miércoles, 11 de junio de 2014
La Historia de La Calle El Tapao en La Zona Colonial
Dar un paseo por la ciudad colonial es viajar a través del
tiempo igual que el espacio. Uno pisa el pavimento que pisaron los
conquistadores, el pavimento que cubre las pistas hechas por los pies de los
taínos. Cada paso adelante es un paso atrás. Ando admirando la casa donde Diego
Colón soñaba con crecer su dominio, o la casa donde Nicolas Ovando soñaba con aniquilar
a los taínos, la casa donde Cortez soñaba con conquistar Mexico y Pizarro con
conquistar Peru. Estas casas sólidas y sus fachadas lúgubres se hacen la
ilusión de permanencia, mientras ellos que erigieron sus muros y se paseaban
ahí de un lado para otro ya han desaparecido hace muchos años; y también yo me
pierdo en la niebla de los años que pasan: cada paso me envejece, hago rumbo a
mi fallecer.
Se dice de un burgués que vivía durante los años 1500 que le
aconteció una desgracia y por la asquerosa mutilación de su cara fue obligado
andar con máscara. Las leyendas abundan: se quemó la cara por casualidad, fue
acuchillado peleando sobre una mujer, padecía una enfermedad que le desfiguró,
era veterano de batallas contra los piratas, o un condenado procedente de
Mexico. Este “tapao” enmascarado de hierro nunca se veía de dia, y de noche
solía salir a las calles deshabitadas en busca de algo que habia perdido, algo
que le perturbía la mente y no le dejaba acostarse de noche en su casa (esta
misma que ves ahí en la foto). Repetía su ritual de vagar las tenebrosas calles
noche tras noche. Desde entonces, la calle se llamó la calle del tapao. ¡Qué ha
debido de padecer! este hombre forastero que vivía en la tierra ajena de una
sociedad bien gregaria y chismosa, el lugar mas importante del nuevo mundo, la
sede del imperio español. He aquí un hombre que intentaba escapar de si mismo,
pero estaba encarcelado de su máscara, de los pesados muros de esa casa, y de
las palabras lastimeras de los vecinos. No se sabe qué fue de él, pero los
relatos multiplican.
Emigramos por la vida y por los sitios ajenos que otros
hacen. Por numerosas que sean, las raices que echamos no detienen nuestro
paisaje. Al nacer se nos lleva el turbellino. Estamos envueltos en una
inquietud perpetua. Cada paso adelante se nos aleja de lo que buscamos, y el
recuerdo de esa pérdida se fija en las cicatrices que atrofian el corazón. Pero
adelantar es también descubrir y consolarse de la filosofía. Cuando Cortéz
quemó sus naves en la orilla de un nuevo continente, ha debido de morirse un
poco en volverse de espaldas al mar caribe donde se distinguió en conquistar
Cuba. Con el incendio de esos mástiles de caoba, se agotaron los restos de su
vida anterior junto con las materiales que la encerraron.
Condenó a su banda de conquistadores, o sea merodeadores, a
luchar desesperadamente en la selva desconocida: seis cientos hombres en contra
del imperio de Moctezuma. Era un gesto atrevido y típico de ese hombre que
sabía que uno no puede estar quieto – hay que seguir adelante, seguir probando,
arriesgándose. Nacido en la tierra seca de Extremadura, este hidalgo se puso a
atravesar su extensión vacia y no paró, ni siquiera cuando llegó al lluvioso
paraiso tropical. La Española no lo detuvo, y el no dejó de viajar. Cortéz
reclamó un imperio para España, ¿pero para sí mismo qué reclamó? El privilegio
de comprometerse a hacer mas viajes. Aún después de morirse, seguía estar de
viaje. Su cadáver fue desenterrado casi diez veces, y viajaba por los siglos
entre el Antiguo y el Nuevo Mundo hasta que llegó a su descanso en el año 1947.
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