Durante treinta años, Gerard Croiset llevó una extraña existencia como conejillo de laboratorio, curandero y consultor voluntario en los casos de desapariciones de personas, accidentales o criminales.
El "test del asiento"
Durante más de veinte años, el profesor Tenhaeff ha sometido a Gerard Croiset a un experimento específico y repetitivo destinado a demostrar sus talentos precognitivos. Se trata de adivinar de antemano quién ocupará un asiento determinado durante un encuentre público importante. Una semana antes de dicha reunión, Croiset anota sus impresiones en un papel y, luego, el día mismo y sin que haya revelado el número del asiento escogido, los espectadores se sientan donde quieren o reciben al azar las entradas numeradas. Una vez que la puerta se cierra, se lee al público la predicción del vidente. Si no ha visto nada, en general es porque el asiento está vacío. De no ser así, la mayoría de las veces su predicción es exacta e incluso llega a revelar algunos detalles de la vida privada de esta persona o a describir a sus vecinos en la sala.
Nacimiento de un detective psíquico
Los poderes paranormales de Gerard Croiset se manifiestan desde que tenía seis años de edad y se mantienen durante toda su infancia, desdichada y marcada por una salud deficiente. Después de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual es encerrado en dos oportunidades en un campo de concentración, se convence de que su talento de clarividente puede, por fin, dar algún sentido a su hasta entonces, triste vida. Un día asiste a una conferencia dada por un famoso parapsicólogo, el profesor Tenhaeff, de la Universidad de Utrecht, y le propone servirle de sujeto de experimentación. Y así comienza una asociación ininterrumpida entre ambos hombres. En marzo de 1949, la justicia holandesa pide al profesor Tenhaeff que envíe a alguno de sus médiums al tribunal de Hertogenbosch para ayudar en un tenebroso asunto de asesinato de menores.
Antes de llegar al tribunal, Croiset hace a Tenhaeff un resumen indicando, las grandes líneas del caso. Los detalles que entrega, todos verdaderos, aunque no conducen a la condena del principal sospechoso, asombran a los jueces y a los policías, quienes no dejaron de pedir su ayuda hasta su muerte.
Un vidente telefónico
Entre los centenares de casos en los cuales intervino Gerard Croiset, hay dos que resumen muy bien sus dones de vidente excepcional. El primero sucedió en febrero de 1961 cuando una niña de cuatro años, Edith Kiecorious, desaparece en Nueva York. La policía de la ciudad, que sospecha que ha sido raptada por una mujer que viajó enseguida a Chicago, solicita la venida del holandés. Pero él rehúsa y pide, en cambio, una foto de la niña y un plano de Nueva York. Por teléfono, les revela que la niñita está muerta, describe con toda precisión el lugar en donde fue vista con vida por última vez, así como al asesino. Sobre esta base, confirmada por otras fuentes, la policía abandona la pista de Chicago y vuelve a buscar en Nueva York en el sitio descrito por Croiset.
Finalmente encuentra el cuerpo torturado de la niña y también al asesino, que corresponde exactamente al retrato entregado por el vidente. En abril de 1963, un joven desaparece en La Haya, Croiset, consultado nuevamente por teléfono, dice que ha muerto ahogado y que se encuentra cerca de un puente. El 19 de abril, describe con mayor precisión el lugar en donde se ahogó, pero revela que el cuerpo ha derivado en las aguas y que será encontrado el martes siguiente dos puentes río abajo. Los diarios de La Haya publican esta información y el día señalado, el 23 de abril, se encuentra por fin el cuerpo en el sitio indicado por Croiset.
Un médium frente a las candilejas
Aunque su fama mundial le produce enorme satisfacción, Gerard Croiset no obtiene ninguna recompensa pecuniaria de su talento. Reparte su tiempo entre su casa, transformada en una especie de consultorio médico donde ejerce su don de curandero, y el laboratorio del profesor Tenhaeff, donde sus facultades de precognición son examinadas continuamente a lo largo de los años. Croiset cuenta que sus visiones le llegan bajo la forma de imágenes y que lo ayuda muchísimo la presencia de un objeto que haya pertenecido a la persona desaparecida. Por extraño que parezca, estas imágenes, que son en blanco y negro cuando la persona está viva, se vuelven de color si ésta ha muerto. Sucede a veces que tienen una realidad tan sobrecogedora que queda choqueado. Prefiere ocuparse de desapariciones accidentales más que de los asesinatos, porque tiene temor de acusar a alguien inocente por error. Los archivos demuestran que su éxito para encontrar a las víctimas alcanza un 80% de los casos, pero el propio Croiset dice que en un 90% de los casos de asesinatos que ha investigado no ha podido descubrir al culpable a pesar de que ha entregado indicios importantes a la policía. Al menos en este punto no difiere de otros videntes menos conocidos que han trabajado en casos criminales.
El asesino estaba en el sueño
Un aspecto desconocido de la interacción entre los fenómenos psicológicos y las actividades de la policía lo constituye lo que se podría llamar la "denuncia onírica". Se trata de un fenómeno raro, pero que muestra hasta qué punto el mundo de los sueños sigue siendo una terra incognita (un terreno desconocido).
El sádico de Michigan. El 12 de enero de 1928, cerca de Mount Morris, en Michigan, se encuentra el cuerpo violado y atrozmente desmembrado de una niñita de cinco años, no muy lejos del lugar en donde se habia atascado en el lodo un automóvil. Ahora bien, un hombre había ayudado al conductor a salir de allí y entrega detalles bastante precisos de éste y del auto, pero la policía no logra encontrar a ninguno de los dos. El pánico cunde en el estado y el día del entierro de la pequeña víctima, el 16 de enero, el joven Harold Lotridge se despierta bruscamente a unos cincuenta kilómetros de allí con el nombre del asesino grabado en la mente. Se trata de Adolfo Hotelling y es un hombre muy devoto a quien él conoce. Pero es efectivamente el asesino y reconoce haber cometido otros dos crímenes similares. En este caso, podría tratarse de una asociación inconsciente entre la información leída en los periódicos y una persona conocida, lo que no es igual a los dos casos siguientes.
El muerto denuncia al asesino. El 10 de enero de 1942, en Wadley, Georgia, se encuentra el cadáver de W. C. Smith detrás de unos matorrales, asesinado de un disparo de fusil. Dos semanas después, la investigación está todavía estancada. La hija de la víctima, de ocho años de edad, cuenta que su padre ha venido en sueños a revelarle las circunstancias de su asesinato, el nombre de sus tres asesinos y el lugar donde han arrojado el fusil y su billetera vacía. La policía la encuentra y termina por capturar a un negro y dos blancos de quienes no había sospechado hasta entonces.
El cadáver escondido en el heno. En la primavera de 1955, también en Georgia, pero esta vez cerca de la ciudad de Sylvester, desaparece una mujer llamada María Cooper. A pesar de las búsquedas, es imposible encontrarla. El tiempo pasa, hasta que una mañana una joven llamada Ella Weston entra a la oficina del sheriff y le cuenta que ha soñado dos veces durante la misma noche un sueño terrible en el cual ella entra en una casa en ruinas y descubre, bajo el heno, el cadáver mutilado de una mujer. El sheriff y sus ayudantes encuentran finalmente el cuerpo en el estado descrito por Ella Weston, bajo el heno en una vieja casa, y en efecto, el marido no tarda en confesar su crimen.
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