En 1940 su familia decide establecerse en Puerto Rico, donde se entrega con frenesí al mundo de la noche. Su incontinencia sexual también iba a ser una constante en su vida, pero a los 20 años contrae matrimonio con una rica heredera. Pronto, obtendría el divorcio y haría las maletas rumbo a Nueva York. Allí entra en contacto con el hampa, lo cual le costaría 4 años de cárcel. Luego, tomaría la decisión de regresar a Madrid. Era el 20 de Mayo de 1950.
En la capital, la noche madrileña se rinde a sus pies y contaba con diez millones de pesetas que le había dado su madre; toda una fortuna para la época que tardaría dos años en derrochar. Acuciado por las deudas propias de su estilo de vida, Jarabo iba a conocer a una ciudadana inglesa casada. Su nombre, Beryl Martin Jones. El dinero se acaba y recurre entonces a las casas de empeño, que se presentan como única vía de escape. Es así como Beryl cede a Jarabo un precioso solitario de oro con brillantes. Sin embargo, la casa de empeño a la que acuden, propiedad de Emilio Fernández Díaz y Félix López Robledo, sólo les conceden 4.000 pesetas.
Por aquel entonces, Beryl cae gravemente enferma y su marido no tarda en hacer acto de presencia con la intención de hacerla regresar. Sería la última vez que se viesen Jarabo y Beryl pero, ésta no deja de recordarle el anillo. Jarabo se promete recuperarlo y acude a la casa de empeño, donde los usureros niegan entregarlo a cualquier persona que no sea Beryl. Jarabo les comenta que traerá una carta firmada por ella. Al cabo de un par de días, se presenta con la carta y unas 2.000 pesetas. Emilio y Félix no dan por buena la cantidad. Jarabo, preso de la ira, comienza a urdir un plan.
A la semana siguiente, se presenta en el domicilio de Emilio Fernández y comprueba que se encuentran la criada y Emilio, que le dice que no son temas para tratarse en su casa y exige que se vaya. Jarabo recorre el pasillo de vuelta a la puerta y hace como que sale. Vuelve sobre sus pasos y se dirige al baño, donde sin mediar palabra dispara en la cabeza del usurero. Entonces resuelve asesinar a la asistenta. Le asesta un golpe brutal en la cabeza con una plancha quedando inconsciente la muchacha. Mientras trata de asfixiarla, se hace con un cuchillo y se lo clava en el corazón.
Jarabo se sienta con parsimonia y espera tranquilo. Iba a ser la esposa de Emilio la siguiente persona en ser asesinada. Entró en el piso y no le creyó cuando trato de tranquilizarla diciendo que era un inspector de Hacienda; unas manchas de sangre en su traje le delataban. La mujer emprende la huida hacia su dormitorio y es allí donde le son disparados dos tiros en la nuca. Faltaba dar muerte al otro socio de la casa de empeño, Félix López.
Un día más tarde, se dirige a la tienda con las llaves que sustrae de casa de Emilio. Espera paciente a su nueva víctima en el interior, que entra confiado y ni siquiera le da tiempo a volverse cuando, con el mismo modus operandi, le son descerrajados dos tiros en la nuca. Creyendo tener el asunto resuelto, marcha a una tintorería donde deja su traje manchado de sangre. Eso y el descubrimiento de los cuerpos, iban a producir su detención por la policía prácticamente 24 horas después de su último homicidio.
Jarabo sería condenado a muerte y ni siquiera utilizando sus contactos familiares (su tío era presidente del Tribunal Supremo) iba a conmutar su pena. Sería el último ajusticiado a garrote vil, ejecución digna de una auténtica carnicería debido al grosor de su cuello. Tardó 20 minutos en morir.
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