Su tamaño no supera al de una mosca, pero pueden llevar a cabo casi cualquier tarea, por imposible que parezca. Sobre todo si esta implica la realización de algo maligno o destructivo, como derribar casas, arrancar árboles, matar animales…; aunque también resultan útiles para las pequeñas labores cotidianas. Van a buscar leña con la que alimentar el fuego, transportan cargas pesadas o ayudan a calcular la capacidad de un carromato, por ejemplo. Ante cualquier dificultad sólo hay que decir: “¡Ayudadme, compañeros!”, y ellos salen volando de su caja de madera y resuelven el problema.
Cuando no pertenecen a nadie, vagan en libertad por el bosque cometiendo fechorías, motivo por el cual resulta peligroso encontrarse con ellos. Son capaces de introducirse en el cuerpo de una persona a través de la boca, causándole enfermedades, agriando su carácter o controlando temporalmente su voluntad. Esto último cuentan que le sucedió a una mujer del pueblo de Buspriz, a la que hicieron salir por la noche de su casa y errar durante horas entre zarzas y maleza, sin que nadie fuese capaz de encontrarla, hasta que regresó a la mañana siguiente, magullada y llena de arañazos.
Aun en cautividad, los Malinos pueden resultar bastante molestos. Si están inactivos durante mucho tiempo, se impacientan y repiten una y otra vez: “¡Mándame algo! ¿Qué me mandas? ¡Mándame algo!”, y no cesan su cantinela hasta que al dueño se le ocurre alguna tarea que les pueda servir de entretenimiento. Para librarse de ellos hay que venderlos, caja incluida, cobrando el doble de su valor o arrojando después al mar el dinero obtenido en la transacción. De otra manera regresarán junto a su antiguo propietario a la primera ocasión que tengan.
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