miércoles, 11 de diciembre de 2013
Gaueko, El Señor De La Noche
Aunque el folclore vasco resulta muy abundante en genios
nocturnos, hay uno que sobresale por encima de los demás, constituyendo casi
una personificación de la noche misma en lo que tiene de mágica y peligrosa. Es
el Gaueko (literalmente “El de la Noche”), misterioso señor de la oscuridad,
anónimo monarca de las sombras.
Desde la medianoche hasta el amanecer el mundo le pertenece,
de la misma manera que durante el día pertenece al ser humano. Mientras transcurren
estas horas, los mortales no deben abandonar la seguridad del caserío, allí
donde alcanza el calor del fuego y el influjo protector de los antepasados. A
quienes transgreden este reparto tradicional, Gaueko los castiga de forma
ejemplar, sobre todo si se muestran irrespetuosos y fanfarrones.
Las historias sobre el Gaueko consisten casi siempre en la
narración de un secuestro sobrenatural. Él se manifiesta como una presencia
invisible, a veces anunciada por una ráfaga de aire que trae una advertencia.
En otras ocasiones, adopta forma de animal (una vaca o, incluso, un león) o
envía en su nombre a otros seres sobrenaturales, como las brujas, los Gentiles
o el Basajaun. La víctima, por su parte, suele ser una muchacha que desaparece
en la oscuridad para no regresar jamás.
Cuentan, por ejemplo, que hace tiempo, una hilandera que
todas las noches se reunía con otras compañeras en un caserío de Ataun apostó
con estas a que iría a por agua hasta una fuente cercana. Desde el portal de la
casa, la vieron partir y adentrarse en el bosque. A cada paso le oían gritar
por dónde iba, hasta que ya no oyeron nada más. Una ráfaga de viento trajo
entonces las siguientes palabras: “¡La noche para Gaueko y el día para el
día!”. De la muchacha nunca más se volvió a saber.
Otra joven, esta de Oiartzun, desapareció también mientras
iba de noche a la fuente. Su familia esperó y esperó, hasta que, de repente, un
estruendo metálico descendió por la chimenea: se trataba del caldero que había
llevado la muchacha, al cual siguieron unas gotas de sangre. De ella nunca más
se supo.
Parecida suerte corrió Catalina, una joven del caserío de
Elaunde (en Berástegui), que una noche se puso a hilar junto a una ventana
abierta, bañada por la luz de la luna. De súbito, apareció al otro lado una
partida de gentiles, que la arrancaron de la silla y escaparon con ella hacia
una sima cercana mientras gritaban: “La noche para Gaueko y el día para el de
día; Catalina de Elaunde para nosotros”.
Un carbonero de Eskoriatza se tropezó una noche con una vaca
que le bloqueaba el camino. Era el Gaueko o alguno de sus enviados. Por dos
veces, el carbonero le pidió a la vaca que se apartase. A la tercera, esta se
irguió y, mirándole fijamente, dijo: “La noche para los de la noche y el día
para los del día”. El carbonero, más afortunado que las muchachas, pudo volver
a casa y contar lo que le había sucedido, aunque nunca más quiso regresar a la
montaña.
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