lunes, 3 de noviembre de 2014
Leyenda del Neuquen y El Limay
Cuenta
la leyenda que Neuquén y Limay eran hijos de dos caciques tribales
que tenían sus reinos uno al norte y otro al sur. Eran grandes
amigos y nada turbaba su leal camaradería, hasta que un día, en que
cazaban juntos, oyeron una dulce voz que cantaba entre las frondas de
los arrayanes.
Dirigiéndose hacia el lugar, hallaron a orillas de un
lago a una hermosa joven mapuche de largas trenzas, ojos negros y
talle esbelto y frágil, llamada Raihué (Flor Nueva). En viaje de
regreso los dos jóvenes notaron que algo se había introducido en
sus almas, que se interpuso en su plena y antigua camaradería.
Pasada las lunas y consultada la "Machi" (Adivina) por
ambas familias, comprendieron cuál era la causa del distanciamiento
de aquellos jóvenes que antes eran como hermanos, por lo que
decidieron someterlos a una prueba, para que el destino decidiera. Le
preguntaron a Raihué qué era lo que más deseaba en el mundo a lo
que contestó "tener una caracola para que me diga como es el
rumor del mar".
Los jóvenes entonces tendrían que llegar hasta
el mar y traer una caracola, el que primero llegase tendría el amor
de la joven como premio. Consultados los dioses, convinieron que lo
más rápido para llegar al mar sería convertir a los jóvenes en
ríos. Así lo hicieron y partieron de sus respectivos reinos. El
Espíritu del viento sintiéndose desplazado y celoso comenzó a
intrigar a Raihué, susurrándole al oído por las noches, que
Neuquén y Limay no volverían nunca más, pues las estrellas que se
caen al mar se convierten en mujeres hermosas y encantadas que
atrapan a los hombres y los encadenan en el fondo del mar...Raihué,
angustiada comenzó a marchitarse de pena y dolor, mientras los
jóvenes seguían su carrera salvando numerosos obstáculos, y la
porfía del viento que los incitaba a volver. Cuatro veces cuatro
lunas pasaron desde que los mapuches se marcharon y aún el mar
estaba lejos.
Raihué, mustia, marchita casi con un hilo de vida,
haciendo un esfuerzo se arrastró hasta el lago donde conociera el
Amor y alzando los brazos a Nguenechén (Dios) le ofreció su vida a
cambio de la salvación de los jóvenes. A medida que rezaba sus pies
se convirtieron en raíces que penetraron lentamente en la tierra, su
cintura se afinó en verde tallo, su busto se esparció en tiernas
ramitas y su boca se abrió en roja flor.
El viento queriendo
disfrutar del dolor de los jóvenes se lanzó a darles la noticia
soplando con tanta furia que desvió el curso de ambos hasta
juntarlos. Al enterarse que Raihué había muerto de amor por ellos,
sólo atinaron a abrazarse fraternalmente y así, unidos en un abrazo
que nunca terminará, continuaron su camino hacia el mar, llorando el
luto de Raihué. Así nació, al juntar ambos sus márgenes, el río
Negro.
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