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martes, 2 de agosto de 2011

Las poseídas de Loudun , Urbano Grandier ¿sacerdote y brujo?



Presas de una verdadera histeria, las diecisiete hermanas del convento de las ursulinas de Loudun gritan que están poseídas por el diablo. Nombran al que hizo entrar en ellas al demonio: Urbano Grandier, sacerdote de una parroquia de la ciudad, en conflicto con la burguesía local.
Después de dos años de acusaciones, Urbano Grandier es encontrado culpable de brujería y quemado en la hoguera. Sin embargo, las crisis de posesión de las hermanas no terminan ahí.

Apariciones y posesiones
En 1632, la pequeña ciudad de Loudun en la provincia de Touraine tiene más de 14.000 habitantes. Entre mayo y septiembre, una terrible epidemia de peste mata a más de 3.700 personas. La población de la ciudad está desesperada, traumatizada. La calamidad es interpretada como signo de la cólera divina: en esta atmósfera de fin del mundo aparecen los primeros casos de posesión.
Durante la noche del 21 de septiembre, en el convento que abriga a diecisiete ursulinas, la superiora Juana de los Ángeles y dos hermanas ven aparecer el espíritu de su confesor, el prior Moussat, que murió víctima de la peste algunas semanas antes.
En los días que siguen, extraños fenómenos se manifiestan: una bola negra vuela a través del refectorio, un fantasma se pasea por los pasillos. A principios de octubre, varias hermanas manifiestan señales de demencia, gritan y ruedan por el suelo. Las contorsiones se generalizan y pronto el convento entero es afectado. Los sacerdotes acuden y la conclusión no tarda: las ursulinas están poseídas, victimas del maligno. Siguiendo la lógica de los sacerdotes, Lucifer no puede aparecer si no ha sido invocado por un brujo. Por lo tanto, en alguna parte, hay alguien culpable de este acto demoníaco.
De toda la región, luego de toda Francia, llegan sacerdotes. Realizan sesiones de exorcismo, acorralando al diablo, buscando al hombre que lo hizo venir. El 11 de octubre, una religiosa poseída, según dice, por el demonio Astaroth suelta un nombre: el de Urbano Grandier, sacerdote de la iglesia de San Pedro del Mercado, en el centro de Loudun. Surgió un culpable, otras hermanas lo acusan a su turno y, en la ciudad, los rumores se extienden con prontitud: Urbano Grandier es un brujo. El pueblo ya ha juzgado.

Atestado de una posesión
Acta establecida por el señor de Laubardemont, encargado del sumario del proceso Grandier. Lo que es francamente admirable, habiéndosele ordenado en latín (al diablo) que le permitiese (a Juana de los Ángeles) juntar las manos, se observaba una obediencia forzada, y las manos se juntaban aunque temblando. Y el Santo Sacramento recibido en la boca, quería, soplando y rugiendo como un león, devolverlo. Ordenado de no cometer ninguna irreverencia se veían cesar (las manifestaciones) y el Santo Sacramento descender al estómago. Se veían arcadas para vomitar y, siéndole prohibido hacerlo, cedía (...) Y ordenado (el diablo) de decir el nombre del tercero (la poseída) se convulsionaba todavía más, hundiendo la cabeza, sacando la lengua con movimientos indecentes, soplando, escupiendo y levantándose muy alto (...) El cuerpo de la hermana, siendo acostado sobre el vientre y tomando sus brazos hacia atrás tuvo grandes y violentas contorsiones, como también sus pies o manos, los que se hallaban tan unidos, e incluso las plantas de los dos pies, que parecían pegados y amarrados por unos fuertes lazos. Varias personas trataron inútilmente de separarlos.

Grandier, un sacerdote molestoso
Urbano Grandier es un hombre alto y bien parecido, vivaz e inteligente। Cautiva a su auditorio cuando sube al púlpito, aunque se le reprocha su libertinaje y, muy especialmente, su gusto por sus parroquianas। El asunto, hasta entonces religioso, se convierte poco a poco en político. El hombre no entró nunca al convento de las mujeres: pero la ciudad entera habla de él, las ursulinas lo saben y empiezan a soñar con él. Los burgueses de Loudun critican su arrogancia y su extrema ambición. Los capuchinos, también instalados en Loudun, aprovechan el juzgamiento de Grandier para denunciarlo como autor de un violento panfleto en contra de Richelieu. Da la casualidad que el barón de Laubardemont, comisario del ministro cardenal, llega a la ciudad en septiembre de 1633, en una misión sin relación con el asunto. Ahí sólo escucha hablar de las sucesivas crisis de las religiosas, de los exorcistas que acoden y de las presunciones contra el sacerdote de San Pedro. De regreso a Paris, se hace asignar la causa. El 8 de diciembre, está de vuelta en Loudun con plenos poderes, encargado por Richelieu de instruir el proceso contra Grandier.




Un proceso ejemplar
Al día siguiente de su llegada, Laubardemont hace arrestar a Grandier. Manda registrar la casa del sacerdote, sin encontrar nada comprometedor y durante el mes de enero de 1634, recoge declaraciones y testimonios. Del 4 al 11 de febrero, interroga a Grandier. El sacerdote niega las acusaciones de brujería y luego rehúsa contestar las preguntas de Laubardemont.
En su convento, sometidas a exorcismos periódicos, las poseídas aún no son liberadas. La gente va a verlas contorsionarse, gritar el nombre de su demonio, e injuriar a los sacerdotes. Laubardemont decide separarlas para examinar cada caso: lo que no impide al público asistir, en masa, a los innumerables exorcismos. Los médicos, invitados por Laubardemont para observar a las poseídas, entregan rápidamente su conclusión: "Encontramos que en todas estas cosas las fuerzas y los medios de la naturaleza están absolutamente sobrepasadas..." El caso está concluido: las religiosas son víctimas de lo sobrenatural. El proceso se abre el 8 de julio de 1634. Se designan doce jueces, que llegan de pequeños tribunales de la región. Leen los informes del sumario realizado por Laubardemont, interrogan a las poseídas y buscan en Grandier "pruebas extraordinarias". Así, una cicatriz en el pulgar indica el punto, antigua herida que se habría infligido para firmar con su sangre un pacto con el diablo. La insensibilidad de un hombro se convierte en la prueba de que el maligno se apoderó de esa parte de su cuerpo y la hizo escapar a las leyes de la naturaleza. Estas pruebas son consideradas decisivas. El 18 de agosto, a las 5 de la mañana, los jueces pronuncian la sentencia. Dos horas más tarde, Laubardemont recoge a Grandier en su prisión. Es sometido a la pregunta, es decir, torturado; luego, hacia el mediodía, llevado a la plaza del mercado donde lo espera la hoguera. La histeria de algunas monjas le cuesta la vida a un hombre culpable de haber sido solamente el objeto de sus fantasías.
Las poseídas se han convertido en una atracción que la gente viene a ver de lejos: las crisis, todavía espectaculares, continúan varios años después de la muerte de Grandier, hasta el día en que la más virulenta de las poseídas, Juana de los Ángeles, cambia de personaje y se convierte en una visionaria habitada por Dios.

El siglo demoníaco
En 1598, Enrique IV promulgó el edicto de Nantes y pone fin a las guerras de religión. Rápidamente, la intolerancia encuentra otras vías para expresarse: el siglo que comienza es más abundante en casos de brujería y de posesión que ningún otro. La brujería se extiende en el campo y afecta a los pobres, la posesión se concentra en las ciudades y toca a los burgueses. A principios del siglo XVII, decenas de casos se instruyen en Bretaña, Franco Condado, Lorena, Alsacia, Poitou, Béarn, Provenza... Los poseídos son más frecuentemente mujeres que hombres. Algunas adquieren celebridad: Nicole Aubry, Juana Féry, Marta Brossier. El caso que causa más revuelo es el proceso de Gaufridy que se lleva a cabo en Aix-en-Provence, y que dura más de dos años, entre 1609 y 1611. El año siguiente se publica un libro que relata detalladamente los hechos: no puede excluirse que su lectura no influirá en los casos posteriores, especialmente el del Faubourg Saint Jacques, entre 1621 y 1622; de Loudun, entre 1632 y 1640; de Louviers, entre 1642 y 1647, y de Auxonne, entre 1658 y 1663.

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