miércoles, 9 de octubre de 2019
La Leyenda del Rey de los Gatos
Los gatos son
animales un tanto misteriosos: van y vienen a su gusto, y ni siquiera
su dueño puede saber con seguridad donde han estado, ni a donde
piensan ir, ni mucho menos qué ideas pasan por su pequeña cabecita.
No en vano la tradición los asocia a las brujas y a los magos o los
presenta incluso como personificación del demonio, haciendo así que
el propietario dependa de su mascota y no al revés.
Una inquietante
sospecha acerca de nuestros amigos felinos a la cual dan forma varias
leyendas y narraciones populares es la de que llevan una vida
secreta, que entre los gatos existe una estructura social compleja y
análoga a la nuestra, acerca de la cual no sabemos nada porque ellos
la mantienen oculta.
Y existe un Rey de
los Gatos, dicen varias leyendas de Irlanda, Inglaterra y Escocia,
que se pasea entre nosotros de incógnito.
La siguiente
historia fue recogida por Charlotte S. Burke en tierras escocesas en
1884. Existe también una versión inglesa, recopilada por Joseph
Jacobs en More English Fairy Tales, mucho más difundida y popular,
pero que a mí me gusta menos ya que se aleja de lo fantástico y lo
legendario para acercarse al cuento maravilloso. Por tanto, aquí he
seguido la otra versión. Y cuenta lo siguiente:
Dos jóvenes de
Edimburgo habían alquilado una pequeña casa en un lugar remoto al
norte de Escocia. Su intención consistía en pasar allí el otoño,
aprovechando para practicar el noble deporte de la caza en los
bosques adyacentes. Junto a ellos vivía una anciana a la que habían
contratado para que les hiciese la comida, así como el gato de esta
y varios perros.
Normalmente, ambos
jóvenes salían a cazar juntos, pero una tarde uno de ellos prefirió
quedarse en casa. Así que el otro cogió su escopeta y partió sólo
en dirección al bosque, prometiendo primero, eso sí, que regresaría
antes de la puesta del Sol.
Sin embargo, pasaron
las horas y no aparecía. Su amigo esperaba cada vez más preocupado.
Ya se había hecho de noche y quedaba muy atrás la hora habitual a
la que cenaban, cuando, finalmente, el cazador regresó. Según le
pareció al otro joven, traía el rostro muy pálido y aspecto de
estar exhausto.
Hasta que no
hubieron cenado, no accedió a contar a su amigo lo que le había
sucedido. Estaban sentados frente al fuego, con los perros tumbados a
sus pies y el gato negro de su cocinera adormecido entre ellos,
cuando comenzó a hablar:
―Bien, quieres
saber qué ha ocurrido para que haya llegado tan tarde, y te lo
contaré, pero has de saber que se trata de algo tan extraño que ni
yo mismo estoy seguro de que haya acontecido en realidad.
“Me encontraba en
el camino del bosque, apenas a unos veinte minutos de aquí, cuando
descendió una espesa niebla que me hizo perder completamente el
sentido de la orientación. Intenté ubicarme y regresar en dirección
a la casa, pero, al parecer, no hice más que adentrarme entre los
árboles. Para mi desesperación, no tardó en hacerse de noche.”
“De repente me
pareció ver una luz moverse entre la niebla y la creciente
oscuridad. Decidí seguirla a ver si me conducía a algún lugar
habitado. Ya había avanzado unos cien metros tras ella cuando se
apagó. Como estaba justo al lado de un roble de aspecto robusto, me
subía a él a ver si desde algo más arriba era capaz de volver
divisar la misteriosa luz. Y vaya si lo hice.”
“Resulta que
estaba justo al otro lado del árbol. Desde las ramas vi bajo mi
posición ―y aún no entiendo muy bien como puede ser esto― lo
que parecía una iglesia. Se oían cánticos, y alcancé a ver que se
estaba celebrando un funeral, pues había un ataúd rodeado de
antorchas. Pero quienes llevaban esas antorchas…, oh amigo mío, no
me creerás cuando te diga quienes portaban aquellas antorchas.”
Y ahí detuvo el
joven su narración, alegando que le tomaría por un loco si contaba
el resto de la historia. Pero tanto le insistió su amigo para que
concluyese el relato que al final acabó accediendo. La expectación
flotaba en el ambiente, e incluso el gato de la cocinera parecía
escucharles con extremada atención, casi como si pudiese entender lo
que decían.
―De acuerdo, pues
esto es lo que sucedía: las manos que sujetaban las antorchas y el
ataúd eran pequeñas y peludas y tenían las uñas afiladas. ¡Sus
propietarios eran gatos, te lo juro, gatos! ¡Y sobre la tapa del
ataúd había grabadas una corona y un cetro!
Al decir esto
originó un tremendo caos en la habitación: el gato negro de la
cocinera comenzó a correr dando vueltas por las paredes a una
velocidad inverosímil, y a los dos hombres les pareció oírle
exclamar con una voz extraña pero perfectamente comprensible: “¡Por
Júpiter, el viejo Pete ha muerto. ¡Ahora yo soy el Rey de los
Gatos!”. Tras lo cual se dirigió hacia el fuego, lo esquivó con
un hábil salto y desapareció chimenea arriba. Nunca más lo
volvieron a ver…
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