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martes, 2 de agosto de 2011

El conde de Saint-Germain , Un extraño caballero supuestamente inmortal



Durante su paso por Paris, entre 1758 y 1760, se conoce al sorprendente conde de Saint-Germain. Tanto en los salones de la capital como en las cortes de Europa, circulan rumores insensatos acerca de su edad, ¡tendría más de tres mil años, habría conocido a Jesucristo, sabría fabricar diamantes y volverse invisible!
En 1745 se menciona por primera vez al conde de Saint-Germain... Este hombre que parece tener cincuenta años y que vive en Londres desde hace dos, es detenido ese año portando cartas favorables a los Estuardo. Inglaterra, que acaba de reprimir la revuelta de los jacobitas, desconfía de los extranjeros y mas especialmente de los franceses: durante varias semanas Saint-Germain es mantenido bajo arresto domiciliario. Reconoce entonces dos cosas: vivir bajo un nombre falso y no querer tener nada que ver con las mujeres. La personalidad de Saint-Germain es lo suficientemente intrigante para que Horacio Walpole, miembro del Parlamento y amigo de Diderot y del resto de los enciclopedistas, lo cite en su correspondencia, describiéndolo como un "hombre singular".

El amigo de Luis XV
Saint-Germain deja Londres en 1746; ¿qué hace entonces? No se sabe nada de él durante doce años. Según algunos, se va a Alemania, donde se dedica a las investigaciones químicas y alquímicas. Según otros, viaja hasta la India y el Tíbet; no existe ninguna prueba de sus periplos, pero más tarde se constata que el conde posee un profundo conocimiento de Oriente.
Llega a París a comienzos de 1758, e inmediatamente envía una petición a Marigny, director de Obras y Edificios del rey. Solicita que una casa real sea puesta a su disposición para poder instalar ahí un laboratorio y una fábrica, prometiendo a cambio a Luis XV "el más rico y más raro descubrimiento que se haya hecho". Abierto a la investigación de las "artes útiles", Marigny le asigna el castillo de Chambord, gran construcción abandonada en ese entonces. Saint-Germain instala en las dependencias a sus asistentes, sus obreros y su laboratorio.
Sin embargo, pasa más tiempo en París que en Chambord y, rápidamente, es invitado a los más famosos salones. Se presenta ante a marquesa de Pompadour: ésta, seducida, lo presenta al rey. Luis XV aprecia inmediatamente al brillante personaje que se incorpora pronto al círculo de sus más cercanos. En estas circunstancias, Saint-Germain es descrito como un hombre de cuarenta y cinco años, a pesar de que han pasado más de diez desde su estadía en Londres.

Saint-Germain y Casanova
En mayo de 1758, Casanova se encuentra con el conde de Saint-Germain en una cena de la marquesa de Urfé. Así es como lo describe en sus Memorias, "Saint-Germain se creía prodigio, y muchas veces lo lograba. Su tono era decidido, pero su naturaleza era tan estudiada que no desagradaba. Era tan sabio, hablaba perfectamente la mayoría de las lenguas: gran músico, gran químico, de una apariencia agradable y un maestro para atraer a las mujeres, ya que al mismo tiempo les daba aceites y cosméticos que las embellecían, se jactaba no de rejuvenecerlas, ya que tenía la modestia de reconocer que eso era imposible, sino de conservarlas en el estado en que las hallaba, por medio de un agua que, según él, era muy costosa, pero que se las regalaba (...) Este hombre singular y nacido para ser el primero entre los impostores, pretendía con un tono seguro, y para salir del paso, que tenía trescientos años, que tenía la panacea y hacía todo lo que quería con la naturaleza. Sabía cómo fundir los diamantes y de diez o doce pequeños fabricaba uno del agua más bella sin que éstos perdieran ni un gramo. Todas estas operaciones eran para él sólo bagatelas. A pesar de sus fanfarronadas, sus mentiras evidentes y sus excesivos disparates, no pude encontrarlo insolente. Tampoco respetable. Lo encontraba sorprendente, ya que me sorprendió (...) Este hombre singular asistía frecuentemente a las cenas de las mejores casas de la capital, pero no tocaba nada, diciendo que su vida dependía del tipo de comida que comía y que nadie más podía saberlo...

Leyenda y desgracia
Dos anécdotas auténticas provocan los rumores acerca de los conocimientos alquímicos y la inmortalidad del conde de Saint-Germain. Esta es la primera: posee una bellísima colección de piedras preciosas y cierto día pretende ante el rey saber rectificar las imperfecciones de los diamantes.

Luis XV le encarga entonces un diamante manchado. Unos días más tarde. Saint-Germain lo trae perfectamente puro. ¿Utilizó un procedimiento químico o simplemente mandó tallar una piedra idéntica? Es un misterio. La segunda anécdota ocurre durante una cena con la anciana condesa de Cergy, que reconoce en él a un hombre que había conocido en Venecia hacía cincuenta años. Quizás simplemente por entretenerse, Saint-Germain no la desmiente: la historia da la vuelta en París.
Sin embargo, si el conde se ha ganado la simpatía del rey, se ha desvinculado del poderoso duque de Choiseul, principal ministro de Luis XV, que lanza una campaña para desacreditarlo. Choiseul le paga a un bufón llamado Gauve para imitar al conde de Saint-Germain y hacerse pasar por él. Gauve recorre los salones bajo la identidad de Saint-Germain, contando las historias más inverosímiles: que se tomó un trago con Alejandro el Grande, que estuvo de francachela en la boda de Casal y que, por lo demás, conoció muy bien a Jesús, a quien le había predicho un fin trágico. También, que había estado con Carlomagno. El fraude es pronto descubierto y Gauve es reconocido: pero las historias se siguen divulgando. Contrariamente a lo que espera Choiseul, el verdadero Saint-Germain no resulta ridiculizado, sino engrandecido, rodeado de ¡un aura misteriosa!
Despechado, el ministro debe esperar hasta 1760 para lograr deshacerse de Saint-Germain, acusándolo de espionaje. Habiendo caído en desgracia el conde se refugia en los Países Bajos.
En los años siguientes se le ve en Italia, en Rusia, en Saxe, en Prusia: en todas partes, intenta montar laboratorios para seguir adelante con sus investigaciones... acerca de los pigmentos y los colores.

La muerte del inmortal
En 1766, se coloca bajo la protección del rey de Prusia Federico II, pero lo deja al año siguiente. Finalmente llega a Gottrop, en el Báltico, donde es recibido por el príncipe de Hesse. Según el príncipe, a quien le hizo confidencias, muere ahí en 1781, a la edad de 93 años. Sin embargo, físicamente aparentaba sólo sesenta.
Apenas se conoce la noticia, muchos se niegan a creer en la muerte del conde. Surgen los testimonios: algunos citan su presencia en un congreso masónico en 1785, se lo ve en Venecia en 1788, habría prevenido a María Antonieta de una inminente revolución al año siguiente, habría asistido al congreso de Viena en 1815, un inglés lo habría encontrado en Paris bajo Luis Felipe, otros lo habrían visto en 1905 en el Tíbet luego en 1926 en Roma. Testimonios que desgraciadamente son poco creíbles, al igual que el relato del pequeño anticuario llamado Richard Chamfrey, transformado en mensajero del corazón y del horóscopo de revistas para adolescentes que en 1972 intenta usurpar la identidad del ilustre personaje del siglo XVIII para tratar de seducir a una cantante de variedades.

¿Quién era Saint-Germain?
A pesar de la docena de pseudónimos que usa durante sus peregrinaciones, actualmente se sabe algo acerca del origen de Saint-Germain: sería hijo natural de la reina de España Marie-Anne de Neubourg, viuda de Carlos II, y de un noble, el conde de Melgar. Este parentesco explicaría el tren de vida fácil que siempre ha llevado, su educación y su cultura. Efectivamente, además de sus conocimientos puntuales de química, Saint-Germain es reconocido por sus contemporáneos como un hombre muy sabio, un músico hábil y un pintor de calidad.
Su longevidad y su larga juventud pueden explicarse por una naturaleza demente y, en gran medida, por los constantes esfuerzos del conde por prepararse físicamente. Según los testimonios, durante toda su vida, Saint-Germain sigue estrictas dietas alimentarias, asistiendo a las comidas pero comiendo poco, sin beber jamás: aparece como un precursor de los adeptos de la dietética moderna. Saint-Germain, personaje excepcional que, burlándose de los rumores, nunca los desmintió, permanece en la historia y en la leyenda, ya que simboliza el sueño más antiguo del hombre: la inmortalidad.

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