La tradición hace de San Genaro un obispo de Benevento martirizado en Puzola, en el 305 después de Cristo, bajo el reino de Diocleciano. Dado que las bestias salvajes que debían devorarlo lo respetaron, sus verdugos debieron decapitarlo. Un poco de su sangre la habría recogido su nodriza y conservada en dos ampollas. Una parte de su cuerpo, la cabeza y las ampollas habrían sido llevadas a Nápoles.
El milagro y la política
La primera licuefacción de su sangre registrada por un cronista tuvo lugar a fines del siglo XIV en 1389 y la primera aparición del milagro parece remontarse a 1337 solamente. Este carácter tardío es compensado por la regularidad con la que el acontecimiento se produce después: cada sábado anterior al primer domingo de mayo (aniversario de la transferencia de las reliquias a las catacumbas de Capodimonte) y el 19 de septiembre, día aniversario de la muerte del santo. Sin embargo, la sangre no se licua en vísperas de o durante calamidades públicas; singularidad que hace de esta reliquia un caso particular, una especie de detonante para las revueltas del pueblo que ve en la ausencia del milagro el anuncio de una desaprobación del santo o la señal de una inminente catástrofe. Esto explica la atención prestada al fenómeno por las autoridades en ejercicio.
Por ejemplo, el milagro no se produjo en 1527, durante el saqueo de Roma por el condestable de Borbón. En 1702, la sangre se licua a medias cuando Felipe V de España toma posesión de la corona de las dos Sicilias. Durante la guerra de la Sucesión de España (1701-1713) mientras los franceses ocupaban Nápoles, tuvieron que amenazar discretamente de colgar al arzobispo para que el milagro ocurriera. En abril de 1799, los franceses se han establecido nuevamente en Nápoles y el pueblo se agita; el gobierno local intenta provocar, por esa vez, el milagro en el mes de abril, es decir, fuera de las fechas habituales. La licuefacción tarda y el cardenal Zurlo se ve de pronto amenazado por una pistola disimulada por el chaleco del presidente del gobierno napolitano.
Nuevamente, la amenaza de muerte provoca su efecto y el contenido de la ampolla cambia de aspecto. El pueblo ve en el hecho la adhesión de San Genaro a la Revolución. A la inversa, el santo se enfurruña con el Papa Pío IX, que vino a asistir al milagro de la licuefacción en 1849.
La guerra de las reliquias en la Edad Media
El Dios medieval es lejano y los hombres se vuelven hacia los santos para que les sirvan de intermediarios y los protejan. Sus reliquias adquieren la mayor importancia para los establecimientos religiosos, que se disputan, a veces ferozmente, su posesión. Se establecen tratos con las autoridades de Roma para obtener trozos de mártires. Sin embargo, algunos establecimientos prefieren recurrir a mercaderes profesionales que se hacen pagar muy caro y venden un poco cualquier cosa. Otros religiosos no dudan en robar reliquias en las iglesias y tumbas romanas o en conventos rivales. Extrañamente, las autoridades consideran estos robos como acciones piadosas inspiradas por Dios. Sin embargo, incluso cuando un monasterio o una abadía tienen finalmente sus preciadas reliquias, no se encuentran al abrigo de la envidia de los otros, que hacen correr entonces el rumor que son falsas, lo que, teniendo en cuenta la cantidad, es a menudo la triste realidad...
¿Una mezcla química explicable?
La explicación del regreso periódico de la sangre de San Genaro al estado fluido sigue hoy en día muy incierta. Cada cual puede ver, según sus convicciones, ya sea un auténtico milagro, ya la utilización de un producto que reaccionaría con la apertura de una válvula que dejara entrar el aire en el relicario.
En cambio los parasicólogos hablan de la energía de las masas, lo que es bastante poco convincente, ya que cada vez que se ha reparado el relicario, el orfebre ha constatado una licuefacción espontánea. Análisis espectroscópicos llevados a cabo en 1902, y luego en 1989, confirmaron la presencia de hemoglobina. Lo que no significa que sólo haya sangre en las ampollas... En 1991, tres investigadores de la universidad de Pavía reprodujeron el milagro gracias a una solución gelatinosa sensible a los movimientos mecánicos, y compuesta siguiendo los métodos y medios disponibles en la Edad Media. Sin embargo, si la transformación es el resultado de un subterfugio reproducible a voluntad, ¿por qué no se licuó en 1976 la sangre del santo a pesar de ocho días de invocaciones y de "manifestaciones" diversas? Será imposible averiguar la realidad mientras los napolitanos se nieguen a permitir que las preciosas ampollas, selladas desde el siglo XIV, sean abiertas y su contenido analizado. Sin embargo, el estado mismo de las ampollas, que vuelve la operación sumamente delicada, y, quizás, la legitima prudencia de la iglesia, que aunque no ha reconocido jamás el milagro, tampoco lo ha negado nunca convierten la operación en muy hipotética.
Otro caso de licuefacción
Además de la sangre de San Genaro, existen otros casos de licuefacción post-mortem de la sangre en la historia cristiana. El mejor documentado es el caso del padre Charbel, un monje maronita muerto el 24 de diciembre de 1898 en el Líbano.
El 15 de abril del año siguiente, la tumba fue reabierta, el cuerpo se encontraba en perfecto estado, un líquido rojo acuoso rezumaba en la superficie. Un año después del deceso, el cadáver, todavía fresco, es eviscerado. Sin embargo, el escurrimiento continúa. En 1900, el cuerpo es expuesto en vano durante seis meses al sol para desecarlo. El rezumado es constatado sin discontinuidad hasta 1927, año en que el cuerpo es puesto en un ataúd de madera recubierto de cinc. En 1950, éste es abierto y se descubre que el fenómeno aún persiste. Se decide entonces una investigación canónica. En 1952, el cadáver es nuevamente expuesto al público, dejando siempre escapar una mezcla de sangre y agua. Un médico calcula que en 54 años el cuerpo ha dejado salir como mínimo... 20 litros de líquido. Discretamente, desde su Líbano natal, el padre Charbel parece haber sido objeto de una manifestación que bien se asemeja a un milagro.
Algunas reliquias inverosímiles...
La importancia de la religión en la vida de la gente del pueblo en la Edad Media explica y, de alguna manera, excusa la creación más o menos voluntaria de falsas reliquias. Muchos religiosos prefieren ver a Dios y a sus santos alabados por intermedio de reliquias que saben dudosas (como huesos de animales) antes que no lo sean del todo.
Reliquias en abundancia. En 1982, una investigación del diario italiano La Repubblica determina que existen diez cráneos de San Juan Bautista, dieciocho brazos del apóstol Santiago y con qué reconstituir una veintena de esqueletos de San Jorge, todo reconocido como auténtico por la iglesia. Por otra parte, se cuentan más de 1.150 lugares que abrigan uno o varios trozos de la Santa Cruz.
Jesús. Las reliquias atribuidas a Cristo se prestan para estadísticas sorprendentes. Varias iglesias tuvieron dientes de leche del Hijo de Dios, incluso algunas de sus santas lágrimas, con recipientes conservaron su aliento y algunos establecimientos cristianos exhibían “cartas” del Salvador caidas del cielo.
José y el Espíritu Santo. El poeta protestante Agrippa d'Aubigné relata que los hugonotes quebraron, durante las guerras de Religión, en Périgueux, una ampolla que contenía... ¡un estornudo del Espíritu Santo! Sólo una pequeña iglesia cerca de Blois, en Francia, puede aún competir seriamente con esta “reliquia” con su ¡ha! de San José, exhalado mientras cortaba madera...
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