miércoles, 5 de noviembre de 2014
Furatena, Reina del País de los Muzos
El
dios Are creó a Fura y Tena, padres de la humanidad. Are se detuvo a
las orillas del sagrado río Carare y de un puñado de tierra formó
los ídolos: Fura, mujer y Tena, hombre, que luego arrojó a la
corriente, en donde, purificado por la espuma, tomaron aliento y
vida; fueron los primeros seres del linaje humano. Are les señaló
los límites de sus dominios, los secretos de la agricultura, la
alfarería y estrategias militares, y también les dio normas de
salud y de vida, y les inculcó la libertad sin limite alguno.
Zarbi,
hombre de ojos azules y barba rubia, apareció por el occidente, en
busca de una flor privilegiada y milagrosa, cuyo perfume aliviaba
todos los dolores y sus esencias curaban todas las enfermedades;
recorría las montañas, cruzaba los ríos, trepaba los árboles y
esperaba la aurora en los más altos picachos, para escrutar en vano
por todas partes la planta que ostentaba tan codiciada flor. Después
de vagar muchos días, convencido de la inutilidad de su empeño,
acudió a Fura en la esperanza de obtener su apoyo para descubrir la
flor. Fura, bella y seductora, lo acompañó a la montaña.
Pronto el
sentimiento de Fura se transformo en amor y en infidelidad. Informado
Tena, el esposo burlado, se suicidó y junto con Fura se convirtieron
en dos peñascos, separados por el río Zarbi o minero. Las lágrimas
de Fura, la esposa infiel, se transformaron en esmeraldas, que se
esconden en las cordilleras, y en hermosas mariposas. Itoco, el hijo
de Fura y Tena, también se convirtió en un peñasco esmeraldifero,
el más rico de todos.
El
Cerro Mayor (Fura) mide 625 metros sobre el río, de los cuales 100
son una línea perpendicular, determinándose desde este limite a la
cúspide una ligera inclinación hacia atrás sin mas vegetación que
algunos arbustos. El Cerro Menor (Tena) mide 380 metros de abertura
en lo alto y 30 en lo bajo, por donde se precipita el minero
encajonado y ruidoso. Capas rectas y casi a plomo, de sisto arcilloso
y pizarra constituyen uno que otro peñón, que lavados por los
fuertes aguaceros dejan al descubierto las puntas y arista agudas que
les dan la extraña apariencia que los hace tan nobles.
Al pie de
estos gigantes la figura del hombre desaparece en su pequeñez, y
sólo la majestuosa serranía de que son apéndices y que se alza a
3.253 metros, sin transición de valles ni cuestas podría disminuir
la grandeza del efecto que no ser por esto produciría la Furatena
con su aspecto importante y la desnudes de sus rocas contrastando con
el espeso y vigoroso bosque de los cerros vecinos.
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