miércoles, 9 de abril de 2014
Una Voz En La Noche
Al dar la medianoche se escucha en el corazón de México un
pavoroso grito que viene repitiéndose desde hace más de cuatro siglos.
La lúgubre voz es la de una mujer que se lamenta diciendo:
«¡Ay mis hijos, mis po-brecitos hijos, mis desdichados hijos!»
Es La Llorona, que con la ropa rasgada y manchada de sangre
anda errante por las noches llorando su pesar.
Según una leyenda del siglo xvi, en la ciudad de México fue
ajusticiada en la horca una mujer acusada de haber dado muerte a sus hijos.
La tradición conserva el nombre de aquella desdichada Medea
americana que como la heroína de la tragedia griega mató a sus hijos para
vengar el abandono de su amante. Se llamaba doña Luisa de Olveros, y era una
bella mujer de los primeros años de la Colonia, descendiente de indígena y
español, que, seducida por don Ñuño de Montescla-ros, tenía dos hijos de tan
apuesto y noble capitán español.
La tradición agrega otros detalles: cuando doña Luisa, cada
vez más olvidada de su antes solícito y rendido amante, se decide a rondar la
opulenta mansión de los Montesclaros, llegan a su oído los ecos de la rumbosa
fiesta en que don Ñuño celebra su matrimonio con rica dama de la nobleza.
La
infeliz logra hablar con él, y al ser rudamente rechazada, comprende que a
causa de su sangre indígena jamás será considerada como una mujer digna de su
seductor. Rasgando sus vestidos y bañada en lágrimas llega a donde se hallan
sus inocentes hijos, a quienes da muerte, en un acceso de locura, con un
pequeño puñal que conserva como regalo de don Ñuño. Tinta en sangre recorre
luego las calles de la ciudad lanzando un grito de dolor inacabable, hasta que
es aprehendida por la justicia virreinal.
Desde entonces, por todo el territorio de la Nueva España se
escucha a la medianoche el grito penetrante que eriza los cabellos: ¡Ay mis
hijos, mis pobrecitos hijos, mis desdichados hijos!
Y no es difícil desentrañar el verdadero sentido de la
leyenda: se trata de la raza vencida, simbolizada en el personaje de La
Llorona, que mata a sus hijos para que no sean esclavos en la misma tierra en
donde antes fueron señores, y que con sus rotos ropajes ensangrentados cruza la
noche de México llorando el dolor de la Conquista.
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