sábado, 11 de julio de 2015
Duende En La Sala 3
Durante siglos, el imaginario popular
ha concebido la existencia de unas criaturillas maliciosas y
escurridizas, asociadas a lo oscuro y demoníaco, que remiten al
mismo tiempo a los dioses de las mitologías antiguas de Europa,
tales como la nórdica, la irlandesa o la escocesa. Estos seres,
conocidos como duendes (duen de casa, dueño de casa), son
considerados criaturas con rasgos humanoides de pequeña estatura y
otras características que varían según el folclor popular, pero
generalmente son representados con orejas puntiagudas y de color de
piel verde o tal vez roja o, según versiones, negra. En lo que
coinciden todas las descripciones es en afirmar su carácter
maléfico, cambiando de sitio los objetos en la casa o lugar del que
se "adueñan", provocando semi-apariciones y ruidos
extraños o rozando de forma imprevista con sus largas uñas a las
personas que habiten allí.
El caso en cuestión, a continuación,
ocurrió en la ciudad costera de Riohacha, en Colombia. Hay
testimonios reales de personas que experimentaron en carne propia un
fatídico encuentro con uno de estos seres, y aunque no sean
considerados lo suficientemente peligrosos, sí que han logrado
provocar grandes sustos e incertidumbres entre la gente que ya ha
oído de sus avistamientos; y la realidad se torna aquí mucho más
oscura que la fantasía al saber que la aparición de este duende no
acaeció en una casa de familia o en algún paraje solitario alejado
de la ciudad sino en un sitio público al que constantemente
confluyen muchas personas cada día, pero que en ciertos horarios es
poco concurrido: la sala de cine número 3 de uno de los centros
comerciales más reconocidos de la ciudad.
Corría el mes de noviembre de 2013 y
ya se empezaba a respirar en la acogedora y tropical Riohacha, la
"brisa decembrina" siempre esperada por los lugareños.
Para Lucía* había sido siempre muy complicada la interacción
social. Chica tímida de 21 años, con exceso de trabajo incluso en
fines de semana, sin tiempo suficiente para compartir eventuales
salidas con los poquísimos amigos que tenía, cuyo número se podía
contar con los dedos de una mano. De personalidad retraída y
fantasiosa, Lucía amaba las artes, pues éstas le permitían
saborear algo del placer que su visión casi siempre pesimista de la
vida y el mundo no le permitía conocer. El cine era lo que más
amaba y, por eso, el escaso tiempo del que disponía entre el ajetreo
de su trabajo y sus simultáneos estudios universitarios, lo gastaba
en disfrutar de una buena función, mucho mejor si iba sin compañía
pues podía así poner a volar su imaginación sin miramientos con
cada escena.
Como siempre, entró triunfal a la sala
3 y se dirigió al sillón correspondiente. Como era de esperarse,
nadie más estaba allí y ella así lo había deseado, pues compró
entradas para un horario de lunes en la última función nocturna a
la que era muy improbable la asistencia de más personas, mucho más
teniendo en cuenta que esa película estaba hace mucho tiempo ya
disponible en cartelera. Lucía se arrellanó en su asiento, cerró
los ojos con aire triunfal y esperó la proyección... Cinco, diez,
veinte minutos. Nada se oía. 25 minutos de tardanza. Estaba
realmente enojada y cuando se disponía a levantarse de su silla para
hacer el correspondiente reclamo, no pudo evitar sentir las pisadas
de alguien que pasaba exactamente por la fila de atrás. Sin pensarlo
dos veces, volvió la mirada hacia los asientos traseros vacíos.
Nadie ni nada más que la penumbra. Recordó el asunto del retraso de
su función y salió disparada a la salida de la sala, pero
nuevamente el ruido de los pasos la hizo frenar en seco. Una
sensación de frío recorrió su nuca al ver que de la primera fila
de sillas por debajo de un asiento descollaba una pequeña carita
de... ¿Un niño? ¿Un gato enorme?... Lucía cerró los ojos; sabía
que al abrirlos iba a descubrir que en realidad allí no estaba nadie
aparte de ella. Y así sucedió. Más tranquila, reconfortándose a
sí misma, decidió esperar sentada un poco más; un retraso técnico
de la proyección, después de todo, no iba a echar a perder su noche
de cine y lo que acababa de ver no era más que una sombra. Sí,
estaba segura. Volvió a cerrar los ojos y al momento experimentó el
mayor terror de su vida: una a una, todas las sillas empezaron a
retorcerse y a crujir como si estuviesen siendo sacudidas por
poderosos brazos. Lucía no pudo ver a nadie haciéndolo, sólo le
llegaban en la distancia unas agudísimas y penetrantes carcajadas,
parecidas a los ladridos de un cachorro. Sacando valor de donde no
tenía, corrió y logró alcanzar la puerta de entrada a la sala.
Para su sorpresa, todas las luces en el lobby habían sido apagadas.
Lucía sacó su teléfono celular y comprobó con gran horror que
eran las 2:00 am y que, en ese caso, su película había sido rodada
hacía más de tres horas. Ningún ser humano deambulaba por allí.
El centro comercial ya había sido cerrado y al sentir que un
hombrecillo se acercaba por detrás dando saltitos como de
satisfacción, Lucía continuó con su carrera, tropezó brutalmente
unos muebles del pasillo y al fin pudo tomar algo de aliento para
pedir auxilio. Cada segundo sobrecogedor se le antojaba como una hora
entera y la figura cada vez más se aproximaba. Al instante, una
puerta se abrió y la voz del guardia de seguridad hizo eco en el
oscuro lobby.
- ¿Quién está ahí? ¡Las manos
arriba o disparo!
Lucía recobró el sentido entre
paredes blancas, con enfermeras pulcramente vestidas que la asistían
y un diagnóstico de Trastorno de estrés postraumático aún no
totalmente confirmado por un equipo médico. Y, por supuesto, nunca
nadie creyó su narración de los sucesos de aquella noche y la
tomaron como una chica desequilibrada que se había escondido después
de la última función de la sala número 3. Por otro lado, ella aún
no ha podido explicarse a sí misma el vacío espacio-temporal de 4
horas en las que estuvo dentro de la sala de cine con una indeseable
compañía.
A pocos dio a conocer su experiencia,
pero por otros avistamientos de menor o mayor intensidad vividos por
personas cercanas a quien escribe estas líneas, han crecido los
rumores de lo que puede ocurrir si estás solo o con pocos
acompañantes en la sala 3 de ese mismo centro comercial; no
necesariamente en la última función pues ya hay comentarios de
frecuentes visitantes de esta sala, incluidos algunos escépticos,
que han salido de allí con la ropa manchada de tinta o pedazos de
ella arrancados y en ocasiones bastante peculiares se han sentido en
medio de las filas de asientos, pasos rápidos como de niño, que
circulan cerca de las desprevenidas piernas de aquellos que sólo
fueron a disfrutar de una película.
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