Este carácter salvaje y el miedo que sentían por ellos sus enemigos, hicieron de los jíbaros una de las pocas tribus que sobrevivieron a la invasión de América del Sur por los europeos.
Los jíbaros
La siniestra reputación de los jíbaros no se inicia con su encuentro con los blancos, ya que incluso los incas les temían. Hacia el año 1450, el ejército de Tupac Yupanqui ataca una provincia situada en la actual frontera entre el Perú y Ecuador, al norte del río Marañón.
La fabricación de los tsantsas
Lo primero es desollar la cabeza. Para eso, el guerrero jíbaro practica una incisión vertical encima de la nuca y luego separa el cuero cabelludo del cráneo. Enseguida hierve la piel para que el pelo no se desprenda. El preparador espera que se haya reducido a la mitad, la saca del agua y la pone a secar. Después raspa cuidadosamente la superficie interior de la dermis y cose los párpados y la incisión inicial para que no quede ninguna abertura a excepción del cuello y de la boca. Sin embargo, la cabeza es aún demasiado grande. El preparador introduce por el cuello unas piedras calientes para que la cabeza no se deforme a medida que la piel se contrae. Después se queman los vellos del rostro y se amarra el cuello antes de llenarla con arena caliente por la boca, último paso en la reducción de la cabeza. La arena una vez fría, es vaciada, la piel teñida de negro y los labios cosidos. El tsantsa ya no es más grande que el puño. Toda la operación duró seis días.
Sus soldados sienten una violenta repulsión hacia aquellos indios de la selva: no sólo son feroces combatientes, sino también decapitan a los enemigos vencidos y reducen sus cabezas hasta que queden más pequeñas que sus puños. Los incas terminan por ganar la guerra, pero no logran someter completamente a los jíbaros, que se refugian en la densa selva de América del Sur. Los jíbaros son parte de un pequeño grupo de culturas lingüísticamente aisladas. Viven de la caza, de la pesca y de la recolección. La unidad social básica es la familia, en su sentido amplio: viven agrupados en una casa grande, dividida en dos partes, una de ellas reservada a los hombres y la otra a las mujeres. Esta vivienda, en sí misma una suerte de pueblo, es generalmente parte de un grupo mayor de casas, cuya cohesión se basa sobre todo en los lazos familiares. Los jíbaros son también guerreros y su sociedad igualitaria funciona con un jefe sólo en tiempo de guerra.
Pero éstas son numerosas: la etnia tiene como enemigo hereditario a los achuaras, una tribu vecina. Sin embargo, los achuaras no son suficientes para saciar los instintos sanguinarios de los jíbaros y, cuando el enemigo escasea en el exterior, se matan a veces entre sí con los pretextos más diversos, por el solo prestigio guerrero.
Los tsantsas
El gran guerrero es aquel que mata más enemigos. De cada victoria conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego reducida. Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de guerra durante las fiestas tradicionales.
Pretende, además, que el espíritu del muerto, el muisak, no vuelva para vengarse del asesino. Por ello, el guerrero que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual, destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza, cuidadosamente reducida, llamada tsantsa.
La preparación de la cabeza dura varios días y las operaciones materiales se alternan con las ceremonias mágicas. Para evitar la descomposición, la reducción empieza en el camino hacia el pueblo. Los párpados son cocidos para que el muerto no pueda ver lo que lo rodea y la piel endurecida se tiñe de negro para que su espíritu quede para siempre sumido en la oscuridad. Los huesos del cráneo son retirados previamente y los ojos y los dientes son lanzados en ofrenda a las anacondas de los ríos. Una vez que el ritual ha terminado, se hace un orificio en la parte superior de la cabeza reducida, por el que se introduce un lazo. Luego, el tsantsa es envuelto en una tela y guardado por el guerrero en una vasija de barro. Durante las fiestas, los guerreros lucen las cabezas de sus enemigos colgadas al cuello... No hay razón para temerle a la cabeza tratada, donde el muisak está encerrado para siempre.
A partir del siglo XIX, los jíbaros comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas. Los traficantes revendieron los trofeos en Europa, donde se convirtieron en curiosidades buscadas por los coleccionistas y los museos. Un tráfico de falsos tsantsas sigue, por lo demás, en pleno auge. Hoy en día las comunidades de jíbaros, nunca totalmente pacificadas por los blancos, tienen guerras periódicamente. Se dice que se han seguido reduciendo algunos muisaks, a pesar de las severas leyes ecuatorianas y peruanas sobre esta materia.
Triste suerte para los prisioneros
En diversos puntos del mundo, otras civilizaciones también han practicado la decapitación de los enemigos vencidos, sino la reducción de sus cabezas. Pero existe también otro tipo de tratamiento.
Emboscada en Grecia. Los griegos sacaban utilidades de la masacre de sus cautivos de guerra convertidos en esclavos; organizaban torneos de cacería humana, llamados criptios, para entrenar a sus jóvenes soldados. Tucídides cuenta que, en un día, 2.000 ilotas (pueblo vencido por los lacedemonios) fueron soltados por los espartanos fuera de los pueblos para ser acorralados y degollados de noche por adolescentes, sólo armados de un cuchillo, que debían permanecer escondidos durante el día.
Festín en América del Sur. Los aztecas eran grandes homicidas rituales: reservaban un fin práctico para los cautivos españoles y los indígenas aliados a Cortés. Los sacerdotes los adornaban con plumas y los obligaban a bailar frente a los ídolos antes de arrancarles el corazón en el altar. Luego, empujaban los cadáveres por las escaleras de la pirámide, donde otros sacerdotes les cortaban piernas y brazos que preparaban para el banquete. Para las fiestas del dios azteca Huizilopochtl, se sacrificaba al prisionero de guerra más joven, después de aparearlo con 4 vírgenes. Su cuerpo era luego repartido entre los sacerdotes y los nobles. En el siglo XVI, el portugués Damiâo de Coes afirma que las tribus brasileras depilan a sus prisioneros cristianos y les ofrecen mujeres a la espera de la fiesta más cercana. Durante la fiesta, el cautivo es amarrado a un palo y obligado a beber y a bailar. Después, el guerrero que lo capturó le rompe el cráneo en un simulacro de combate y luego le corta la cabeza y las manos. Las mujeres lo preparan después para el festín de los guerreros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario