París, hijo del rey de Troya, Príamo, está al origen del conflicto. Llamado a juzgar la belleza de las diosas del Olimpo, elige a Afrodita, divinidad del amor, que le promete la más bella mujer de Grecia, Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, París conquista a Helena: ésta abandona su ciudad, su marido y su hija para seguirlo. Para vengar a su hermano burlado, Agamenón, el poderoso rey de Micenas, organiza una expedición destinada a destruir Troya.
El sitio de Troya
" (...) Cada cual mandó entonces a su auriga que tuviera dispuestos el carro y los corceles junto al foso; salieron todos a pie y armados, y levantándose un inmenso vocerío antes que la aurora despuntara. Delante del foso ordenáronse los infantes y a éstos siguieron de cerca los que combatían en carros. Y el Cronida promovió entre ellos funesto tumulto y dejó caer desde el éter sanguinoso rocío, porque debía de precipitar al Hades a muchas y valerosas almas. Los teucros pusiéronse también en orden de batalla en una eminencia de la llanura, alrededor del gran Héctor (...). Armado de un escudo liso. (Héctor) llega con los primeros combatientes. Cual astro funesto, que unas veces brilla en el cielo y otras se oculta detrás de las pardas nubes, así Héctor, ya aparecía entre las delanteras, ya se mostraba entre los últimos, siempre dando órdenes y brillando como el relámpago del padre Zeus, que llena la égida (...) Agamenón, que fue el primero en arrojarse a ellas (las falanges teucras), (...) mató a Oileo (...). Este se había apeado del carro para sostener el encuentro, pero el Atrida le hundió en la frente la aguzada pica, que atravesó el casco, a pesar de ser de duro bronce, y el hueso, conmovióle el cerebro y postró al guerrero cuando contra aquél arremetía..." Homero, La Ilíada, canto XI
El relato homérico
El primer poema, La Ilíada, empieza con el relato de la cólera de Aquiles, héroe griego (hijo de un mortal y de una diosa). La guerra de Troya continuó hasta cerca de nueve años, y Agamenón acaba de apoderarse de una prisionera, Briseida, recompensa de Aquiles. Este, furioso, se retira a su tienda y rehúsa volver al combate.
No es sino a la muerte de Patroclo, su amigo más querido, muerto por el troyano Héctor, que vuelve a las armas para vengarlo. La Ilíada termina con la muerte de Héctor y los grandiosos funerales celebrados en honor de Patroclo por su amigo. El relato se organiza en una sucesión de cuadros que describen escenas de guerra. En La Odisea, historia del largo y difícil regreso de Ulises, rey de Itaca, a su patria, sabemos algo más acerca de los nueve primeros años de la guerra, y sobre todo, acerca del final del conflicto y el famoso episodio de! caballo de Troya. Los historiadores griegos del siglo V antes de Cristo, Heródoto, autor de las Historias y Tucídides, a quien debemos la Guerra del Peloponeso, aportan a la tradición homérica explicaciones históricas y políticas. Para el primero, los troyanos representan a los eternos enemigos de Grecia, es decir, a los persas o a los medos. La guerra de Troya sería entonces, según el "Padre de la Historia", una primera guerra médica. El análisis de Tucídides es más político. Para él, el conflicto descrito por Homero simboliza la primera tentativa de unión de los griegos para lanzarse a una conquista, en suma, una primera forma de imperialismo helénico. Luego, la veracidad de los poemas no es puesta en duda por los antiguos: los sucesos que describen tienen, a sus ojos, una realidad histórica.
El testimonio de la arqueología
¿Es esta realidad la de la Grecia micénica del siglo XIII antes de Cristo? Los descubrimientos arqueológicos no parecen confirmarlo. En el siglo XIX, el alemán Heinrich Schliemann, apasionado por la obra de Homero, empieza sus excavaciones en búsqueda del emplazamiento de Troya. No descubre sino una pequeña aldea, bautizada por los arqueólogos con él nombre de Troya VII según el orden de las capas arqueológicas. El yacimiento data de períodos anteriores a los de la supuesta guerra y los vestigios lo muestran tan pequeño y pobre que no se comprende por qué los griegos habrían levantado semejante ejército en su contra. Más aún, cuando las excavaciones efectuadas en Micenas, la ciudad del rey Agamenón, revelan, por el contrario, abundantes tesoros. Luego, la hipótesis de una incursión contra Troya con el objetivo de obtener un botín no puede sostenerse. En cambio, en 1953, un descubrimiento capital abre el camino a otra interpretación de la guerra. Ese año se descifra la escritura, bautizada lineal B. de las tablillas encontradas en las ruinas del palacio de Cnosos en Creta y en Pylos, en el Peloponeso, que muestran que se trata de la misma lengua: una forma primitiva de griego. Esto significa que existió realmente una expansión del poderío helénico. Así, la hipótesis de un rey de Micenas suficientemente poderoso para formar semejante coalición y conducirla tan lejos es históricamente fundada. Historiadores y arqueólogos se apasionan con el debate. Para algunos, Homero describió efectivamente la situación política del siglo XIII antes de Cristo. En cambio, según otros, los evidentes anacronismos contenidos en el texto épico corresponden a las condiciones de vida de la sociedad en la que vivía el aedo, es decir, al siglo VIII.
Una expedición pequeñísima...
Lo seguro es que la Troya de Homero no tiene nada que ver con la pobre aldea descubierta sobre la costa turca. Además, la destrucción de la ciudad troyana no corresponde cronológicamente al período de grandeza de los palacios micénicos. Finalmente, los vestigios de éstos no se parecen a las descripciones que hace Homero. ¿Habría que concluir que los relatos homéricos no tienen ninguna realidad histórica y que la famosa guerra no existió? Un gran historiador, M. I. Finley hizo avanzar el debate en un sentido determinante.
En su obra El Mundo de Ulises , afirma que no es ni en el mundo micénico (siglo XIII) ni en el de las ciudades del período arcaico (siglos VIII-VI) donde hay que buscar la inspiración o el modelo homérico. La sociedad descrita en La Ilíada y La Odisea seria la de los tiempos oscuros de la historia griega, el período que separa la caída de Micenas del nacimiento de las ciudades-estado.
Los investigadores de hoy van más lejos y distinguen tres niveles de lectura en los textos homéricos. Por una parte, se trata de una obra poética de ficción que escapa por esta razón a la interpretación histórica.
Por otra parte, el aedo se refiere efectivamente a tiempos míticos lejanos, los de la edad de oro del poderío micénico. Pero los detalles de la sociedad que describe, es este el tercer nivel de lectura posible, son en realidad los de su tiempo,
Así, sí en verdad hubo una expedición helénica en Asia, seguramente no fue de la amplitud de la legendaria guerra de Troya: pero el alcance y la importancia del suceso fueron magnificados posteriormente. Quizás justamente, como lo decía Tucídides, porque esta empresa fue una acción en común de los griegos contra otro pueblo.
La posteridad literaria de la guerra de Troya
Los héroes de la guerra de Troya sirvieron de modelos y de inspiración a numerosas obras.
El teatro antiguo. Los trágicos griegos, Esquilo, Sófocles y Eurípides, trataron a los personajes y los episodios de manera muy personal. Así, tanto la partida del ejército aqueo hacia Troya y la inmolación de la hija del rey Agamenón, Ifigenia, que permitió a la flota obtener vientos favorables, como el regreso de Agamenón, después de diez años de guerra y su asesinato por su esposa Clitemnestra, tienen versiones muy diversas.
El teatro clásico francés. Numerosos escritores del siglo XVII retoman los temas desarrollados por las tragedias griegas. Jean Racine consagró una obra a la difícil partida de la expedición contra Troya: Ifigenia. Se dedica al personaje de Agamenón, obligado a escoger entre su hija y la continuación de una guerra que él mismo suscitó. Los deberes del rey prevalecen sobre sus sentimientos de padre, y Agamenón acepta el sacrificio de su hija.
En el siglo XX. Algunos grandes autores utilizaron estos mitos antiguos para expresar sentimientos absolutamente contemporáneos. Cuando Jean Giraudoux publica La guerra de Troya no tendrá lugar, Francia está en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y la obra expresa las inquietudes y los debates que agitan a la opinión pública de la época. Asimismo, en plena Ocupación, Jean-Paul Sartre escribe Las Moscas, una obra que pone en escena el regreso de Orestes, hijo de Agamenón, venido para vengar a su padre, asesinado por los que se apoderaron del trono y "ocupan" Micenas: Clitemnestra y su amante Egisto.
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