Entonces Pillán, como dueño de la montaña, desencadenó una tormenta y el volcán empezó a arrojar lava, humo, llamas ardientes y cenizas que provocaron el terror de la población. Consultado el brujo de la tribu, sin cuya opinión los indígenas no resolvían nada, la respuesta vino después de algunos días en el hueco de una montaña. Para aplacar las iras de Pillán era necesario sacrificar a Huilefún, la hija menor del cacique, bella y entrañablemente querida por la tribu, y arrojar sus restos en la hoguera del volcán. El cacique no tuvo más remedio que aceptar el terrible fallo. El portador de la princesa sería el muchacho más joven y más valiente de la tribu, Quechuán, a quien el brujo dio las explicaciones del caso. Al cumplir con aquel mandato, Quechuán cargó a la muchacha en sus hombros y la llevó hasta el lugar de la montaña donde con más fuerza soplaban los vientos de Pillán, sin una sola queja de la princesa cuando fue abandonada en aquella soledad. Inmediatamente vio acercarse en vuelo majestuoso, un cóndor cuyos ojos refulgían con llamaradas de fuego. Tomó a la joven con sus garras y elevándose con ella la arrojó al mismo cráter huracanado y frío del sur. Densos nubarrones ocultaron el cielo y una espesa nevada cubrió la hoguera. El holocausto de Huilefún pareció calmar para siempre las iras de Pillán. Desde entonces el Lanín es un volcán apagado, con sus fuegos sin duda ocultos debajo de la cúpula blanca, tal vez como la ven sorprendidos los viajeros que van en busca de emociones y se encuentran bruscamente con su impresionante panorama. Pillán mismo, a pesar de ser la divinidad del mal, quiso castigar así a los cazadores de la tribu abajeña que en su locura por matar y ciegos de ira por la vivacidad de su organismo invadieron los dominios donde estaba prohibida la caza del huemul.
jueves, 7 de abril de 2011
La Leyenda Del Volcán Lanìn
Hace muchos años, vivía en la cumbre del Lanín, Pillán, el Dios del mal, aunque era justo y defensor de la naturaleza. Un día, mocetones de la tribu de Huanquimil, persiguiendo huemules, de cuya carne se alimentaban, y se abrigaban con su piel, llegaron, sin darse cuenta, (porque sabían que ahí estaba vigilando Pillán), a una gran altura.
Entonces Pillán, como dueño de la montaña, desencadenó una tormenta y el volcán empezó a arrojar lava, humo, llamas ardientes y cenizas que provocaron el terror de la población. Consultado el brujo de la tribu, sin cuya opinión los indígenas no resolvían nada, la respuesta vino después de algunos días en el hueco de una montaña. Para aplacar las iras de Pillán era necesario sacrificar a Huilefún, la hija menor del cacique, bella y entrañablemente querida por la tribu, y arrojar sus restos en la hoguera del volcán. El cacique no tuvo más remedio que aceptar el terrible fallo. El portador de la princesa sería el muchacho más joven y más valiente de la tribu, Quechuán, a quien el brujo dio las explicaciones del caso. Al cumplir con aquel mandato, Quechuán cargó a la muchacha en sus hombros y la llevó hasta el lugar de la montaña donde con más fuerza soplaban los vientos de Pillán, sin una sola queja de la princesa cuando fue abandonada en aquella soledad. Inmediatamente vio acercarse en vuelo majestuoso, un cóndor cuyos ojos refulgían con llamaradas de fuego. Tomó a la joven con sus garras y elevándose con ella la arrojó al mismo cráter huracanado y frío del sur. Densos nubarrones ocultaron el cielo y una espesa nevada cubrió la hoguera. El holocausto de Huilefún pareció calmar para siempre las iras de Pillán. Desde entonces el Lanín es un volcán apagado, con sus fuegos sin duda ocultos debajo de la cúpula blanca, tal vez como la ven sorprendidos los viajeros que van en busca de emociones y se encuentran bruscamente con su impresionante panorama. Pillán mismo, a pesar de ser la divinidad del mal, quiso castigar así a los cazadores de la tribu abajeña que en su locura por matar y ciegos de ira por la vivacidad de su organismo invadieron los dominios donde estaba prohibida la caza del huemul.
Entonces Pillán, como dueño de la montaña, desencadenó una tormenta y el volcán empezó a arrojar lava, humo, llamas ardientes y cenizas que provocaron el terror de la población. Consultado el brujo de la tribu, sin cuya opinión los indígenas no resolvían nada, la respuesta vino después de algunos días en el hueco de una montaña. Para aplacar las iras de Pillán era necesario sacrificar a Huilefún, la hija menor del cacique, bella y entrañablemente querida por la tribu, y arrojar sus restos en la hoguera del volcán. El cacique no tuvo más remedio que aceptar el terrible fallo. El portador de la princesa sería el muchacho más joven y más valiente de la tribu, Quechuán, a quien el brujo dio las explicaciones del caso. Al cumplir con aquel mandato, Quechuán cargó a la muchacha en sus hombros y la llevó hasta el lugar de la montaña donde con más fuerza soplaban los vientos de Pillán, sin una sola queja de la princesa cuando fue abandonada en aquella soledad. Inmediatamente vio acercarse en vuelo majestuoso, un cóndor cuyos ojos refulgían con llamaradas de fuego. Tomó a la joven con sus garras y elevándose con ella la arrojó al mismo cráter huracanado y frío del sur. Densos nubarrones ocultaron el cielo y una espesa nevada cubrió la hoguera. El holocausto de Huilefún pareció calmar para siempre las iras de Pillán. Desde entonces el Lanín es un volcán apagado, con sus fuegos sin duda ocultos debajo de la cúpula blanca, tal vez como la ven sorprendidos los viajeros que van en busca de emociones y se encuentran bruscamente con su impresionante panorama. Pillán mismo, a pesar de ser la divinidad del mal, quiso castigar así a los cazadores de la tribu abajeña que en su locura por matar y ciegos de ira por la vivacidad de su organismo invadieron los dominios donde estaba prohibida la caza del huemul.
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