domingo, 7 de abril de 2013
La Malinche.
Aquella mañana del 15 de marzo de 1519, después de enfrentar
y vencer a los naturales en dos escaramuzas en las cercanías del río Tabasco
–hoy Grijalva–, Cortés y sus hombres recibieron la inesperada visita de una
comitiva enviada por el señor de Potochtlan, quien, como prueba de sumisión, quiso
halagar a los recién desembarcados con numerosos regalos, entre los que
destacaban joyas, textiles, alimentos y un grupo de veinte mujeres, todas
jovencitas, quienes de inmediato fueron repartidas por Cortés entre sus
capitanes; tocó a Alonso Hernández de Portocarrero aquella joven que pronto se
convertiría en uno de los personajes más importantes de la épica empresa de
conquista que estaba por comenzar: Malintzin o Malinche.
De acuerdo con Bernal Díaz del Castillo, Malintzin era una
mujer nativa del pueblo de Painalla, en la provincia de Coatzacoalcos (en el
actual estado de Veracruz), y “desde pequeña fue gran señora y cacica de
pueblos y vasallos”. Sin embargo, su vida cambió cuando, aun siendo niña, su
padre murió y su madre contrajo nuevas nupcias con otro cacique, de cuya unión
nació un hijo varón, a quien se determinaría dejar el cacicazgo una vez que
éste tuviera la edad suficiente para asumir el control del mismo, haciendo a un
lado a la Malintzin como posible sucesora.
Ante esa incómoda perspectiva, la pequeña Malinche fue
regalada a un grupo de mercaderes provenientes de la región del Xicalango, la
famosa zona comercial en donde se daban cita las caravanas de comerciantes para
intercambiar sus productos. Fueron estos pochtecas los que más tarde la
intercambiarían con la gente de Tabasco, quienes, como ya se dijo, la
ofrecieron a Cortés sin siquiera imaginar el futuro que aguardaba a esta mujer
“de buen parecer... entremetida y desenvuelta...”
A los pocos días de este encuentro con los indígenas
tabasqueños, Cortés se hizo nuevamente a la mar, con rumbo al septentrión,
bordeando la costa del Golfo de México hasta alcanzar los arenales de
Chalchiucueyehcan, explorados ya con anterioridad por Juan de Grijalva en su
expedición de 1518 –en ellos se asienta ahora el moderno puerto de Veracruz–.
Parece ser que durante este trayecto Malinche y el resto de las nativas fueron
bautizadas bajo la religión cristiana por el clérigo Juan de Díaz; recordemos
que para que pudiese haber unión carnal con estas nativas, los españoles tenían
que reconocerlas antes como partícipes de la misma fe que ellos profesaban.
Asentados ya en Chalchiucueyehcan, unos soldados se
percataron de que Malintzin conversaba animadamente con otra naboría, una de
aquellas mujeres enviadas por los mexicas para hacer tortillas a los españoles,
y que la plática era en lengua mexicana. Sabedor Cortés de aquel hecho la mandó
llamar, certificando que hablaba tanto el maya como el náhuatl; era pues,
bilingüe. El conquistador quedó maravillado, porque con ello tenía resuelto el
problema de cómo entenderse con los aztecas, y eso iba de acuerdo con su deseo
de conocer el reino del señor Moctezuma y su ciudad capital,
México-Tenochtitlan, de la cual ya había escuchado fantásticos relatos.
Así pues, Malinche deja de ser una mujer más al servicio
sexual de los españoles y se convierte en la inseparable compañera de Cortés,
no sólo traduciendo sino también explicando al conquistador la forma de pensar
y las creencias de los antiguos mexicanos; en Tlaxcala aconsejó cortar las
manos de los espías para que así los indígenas respetaran a los españoles. En
Cholula avisó a Cortés de la conspiración que supuestamente los aztecas y los
cholultecas planeaban en su contra; la respuesta fue la cruel matanza que el
capitán extremeño hizo de la población de esta ciudad. Y ya en
México-Tenochtitlan explicó las creencias religiosas y la visión fatalista que
imperaban en la mente del soberano tenochca; también peleó al lado de los
españoles en la famosa batalla de la “Noche Triste”, en la que los guerreros
aztecas, encabezados por Cuitláhuac, expulsaron de su ciudad a los
conquistadores europeos antes de que fuera finalmente sitiada el 13 de agosto
de 1521.
Tras la caída a sangre y fuego de México-Tenochtitlan, Malintzin
tuvo un hijo con Cortés, a quien dieron el nombre de Martín. Tiempo después, en
1524, durante la fatídica expedición a las Hibueras, el mismo Cortés la casó
con Juan Jaramillo, en algún lugar cercano a Orizaba, y de aquella unión nació
su hija María.
Doña Marina, como fue bautizada por los españoles, murió
misteriosamente en su casa de la calle de La Moneda, una madrugada del 29 de
enero de 1529, según afirma Otilia Meza, quien dice haber visto el acta de
defunción firmada por fray Pedro de Gante; quizá fue asesinada para que no
declarara en contra de Cortés en el juicio que se le seguía a éste. Sin
embargo, su imagen, plasmada en las coloridas láminas del Lienzo de Tlaxcala o
en las memorables páginas del Códice Florentino, aún nos recuerdan que ella,
sin proponérselo, fue la madre simbólica del mestizaje en México...
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