sábado, 5 de octubre de 2019
La Casa de Los Siete Vampiros
En Rumanía no todos
los vampiros están muertos. Algunos respiran, y solo se diferencian
de las personas normales en que por las noches su alma abandona el
cuerpo y deambula en forma de mariposa, polilla o pequeña luminaria.
Bajo esta forma pueden absorber la energía de humanos y de animales
domésticos y cometer todo tipo de maldades.
Ocurrió una vez en
Siret, cerca de la frontera con Ucrania, que tres soldados viajaban
en carreta junto a un anciano, buscando algún lugar en el que
conseguir un poco de heno. Se había hecho ya de noche, por lo que
pararon en una casa solitaria que se erguía al lado del camino en un
claro del bosque.
La mujer de la casa
los recibió con amabilidad. Invitó a los soldados y al anciano a
pasar a la cocina y le sirvió a cada uno un cuenco de pudin de maíz,
tras lo cual abandonó su compañía, aduciendo que tenía otras
labores de las que ocuparse.
Cuando terminaron de
comer, los soldados quisieron buscar a la buena mujer para darle las
gracias, pero esta no aparecía en ninguna de las habitaciones de la
casa. Decidieron entonces subir al desván, a ver si se encontraba
allí. Al entrar, la vieron tirada en el suelo junto a otros seis
cuerpos inertes.
Ninguno de los
cuerpos se movía lo más mínimo; estaban como paralizados, con la
mirada fija en el techo y la boca abierta. Había mucho de
antinatural en su inmovilidad, parecían cáscaras vacías, casi
cadáveres.
―¡Strigoi!
―exclamó el anciano con horror.
Él y los soldados
huyeron escaleras abajo, montaron en la carreta y se alejaron de la
casa lo más deprisa que podían. Cuando, ya a una distancia
prudencial, volvieron la vista atrás, vieron cómo siete pequeñas
luces salían de detrás de la casa y se dirigían camino arriba
hacia ellos.
Eran estas las almas
de los vampiros. Si los soldados le hubieran dado la vuelta a los
siete cuerpos del desván, nunca hubieran podido volver a entrar en
ellos.
Según la tradición,
las almas de los vampiros vivientes se reúnen con los vampiros
muertos a las afueras de los pueblos, allí en donde no se oye el
canto del cuco ni el ladrido del perro, y aprenden de ellos gran
cantidad de conjuros y hechizos maléficos, y unos y otros se
reparten las personas a las que planean hacer daño como si estas
fuesen cabezas de ganado. Los campesinos rumanos no distinguen entre
un tipo u otro de vampiro, y a ambos los denominan con el mismo
término.
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