hasta el
sacerdote del lugar acudió para exorcizar el peñón, refugio de la
maligna figura cuya aparición se producía cada noche. Se realizaron
actos rituales, sacrificios de todo orden y invocaciones al Supremo
Hacedor para que, con su rayo divino, terminara con la siniestra
figura y con el terror de los habitantes de los pueblos cercanos a
ese lugar.
Estimado
lector, cuando vayas hacia San Benito, distrito de la provincia de
Contumazá, siguiendo la ruta de Ascope, hallarás a la vera de la
carretera, sobre un montículo de piedra, una cruz de madera roída
por el tiempo, que colocada por los creyentes de Dios señala que
allí, o muy cerca, aparecía la figura del macho cabrío, diabólica
imagen que noche tras noche, mediado las doce, destapaba su
horripilante efigie y lanzaba su tétrico balido que se extendía por
la lejanía del silencio y que el eco repetía en el solitario
paraje.
Desde
que se colocó la cruz, bandera de la fe cristiana, no volvió a
presentarse aquella imagen, y los viajeros, llenos de seguridad,
volvieron a su acostumbrada actividad sin el peligro de hallarse con
la horrenda figura del diabólico aparecido.
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