Pero por distintas razones, que veremos más adelante, Mexeush y Kapenkenk llegaron tarde, así que Kellfü avisado de inmediato por Kilken, nadó rápidamente hacia un Chakao donde se había reunido la asamblea de animales y aceptó sin dudar un solo instante la petición de Terr-werr. Se dirigieron todos hacia la cueva de la tuco-tuco, donde estaba escondido El’Al y una vez allí, el cisne esponjó las plumas de su lomo, con las cuales formó un cálido y mullido nido, y el muchacho se acomodó en él, preparado para el largo vuelo. A continuación, estirando el cuello, Kellfü carreteó un largo trecho por la orilla del lago y finalmente, con un graznido que fue de alivio y de despedida a la vez, se elevó cada vez más en el cielo azul, rumbeando hacia el poniente con un vuelo infatigable y sereno, que sabía que podía sostener durante largas horas.
“Nadie ha contado jamás los detalles del largo vuelo” señaló Katrú, pero se rumorea que durante ese tiempo el cisne y el muchacho se convirtieron en amigos inseparables, y que fue allí, muy alto sobre las encrespadas aguas del “mar”, donde Kellfü bautizó con el nombre de El’Al a aquella criatura desvalida y sin nombre.
Siempre volando a gran altura, El’Al y el cisne dejaron atrás la isla, internándose en el inmenso océano hasta que, finalmente, divisaron la elevada montaña azul de que les había hablado Kíus. Kellfü se posó cuidadosamente en la más alta de las cimas del Chaltén –que así bautizaron ambos a la montaña, por su color – y el cisne cuidó a El’Al con la devoción de un verdadero padre, durante tres días con sus noches, alimentándolo y abrigándolo hasta que estuvo listo para descender del cerro y comenzar la creación de la Mapu y sus habitantes.
Al ver su tarea terminada, Kellfü emprendió el largo vuelo de regreso, comunicó a Terr-werr y los demás animales el cumplimiento de su misión y se retiró a las lagunas y la orilla del “mar”, desde donde, según la leyenda, todas las mañanas recuerda a El’Al y lo saluda con un graznido. Pero también se dice que mucho después de lo que se ha contado, una vez que hubo culminado su obra creadora y abandonado la Mapu, El'Al volvió a buscar a Kellfü y se dirigió, montado en él como la primera vez, directamente hacia el sol naciente. Día tras día volaron hacia el Este, y cuentan los que saben que, cuando Kellfü se encontraba cansado, se lo decía a El’Al, y éste disparaba una flecha que se hundía en el agua, y las ondas que esta formaba hacían surgir una isla, donde el cisne se detenía a descansar antes de reanudar el vuelo.
Y fue esa devoción que Kellfü le manifestó a El’Al lo que hizo que los cisnes se convirtieran en animales sagrados para los Chonek. Jamás los cazan, los crían ni los encierran, y cuando un cisne muere, ni siquiera las aves carroñeras más osadas se atreven a picotear su cadáver, pues saben que esto atraería una terrible represalia de su creador El’Al.
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