martes, 9 de junio de 2015
El Condor
El cóndor no siempre usó la golilla
que lleva tan elegantemente en el cuello. Se acostumbró a su uso
después de haber sido derrotado, luego de una vergonzosa lucha, en
la que lidió con un diminuto rival. La cosa ocurrió así: Don
Cóndor había bajado al valle en ocasión de unas “chinganas”
que se celebraban con motivo de la Semana Santa. En uno de los tantos
bodegones instalados cerca de una plaza, don Cóndor conoció a un
compadrito charlatán y pendenciero, muy conocido en el pago por su
apodo de “Chusclín”. Se trataba nada menos que de un vulgar
chingolo.
Luego de una entretenida charla, en la
que don Cóndor y el Chusclín alardeaban de hazañosas pendencias y
famosas “chupaderas”, como fin de la charla, formularon entre sí
una singular apuesta. Se desafiaron a beber vino: el que “chupara”
más sin “curarse” (en Cuyo “curarse” significa embriagarse),
ganaría la apuesta y el perdedor, es decir, el que se “curara”
más pronto, pagaría el vino consumido y la vuelta para todos. Tanto
don Cóndor como Chusclín empinaron sus respectivas damajuanas y se
inició la puja. Don Cóndor, de buena fe, trataba de agotar el
líquido “de una sentada”, sin reparar que Chusclín cada sorbo
que bebía lo arrojaba al suelo sin que don Cóndor lo notara.
Como don Cóndor no estaba acostumbrado
al vino como Chsuclín, pronto comenzó a sentir dolor de cabeza y
para atenuarlo se ató un pañuelo, a modo de vincha. Cuando don
Cóndor advirtió el juego de Chusclín, lo apostrofó y se le fue
encima. Chuclín, veterano peleador, lo espero sereno y confiado.
Poco duró la pelea porque Chusclín con un certero golpe sangró la
nariz de su contrincante, que solo atinaba a defenderse. En el
entrevero, el pañuelo que don Cóndor tenía atado a la cabeza, se
le cayó y desde entonces lo lleva allí.
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