Hasta fines del siglo XIX no se sabía acerca de Creta antes de la colonización griega más que lo que sus escritores antiguos contaban. Los relatos giran en torno al Laberinto y comienzan con Dédalo, su supuesto arquitecto. Este, originario de Atenas, se vio forzado a exiliarse por haber dado muerte a su sobrina. Se refugio en Creta, donde el rey Minos, hijo de Zeus y de Europa, le pidió construir un edificio para encerrar en él al Minotauro, criatura mitad hombre, mitad toro, fruto de los amores entre la reina y un toro.
Dédalo diseña entonces el complejo laberinto cuya salida nadie puede encontrar. Por no haber complacido al rey, es encerrado allí junto a su hijo Ícaro y solamente pueden evadirse por los aires. Más tarde, cuando Minos vence a Atenas, la ciudad conquistada debe entregar en tributo siete varones jóvenes y siete doncellas cada año, las víctimas son encerradas en el Laberinto y sacrificadas al monstruo hasta el día en que el héroe Teseo mata al Minotauro. Gracias al hilo de Ariadna, hija de Minos, el vencedor puede salir sin dificultad de los inextricables corredores.
La Creta minoica
"Mar adentro, en un océano vinoso, cadete una tierra, tan bella como rica, aislada entre las olas: es la tierra de Creta, en donde viven innumerables hombres, en noventa ciudades. Entre ellas, Cnosos, gran ciudad del rey Minos, a quien el gran Zeus tomaba por confidente cada nueve años." La isla maravillosa descrita por Homero no ha decepcionado a los arqueólogos modernos. Los restos encontrados, que datan del segundo milenio antes de nuestra era, muestran una brillante civilización, que utiliza una escritura pictográfica, con una economía rica basada en el comercio con los países del entorno mediterráneo. La historia de esta civilización está marcada por brutales rupturas. Hacia el 1750 sobreviene una catástrofe que arrasa la Isla y derriba el palacio. Sin duda un terremoto. Pero Creta se pone rápidamente de pie, los palacios son reconstruidos, incluso más amplios, más complejos y más bellos. Los muros se cubren de pinturas, de frescos y pequeñas pinturas sobre cerámica que representan la vida cotidiana. Hacia el 1570, un segundo terremoto, unido a una erupción del volcán de Santorin, destruye nuevamente los palacios. Su reconstrucción, por tercera vez, es otra oportunidad para agrandarlos. La civilización minoica alcanza entonces su apogeo. Luego, hacia 1450, desaparece bruscamente. Esta vez la catástrofe no es de origen natural, sino humano: invasiones venidas de Grecia. Numerosos objetos cretenses, pruebas de un formidable botín, se encontrarán en el continente, en Micenas.
Un redescubrimiento
A partir de 1894, el arqueólogo sir Arthur Evans recorre la isla buscando huellas de este período olvidado. Bajo los restos griegos y romanos, encuentra numerosos testimonios de la civilización minoica.
A partir de 1900, Evans emprende las excavaciones en el palacio de Cnosos. Estas no tardan en dar frutos. Muy pronto, saca a luz una profusión de salas y de corredores que permiten aclarar las leyendas desde una nueva perspectiva: una arquitectura tan compleja es, sin duda alguna, el origen de los relatos mitológicos sobre el Laberinto. Además, se encuentran numerosos frescos y esculturas que representan toros. Pero, ¿por qué gozó de pronto el palacio de tan mala reputación? Quizás porque en realidad no se trataba de un palacio sino de un santuario, donde las victimas eran inmoladas, o ¿de un lugar sagrado que servía de cementerio?
¿Palacio real o gigantesco mausoleo?
En efecto, algunos arqueólogos cuestionan que este gigantesco edificio desenterrado de Cnosos fuese un palacio destinado a ser habitado. Destacan que el sitio escogido no es apropiado para un palacio: expuesto, difícil de defender, no está construido de acuerdo al espíritu de una época en la que griegos y piratas egeos efectuaban a menudo ataques en el Mediterráneo.
Además, existen pocas fuentes de agua en torno al palacio, por lo que el aprovisionamiento de agua para una gran población hubiese presentado problemas. Las salas que fueron denominadas al principio departamentos reales, debido a los objetos allí encontrados, son de hecho subterráneos húmedos, desprovistos de ventanas. Cuesta imaginarse que un soberano hubiese escogido deliberadamente instalarse allí. Por último, el palacio no posee ni cocinas ni caballerizas, lo que es inconcebible para un edificio de esta importancia.
Según el arqueólogo alemán Hans Georg Wunderlich, el palacio habría sido un inmenso mausoleo destinado a recibir a los muertos y, con toda seguridad, no fue jamás habitado. Las grandes vasijas de tierra que habrían contenido supuestamente grano o aceite, son urnas en donde se habrían conservado los cadáveres en miel.
La suerte de un símbolo: el Laberinto
Figuras naturales, señales prehistóricas. Grutas con múltiples salas y corredores, diseños naturales de ciertas conchas, circunvoluciones cerebrales o intestinos: el laberinto, podemos observarlo en muchas partes, existe en estado natural. Muy pronto el hombre reprodujo esta forma y le dio un significado simbólico y mágico. Símbolos laberínticos han sido observados desde tiempos inmemoriales en los grabados rupestres, pero la primera representación verdaderamente compleja se encuentra en una sepultura neolítica excavada tres mil años antes de nuestra era cerca de Luzzanas, en Cerdeña.
Un símbolo extendido en el mundo entero. Además del ejemplo cretense, se han encontrado laberintos en Tintagel, en Cornualles, grabados sobre megalitos que datan entre 1.800 y 1.400 años antes de nuestra era, en Tell Rifaat, en Siria, en la misma época y, algunos siglos más tarde, en Pontevedra, Galicia. Las civilizaciones griegas y luego las romanas los reprodujeron por todas partes. Existe simultáneamente en India y en América del Sur y conquistó los países nórdicos. Así es como más de 300 "trojaburg" han sido encontrados en Escandinavia. Son laberintos de entre 10 y 20 metros de diámetro dibujados en el suelo con ayuda de grandes piedras. Su construcción se extiende desde el primer milenio antes de nuestra era hasta la alta Edad Media.
El juego, la religión y la magia. El laberinto aparece enseguida en la iconografía cristiana como en el claustro de Todos los Santos en Chalons sur Mame, Francia, e incluso sobre el pavimento de la catedral de Chartres. Volvemos a encontrarlo en los jardines de los siglos XVII y XVIII, en donde el laberinto se vuelve lúdico. Hoy día, todavía los indios hopi de Nuevo México ven en él el símbolo mágico de un renacimiento espiritual. El laberinto constituye un rito de iniciación por excelencia, que conduce a un lugar central de cita, última prueba en donde el hombre se encuentra confrontado a un espejo.
Asimismo, los silos de piedra son sarcófagos y las canalizaciones una instalación que permitía llevar los fluidos necesarios para embalsamar los cuerpos. Esta seductora teoría haría del mítico Minos una figura alegórica de la muerte evidentemente temible. Tal explicación se topa con un obstáculo importante: no se han encontrado restos humanos, ni cenizas ni esqueletos entre las ruinas del edificio. Pero las excavaciones prosiguen y Cnosos nos entregará quizás algún día todos sus secretos...
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