lunes, 7 de octubre de 2019
La Maldición de Laurinaga
El señor de las
Islas Afortunadas (S. XV), D. Pedro Fernández de Saavedra, era un
caballero bravucón y pendenciero que, nada más pisar tierra
guanche, comenzó a tener aventuras con las hermosas lugareñas. De
estas esporádicas relaciones, nacieron una sarta de hijos
ilegítimos. No obstante, según los convencionalismos de la época,
hubo de casarse con una mujer de buena familia. La escogida fue
Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, con la que tuvo
catorce hijos.
Uno de estos hijos
fue D. Luis Fernández de Herrera, quién heredó los atributos
físicos de su padre y su egotismo. También dado a los escarceos
amorosos, seducía a las indígenas que lo admiraban como a un héroe.
Y sería una de ellas su perdición. Una atractiva guanche, bautizada
como Fernanda, fue su objeto de deseo durante meses.
Ésta no accedía a
sus deseos, pero temerosa de posibles represalias, aceptó a
acompañar a D. Luis a una cacería de su padre. Durante la jornada,
aprovechó para llevársela a otro lugar, lejos de miradas
indiscretas. Sin embargo, al intentar abrazarla, ésta se asustó y
empezó a pedir ayuda. Pronto el resto de los asistentes a la cacería
se percataron de la ausencia de los jóvenes.
Aunque la comitiva
acudió presta al lugar de donde provenían los gritos, un lugareño
se adelantó y, por intentar defender a Fernanda, D. Luis desenvainó
un cuchillo y el guanche se lo arrebató hábilmente.
Pero, justo en ese
momento, aparecía el padre de éste, D. Pedro Fernández de
Saavedra, quién con su caballo, aplastó al campesino muriendo éste
en el acto. Pocos minutos después, aparecía una anciana, madre del
labrador asesinado, y al comprobar quién era el causante de la
muerte de su hijo, descubrió que se trataba del hombre que la había
seducido en su juventud, padre y asesino de su propio hijo.
Dolorida, elevó sus
ojos al cielo, invocando a sus dioses guanches y maldijo toda la
tierra de Fuertenventura, por ser D. Pedro Fernández de Saavedra su
señor. Desde entonces, el viento sopló con fuerza del Sáhara,
quemando todo a su paso. Año tras año, la isla se convirtió en un
bello desierto, pero un desierto que, dicen los antiguos, acabará
desapareciendo bajo la maldición de Laurinaga.
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