Dicen que una vez un hombre para vengarse de su mujer (por motivos que ahora no vienen al caso) le arrancó la cabeza al gato que ella más quería y la arrojó al fuego. Antes de comenzar a arder, la cabeza exclamó con voz grave: “¡Vete y dile a tu mujer que acabas de arrancarle la cabeza al Rey de los Gatos! Pero que no lo sienta por mí, pues volveré para vengarme de este insulto”, y sus ojos brillaron con malicia unos segundos antes de consumirse en las llamas.
Justo un año después, el mismo hombre jugaba con un gatito de apenas unas semanas de edad cuando este, sin previo aviso, se arrojó sobre su garganta y le causó unas heridas tan profundas que se desangró sin que nadie pudiese ayudarle.
Resulta curioso que en este relato se sugiera la capacidad de reencarnación del Rey de los Gatos. Solo habría uno, entonces, sucediéndose a sí mismo a lo largo de la Historia. Sin embargo, se trata de un caso especial, ya que en las demás leyendas queda claro que son individuos independientes los que se transmiten el puesto de uno a otro, de forma lineal aunque no necesariamente hereditaria. Su regreso constituiría aquí tan solo un elemento sobrenatural más que añadir a los que suelen rodear a los monarcas felinos.
Más información proporciona una vieja leyenda conservada por la tradición osiánica en la que interviene un Rey de los Gatos llamado Irusan. De él se dice que es hijo de Arusan, y que vive junto a su mujer, su hija y sus dos hijos en una cueva cerca de Clonmacnoise.
Cuenta esta leyenda cómo Seanchan, el Bardo Supremo de Irlanda, personaje desagradable y mordaz, osó componer un poema satírico sobre Irusan y su familia mientras se hospedaba en el palacio del Rey de Connaught. Su composición no tardó en llegar a oídos del Rey de los Gatos, que, como es comprensible, se enfadó sobremanera.
Precedido de un estruendo ensordecedor, Irusan se presentó en el palacio del Rey de Connaught, y lo hizo bajo una apariencia terrible: grande como un buey, con las uñas afiladas, los dientes puntiagudos y las orejas como cortadas a sierra, olfateando con furia mientras miraba a izquierda y derecha. Pasó entre los súbditos de Connaught y se dirigió directamente hacia el bardo Seanchan. Tras montarlo en su grupa, salió corriendo en dirección a la cueva de Clonmacnoise. Solo la muerte o algo peor podía aguardar allí a Seanchan, pero, afortunadamente para él, de camino a Clonmacnoise pasaron frente a la forja de San Kieran, quien al ver lo que sucedía mató al gran gato atravesándolo con una barra de hierro al rojo vivo.
En la época del bardo Seanchan el Rey de los Gatos era conocido y temido, y no necesitaba vivir de incógnito entre los humanos. Al parecer, sus sucesores pensaron que era mejor pasar desapercibidos, tal vez después de comprobar cómo se las gastaban tipos como este San Kieran. De todas maneras, siguieron conservando todo su orgullo regio.
Y entre nosotros camina todavía el Rey de los Gatos, tal vez más cerca de lo que pensamos. O eso hemos de creer, ya que hasta ahora ninguna leyenda nos cuenta el fin de su linaje.
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