domingo, 1 de septiembre de 2019
La Carreta Fantasma
La antigua calle de
La Carreta, fue en tiempo de nuestros tatarabuelos, una rústica e
importante vía utilizada para transportar las cosechas que recogían
sus pocos y esforzados habitantes; especialmente café, cuya salida
al Atlántico se daba por la vieja y empedrada calle a Carrillo.
Ya a mediados del
siglo dieciocho, -se comentaba-, entre los vecinos de otros pueblos;
la riqueza de estas tierras realengas. Esta calle constituyó
-durante muchos años -, la principal ruta de acceso de sus primeros
pobladores. Quienes poco a poco, fueron arribando al pequeño valle
con sus alforjas repletas de ilusiones. Ellos y ellas, abrieron
trocha y surco para dar progreso a esta alejada zona.
Por esta calle,
entraron hundidos en barro o ahogados en polvo -según la época de
su arribo-: Los Huertas, los Chaves, los Umaña, los Castro, los
Blanco, los Morillo (Murillo), los González, los Fernández, los
Granados y muchos otros esforzados pioneros. Ellos comprometieron
músculo y corazón regando con sudor y lágrimas las simientes de
las futuras generaciones.
Esta antigua calle
(actual calle de San Rafael), sitio preferido por sus escasos
habitantes para afincarse en sus alrededores, – dio origen al
pueblo de Moravia.-. Fue en este escenario, donde se inició la
leyenda que hoy les cuento:
Bartolo, oscuro
personaje, muy alejado de la palabra sagrada, venía planeando desde
hacía un tiempo: -cómo hacer fortuna sin mayor esfuerzo-. Se había
ocupado de varias actividades en los tabacales y cafetales de la zona
sin mayor éxito. Su fuerte carácter y su inclinado vicio hacia las
bebidas “espirituosas” lo estaban acabando. Necesitaba
urgentemente dar un -“golpe de suerte”-; que lo sacara de sus
miserias.
Una noticia local
alimentó su codicia. Pronto llegarían las fiestas de Octubre: -con
sus carreras de caballos, de cintas, turno y bailongo-. Estaba más
que enterado de que esos “dineritos” se guardaban en una caja
única que custodiaba la “Junta” de la cual el “mandamás”
era el “Curita” de la pequeña Villa.
El “Padrecito”
-ya entrado en canas-, había ingresado a la zona del Murciélago,
por la ruta de Carrillo. Durante muchos años, anduvo evangelizando
indígenas por las montañas de Talamanca. Hacía poco tiempo, había
buscado retiro en el hermoso vallecito: -A fin de dar un poco de
descanso a sus adoloridos huesos… Decía él-.
Con gran sigilo,
-amparado en las sombras de la noche-, Bartolo se dirigió a cometer
tan inconfesable acto. Las cosas no salieron como él pensaba, lo
descubrió el anciano sacerdote quien comenzó a despertar a sus
vecinos con fuertes gritos. No lo pensó dos veces, -con rabia
demoníaca-, enterró varias veces su afilado puñal en el pecho del
viejo sacerdote quien entre plegarias y lamentos se despidió de este
mundo.
Seguidamente, huyó:
-Sin poder llevarse el botín-, rumbo a los montes del Virilla.
El río estaba muy
crecido, -en esa lejana época no había puente-. El homicida fue
arrastrado por las turbulentas aguas invernales. -Pagaba pronto y
caro su crimen-.
Los indignados
vecinos organizaron una intensa búsqueda: – Lo encontraron
prensado entre unas enormes piedras; ya difunto-.
Las carretas
siguieron transportando su preciosa carga- a luz del día-; como era
costumbre. No obstante, al poco tiempo, durante las noches de luna
llena, comenzó a llamar la atención -entre los vecinos de la
calle-, el sonido quejumbroso de una carreta. Pronto cundió la
alarma, y los más valientes, se organizaron para ver lo que estaba
ocurriendo. Aterrados, comentaron, que escucharon en la angosta y
oscura calle su característico golpeteo… ¡Nunca lograron verla!
Tiempo después, una
pariente cercana a Bartolo –en su lecho de muerte-, tuvo la
siguiente visión:
-El asesino había
sido condenado, eternamente, a pasear en carreta el alma de su
víctima. Hecho que se repetiría durante las noches de luna llena
-en su total recorrido-: 2.2 km.-
Desde entonces,
generaciones de “rafaeleños”, sobrecogidos durante las noches de
luna llena; vienen afirmando: -que en la antigua calle-, es posible
escuchar, pasada la media noche, el quejumbroso paso de una carreta;
y comentan: – Que a pesar de que se han organizado para tratar de
verla; nunca lo han logrado-… ¡Sólo la escuchan!-.
Los invitamos a que
nos ayuden a esclarecer este misterio. Si usted se llena de valor y
se ubica, -pasada la media noche-, cerca del viejo aserradero;
-¡Ponga mucha atención!-. Si logra escuchar el golpeteo de una
carreta.
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