Todas las mañanas, cuando el Sol asoma por el horizonte, las estatuas de los Colosos de Memnon dejan oír un sonido agudo y prolongado y un quejido se arranca de las mismas entrañas de la piedra; un canto triste pero al mismo tiempo armonioso de un alma atormentada.
Memnón, hijo mítico de la Aurora y de Titón, rey de Egipto y Etiopía, fue enviado pro su padre en ayuda de Troya, que había sido sitiada por los micénicos. Fue tal su arrogancia y valentía, que cubriéndose de gloria, mató a Antiloco, hijo de Néstor, pero la desgracia se cebó en él, y Aquiles, vengador, lo mató. La Aurora, al enterarse de la muerte de su hijo, lloró amargamente, e inundada en lágrimas suplicó al todopoderoso Júpiter que resucitara a su hijo aunque sólo fuera una vez al día.
Así, todas las mañanas, Memnón, despertaba en las entrañas de la piedra para recibir las caricias de su madre, la Aurora, que inconsolable desplegaba sus rayos de sol hacia la estatua, queriendo abrazarlo. Su hijo, Memnón, preso en aquella estatua, deja cada mañana su llanto incontrolado y su quejido eterno como súplica por la ayuda de su madre.
Como ocurre con todas las leyendas, muchas teorías se han elaborado para explicar estos extraños sonidos que cada día se oyen al alba salir de estas dos colosales estatuas de 20 metros de altura que se encuentran entre el Nilo y el Valle de los Reyes y que conducían al templo de Amenofis III. La más científica de ellas aboga porque el sonido procede de las vibraciones que producen las grietas de los Colosos cuando pasan bruscamente del frío de la noche al calor de los primeros rayos de Sol.
Aún así, cuando de sucesos extraños se trata, nos movemos siempre impulsados por la poesía y la fascinación, y queremos encontrar y explicar los hechos con leyendas que se acrecentaron en boca de los poetas griegos. Y las creencias populares; la fuerte religiosidad del antiguo Oriente, hizo ver a los Colosos como el símbolo del amor entre una madre y su hijo, y así, durante siglos, se recogieron a sus pies cientos de escritos de quienes a ellas iban a orar. Así cuenta una de ellas:
“sepas, ¡oh, Tetis!, tú que reinas sobre las aguas, que Memnón aún vive y que, calentado por el fuego maternal, levanta la voz sonora al pie de los montes líbicos de Egipto, allí donde el Nilo divide en dos tebas de las bellas puertas; en tanto que tú, Aquiles, antaño insaciable de combates, estás ahora mudo, ya en los campos de Troya, ya en los montes de Tesalia”.
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