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Desde ya les agradezco a todos y pido disculpas si no se agrega la fuente por que muchos correos no la poseen y para no cometer errores no se agrega pero en este pequeño equipo estamos muy agradecidos para con todos. Muchísimas Gracias a todos en general por su valiosa información y por su cordial atención.

Equipo Infinito.



domingo, 1 de septiembre de 2019

La Leyenda de los Hombres-Serpiente


Cuenta la leyenda que muy atrás en el tiempo, eras antes de la aparición de los elfos o los cambiantes, una raza de lagartos inteligentes habitó Tir n'ail junto con las primeras creaciones de los dioses. Fueron fieles sirvientes de estas deidades a las cuales temían y adoraban, hasta el día en que descubrieron que podían controlar las fuerzas mágicas y tal poder los corrompió. El blasfemo comportamiento de estas criaturas primigénias provocó que los entes elementales los castigaran relegándolos al olvido. Sin embargo, durante siglos se ha rumoreado con la presencia de los hombres serpiente en nuestros tiempos. Nunca nadie logró probar su existencia pero no es extraño oír historias sobre ellos en tabernas y también en boca de padres con niños traviesos a los que atemorizar para que se porten bien.


Imoriel Y Los Hijos Del Dragón

Hace mucho tiempo, Imoriel vivía junto con su clan en el corazón del bosque, aislados de otros elfos y de las principales vías que llevaban a la civilización. Eran libres y tomaban de la naturaleza solo lo necesario para vivir. De entre los elfos de su clan Imoriel era el mejor cazador, capaz de moverse por el bosque tan rápido como la brisa, su pisada no hacía ruido alguno y su puntería era certera. Sus vidas eran relativamente apacibles hasta que un día, mientras cazaban, el grupo se percató de algo inaudito, no se oía nada alrededor, ni el canto de las aves, ni los chillidos de las alimañas o el rugir de los depredadores, absolutamente nada. La quietud y falta de presencia animal pronto fue interpretada como un mal presagio. La situación se prolongó un día, y el siguiente, y otro, así durante cinco días hasta que la tragedia se cernió sobre el pueblo.

En los días siguientes a la desaparición de la caza, las partidas cada vez tenían que alejarse más y más de la aldea para lograr el sustento con el que mantenerlos a todos. Las bayas y el resto de frutos que podían recolectar no eran suficientes. Tanto se adentraban en la selva, que acampaban allí para volver al día siguiente con las capturas. En la oscuridad de la noche un fulgor lejano, en dirección hacia su hogar, iluminó el cielo tiñiéndolo de tonalidades naranjas. Alarmados retornaron a toda prisa pero no fue hasta la mañana del día siguiente que llegaron a la aldea encontrándola completamente arrasada. Los supervivientes lloraban la muerte de sus seres queridos y gritaban: "¡Dragones! ¡Los dragones han despertado!". Imoriel sintió como se resquebrajaba su corazón incapaz de asimilar tanto dolor, no pudo derramar ni una sola lágrima pues la ira y la sed de venganza llenaron el vacío de su pecho. Enloquecido corrió hacia el interior del bosque persiguiendo a los culpables de tanta destrucción.

Las gigantescas pisadas que se hundían profundamente en el suelo húmedo del bosque y las ramas de los árboles quebradas a su paso, eran un rasto tan claro como una límpida mañana de verano. Los pies de Imoriel corrían tan aprisa que casi no tocaban el lecho de hojarasca, sus ojos no parpadeaban y su mente era un torbellino caótico e inconexo que lo absorbía hacia un oscuro vacío de razón. La carrera del elfo fue abruptamente interrumpida al tropezar con la raíz de un árbol que sobresalía de la tierra. Era la primera vez que ocurría tal cosa, ni siquiera en su niñez había caído accidentalmente, juraría incluso que la raiz nudosa había surgido a su paso. Pero no se detuvo por tal nimiedad, no sintió dolor, la piel de su cara estaba encendida y gotas de sudor perlaban su rostro, Se puso en pie pero no había dado un paso cuando alguien reclamó su atención llamándolo por su nombre.

-¡Espera Imoriel!

El elfo, confundido, miró en derredor intentando localizar la fuente de aquella voz que provenía de todas direcciones, era como si el bosque mismo le hablase.

-No intentes detenerme, seas quien seas. Me he prometido reparar el crimen cometido contra mi pueblo y por mi vida que así lo haré.

-Morirás.

-Así sea. Y si te interpones en mi camino, tú me seguirás hasta el lugar del que nadie jamás regresa.

-Palabras de muerte es todo lo que sale de tu boca. Yo te ofrezco palabras de vida.

-¡Muéstrate! O deja que alcance mi destino.

La raíz en la que hubo trastabillado desapareció bajo tierra y asombrosamente el árbol al que pertenecía fue girándose lentamente entre el crujir de su vieja y ajada corteza. Era un castaño muy frondoso y su tronco era el más ancho de los árboles de alrededor, harían falta cinco o seis personas agarradas de la mano para rodearlo, lo que significaba que era el árbol más anciano del bosque. Mostró la parte posterior del árbol y una abertura en su tronco en cuyo interior estaba recostada la figura desnuda de una joven de belleza sobrenatural.



-No sabes qué te depara el destino Imoriel. Yo sí, solo lograrás que tu pueblo derrame más lágrimas y esta vez serán por tu culpa.

El joven cazador quedó impresionado unos segundos ante aquella aparición. Cuando recuperó el habla preguntó.

-¿Quién eres? ¿Cómo es que conoces mi nombre?

-Te conozco a ti y también al resto de tu pueblo. También conocí a tus ancestros y a los que hubieron antes que ellos. Conozco al zorro, a la lechuza y a la hormiga. Al sauce, al tejo y a la madreselva pues todos sois parte del bosque, como yo.

-Un espíritu del bosque. - Susurró para sus adentros Imoriel.

-Sería lo más cercano a lo que es un nombre para vosotros, sí. No soy un individuo así que nunca necesité algo así, un nombre, una palabra que me defina como un slolo ser. Mi existencia está ligada a cada criatura salvaje que aquí habita. Vosotros, los elfos, siempre habéis respetado el orden natural que rige el bosque y por eso me entristece lo que os ha pasado.

-Entonces sabes qué o quién es el responsable de nuestra tragedia. ¿En verdad fueron dragones? ¡Respóndeme por favor!

-Me pides una respuesta que no tengo. Soy tan antigua como éste bosque pues "nací" con él y nunca había visto criaturas semejantes. Parecen lagartos pero caminan sobre dos patas como haces tú y se comunican entre ellas en una lengua desconocida para mí. Ni la serpiente, ni la salamanquesa la entienden. Los animales sintieron el peligro de su presencia y huyeron al otro lado del bosque. Yo... Reaccioné demasiado tarde, mi noción del tiempo es distinta a la de las criaturas mortales, así que en parte soy responsable de lo ocurrido y por ello quiero compensaros de alguna forma.

La dríada saca un brazo del interior del tronco del castaño milenario y una de las ramas del árbol baja hasta su alcance. El espíritu agarra una pequeña rama recta como una vara y ésta se parte con un chasquido. Una mueca de dolor se refleja en el rostro de la ninfa como si la hubiera arrancado de su propia carne.

-Acércate. Toma esta vara de castaño, no es una madera común pues su savia es mi sangre y contiene la magia que te permitirá decidir tu destino. Llegará el momento en el que tendrás que decidir entre cumplir tu palabra de vida o tu palabra de muerte pero elijas una u otra, ambas exigirán un sacrificio. ¿Aceptas lo que te ofrezco?

-Acepto.- Respondió sin dudar si con aquello conseguía acabar con la amenaza de un enemigo desconocido.

-Vuelve entonces con los tuyos y piensa que decisión tomarás. Sea la que sea, al final, yo estaré a tu lado.


Los elfos supervivientes huyeron alejándose del interior del bosque y el peligro que acechaba, como hicieron los animales días atrás. Esa noche Imoriel la pasó en vela rememorando las palabras dichas por la dríada, meditando sobre lo que debía hacer. Sostenía la vara entre sus manos apretándola tan fuerte que sus nudillos se tornaron blancos. La cabeza le pedía calma y preocuparse por la seguridad de los que se salvaron, la sangre le hervía pidiendo venganza. Como él, varios camaradas ya habían decidido cazar a los dragones por imposible que pareciese tal idea. Imoriel aceptó seguirlos y de la vara talló una flecha con cabeza de dragón que al endurecerla al fuego se volvió más resistente que el acero.

Siguiendo el rastro llegaron a un valle en el que vieron que una parte de la ladera se había derrumbado por un deslizamiento de tierra. Viéndolo más de cerca, descubrieron un gran agujero que era la entrada a una caverna. También observaron que las rocas y la tierra habían sido retiradas. Armándose de valor atravesaron la hoquedad por la que podría pasar un gigante y se adentraron en las tinieblas.

Casi una veintena de elfos armados con arcos, cuchillos de caza y lanzas iban a enfrentarse a dragones mitológicos y a unos seres que ni el tiempo conocía de su existencia. Después de tres horas caminando en la oscuridad tan solo alumbrada por la luz de las antorchas, siempre bajando, hacía las entrañas de la tierra, amiroraron el paso al llegar a una bóveda de roca, tan grande que podía contener varias aldeas como la suya. Asomándose por una amplia cornisa natural, quedaron maravillados ante la visión que aparecía ante ellos. Toda una ciudad, una civilización desconocida se erigía sobre ríos de roca fundida que surgía de la tierra como la sangre de una herida profunda.

Avanzaron en silencio a la manera de los elfos del bosque, sus pasos no emitían sonido y solo podía oirse el roce de la tela de sus vestiduras. Antes de descender por la rampa empinada que bajaba hasta un camino de roca que servía de acceso a la ciudad, habían planeado que un pequeño grupo de ellos se internase en territorio enemigo para estudiarlos, mientras el resto permanecería oculto a la espera de entrar en acción.

Inmoriel tenía en mente devolverles todo el dolor causado, si es que unos seres tan viles eran capaces de sentir algo. El elfo iba acompañado por dos camaradas, moviéndose entre las sombras, las cascadas de lava fundida que caían de las paredes más alejadas así como los riachuelos que se filtraban por el suelo de roca eran la única iluminación natural ya que el sol quedaba a cientos de metros sobre la bóveda de piedra. Sudaban copiosamente y les resultaba difícil respirar, debían parar en ocasiones para evitar el sofoco. Una de esas paradas evitó que fueran dscubiertos cuando de una esquina aparecieron dos de aquellas criaturas. Los ojos de Inmoriel se abrieron como platos y por un momento, el rencor fue sustituido por el asombro. Lo que los supervivientes le contaron sobre esos seres no había sido fruto del pánico, sus cuerpos eran humanóides pero tanto su piel como su cabeza eran repulsivamente reptilianas. Vestían una especie de faldón que cubría sus piernas hasta los tobillos, sus pies descalzos acabados en garras negras como las de los dedos de las manos, la piel era escamosa y de un tono gris lechoso, aunque lo más terrorífico era su rostro cuyo rasgo más llamativo eran una gran boca repleta de afilados colmillos y unos malvados ojos de retícula rasgada. Cuando volvieron en si, los dos hijos de dragón les daban la espalda. Los elfos se miraron y asintieron con la cabeza, sacaron sus puñales y no les dieron oportunidad. La piel escamosa era tan dura que de no haber sido de manufactura élfica, la hoja de los puñales no habrían conseguido dañarles los órganos internos. Antes de desplomarse, sus gargantas gortadas emitieron un bufido siseante. arrastraron sus cuerpos detrás del edificio dejando un corto reguero de sangre, ésta era de un color rojo tan oscuro que parecía negro.

Siguieron adentrándose en territorio enemigo asesinando siempre que tenían oportunidad. Cada vez se alejaban más de su compañeros que los esperaban para comenzar la incursión. Sabían que su misión estaba abocada casi con total seguridad a ser una actuación suicida pero darían gustosos sus vidas si con ello conseguían amedrentar al enemigo lo suficiente para que se pensara dos veces volver a atacar a su pueblo. Si lograban llegar hasta alguna personalidad importante en su sociedad sería un duro golpe a su moral. Por eso el comando de Inmoriel se dirigía hacia el edificio más alto y fastuoso, el cual se elevaba como una torre en el centro de la ciudad. Su entrada estaba guardada por más hombres-serpiente y lograr pasar a la fuerza siendo solo tres sería imposible. Habían trazado una ruta más o menos segura y decidieron volver con el resto.

El camino de vuelta les confirmó que el grupo podría acceder hasta el centro de la ciudad con una menor posibilidad de ser descubiertos. Pero antes de llegar al punto de encuentro ocurrió algo que hizo que el corazón les diera un vuelco. Unas pisadas gigantestas hiceron vibrar el suelo, se escondieron en un lugar que les permitía espiar la calle principal y así fue que vieron un monstruo tan grande como las construcciones más altas de los alrededores. Era un dragón, o eso entendieron ellos, caminaba sobre dos poderosas patas traseras, su horrible cabeza era desporporcionadamente grande con respecto al torso del que surgían unos brazos minúsculos, la gran cola se balanceaba de izquierda a derecha al compás de su caminar. Sobre el cuello del monstruo había instalada una silla en la que un hombre-serpiente guiaba al monstruo con una larga lanza. Al dragón lo seguía una comitiva de más hombres-serpiente armados, parecía una partida que estaba de vuelta y lo que horrorizó a Inmoriel fue que entre ellos estaban sus compañeros los cuales habían sido encadendos los unos a los otros y eran obligados a caminar con bruscos empujones. Pasaron lentamente pero sin detenerse e Inmoriel pudo contar su número confirmando que habían peleado fieramente pues faltaban caras conocidas. A pesar de que el corazón los empujaba a salir y liberarlos, no hizo falta tener que refrenar a sus compañeros, sabían que sería imposible y perderían la única oportunidad de salvarlos.

Necesitaron un tiempo para calmarse y organizar su mente. Habían visto cuán complicado era colarse en la torre, una muralla la rodeaba y su entrada estaba protegida por una pequeña guardia. Siguiendo a escondidas a los prisioneros, volvieron al lugar desde el que podían ver claramente el acceso a la torre. La comitiva traspasó la muralla y los perdieron de vista. Pasaron los minutos y estos se convirtieron en horas, en aquel mundo subterráneo carente de sol era imposible orientarse. No encontraban la manera de poder colarse en el palacio hasta que se les presentó una oportunidad. Otro dragón se dirigía hacia la misma puerta por la que habían pasado los elfos cautivos, éste tiraba de un gran carro cargado de unas extrañas rocas luminiscentes. Se posicionaron de tal forma que cuando el carro pasó frente a ellos, treparon ágilmente sin ser descubiertos. Solo el jinete podría verlos desde su posición aunque para ello debería mirar por encima del alto respaldo de la silla. La guardia no lo detuvo para inspeccionar la carga a pesar de haber capturado recientemente a los intrusos, los lagartos estaban confiados en que esos débiles mamíferos no suponían un peligro real para ellos. Así lograron pasa las murallas de la torre y cuando vieron que no habían ojos vigilando, bajaron del carro y pegaron la espalda a los bloques de roca negra que eran la base de la torre. Una hoquedad a ras de suelo que despedía un fétido olor les sirvió para introducirse en el interior de la torre.

Las cloacas les llevaron hasta una cámara de la que colgaban cadenas y ganchos. Era difícil discernir si se trataba de una mazmorra, una sala de tortura o un almacén. Siguieron hacia delante sin saber a ciencia cierta que encontrarían, ni si serían capaces de encontrar a sus amigos. Todos permanecían en completo silencio, tan solo se oía el roce de sus ropas y los ecos lejanos de la vida en la torre. Imoriel creyó oir una voz que le llamaba, era dulce y femenina, apenas la oyó y dudó pensando que su mente estaba jugando con él pero volvió a escucharla una segunda vez. Sus compañeros no parecían darse cuenta pero Imoriel los guió hacia ella. De aquella mística manera llegaron a una habitación que no se distinguía de la anterior salvo por una tosca reja colocada en el suelo. Allí, encerrados tras la reja estaban sus compañeros y alguien más. ¡También encontraron a la gente raptada de la aldea! El gozo fue breve pues un resistente cerrojo impedía poder liberarlos del foso.

-¡Imoriel! Alabada sea la diosa.

-Amigos pronto os sacaremos de ahí y volveremos a casa.

-Antes tendrás que arrebatarle las llaves al carcelero. Escuché a ese cerdo hace un momento, en la habitación contigua.

Raudo, Loreth fue hacia la puerta y espió por la rendija. Allí estaba, una de esas criaturas reptilianas cuya oronda barriga casi no le dejaba realizar la tarea de cortar un gran pedazo de carne. Miró en derredor y comprobó que se trataba de las cocinas. Imoriel se acercó y haciendo gala de su famoso sigilo consiguió robar al carcelero el manojo de llaves que colgaba de su cinto sin que éste se diera cuenta. Acto seguido abrió el candado y usando una escalera que habían dejado intencionadamente cerca, sacó a los cautivos.

Sabían que la treta no tardaría en ser descubierta por lo que se apresuraron a salir por el mismo camino que habían usado para entrar. Algunos estaban heridos y había que ayudarles a caminar, eso les hizo retrasarse. Cuando salieron de la torre por la cloaca se encontraron con el problema de cómo burlar a la guardia de la puerta. La fortuna estaba de su lado y el mismo carro que los había colado permanecía parado en el mismo lugar. Ahora estaba vacío de su carga de rocas y ellos eran más de una veintena de personas, serían descubiertos fácilmente por el carretero o por una simple inspección de la guardia. Habían llegado demasiado lejos y ese parecía el fin del camino, por tanto no había nada más que perder y así fue como redujeron al carretero, se hicieron con el vehículo y sin saber muy bien cómo, un aterrado Loreth consiguió guiar al dragón arrollando a la guardia que les cortaba el paso.

Casi la totalidad de las fuerzas de la ciudad les pisaba los talones. Desarmados y en minoría no tendrían ninguna oportunidad contra el enemigo. El tiempo que les proporcionó el desconcierto fue la ventaja que les permitió llegar a la linde de la ciudad. Abandonaron el gran carromato cuando ya veían acercarse a la vanguardia de los hombre-serpiente. Tenían que cruzar un puente natural sobre una profunda grieta, en el fondo podía verse el intenso color de un río de lava fundida. Después del puente les esperaba la rampa que les llevaría hasta la cornisa desde la que habían visto toda la ciudad y luego tendrían un largo camino a través de la gruta de entrada. No lo conseguirían.

Imoriel quedó en retaguardia junto con Loreth para asegurarse de que nadie quedaba atrás. Junto con Kirin eran los únicos que portaban armas. La certeza de un final haciago era clara en la mente de Imoriel y también en los demás pero se negaban a aceptar una muerte horrenda como desenlace. Colmado de valor, Imoriel se detuvo en medio del puente, no antes de que lo hubiera hecho el resto. Y con una voz tan digna como la de los antiguos reyes élficos dijo sus últimas palabras.

-Loreth escúchame y haz lo que te digo. Guía a nuestro pueblo y llévalo a casa a salvo. Daos toda la prisa que os permitan vuestro pies cansados y no miréis atrás.

-¡No! Me quedaré contigo y les haremos frente. Juntos los retras...

Imoriel negó con la cabeza sin decir nada. Loreth sabía que lo que deseaba no serviría de nada así que aceptó el sacrificio de su amigo y rezó para que sirviera de algo.

Cuando Loreth, Imoriel se fue se giró hacia el otro extremo del puente y encaró al enemigo que ya había llegado. Una lluvia de flechas dieron muerte a toda serpiente que quiso atravesar el puente, ninguno logró si quiera acercarse a la mitad. Pero entonces llegó el grueso del enemigo. No quedaban flechas en su carcaj para tantos y dudaba de que sirvieran lo que él creía que eran dragones jóvenes y aun así enormes. Sin embargo cesó el acoso del enemigo y las filas se abrieron dejando paso a una criatura diferente a las demás. Era significativamente más alta y solo su torso tenía apariencia humanóide, se desplazaba sobre una gruesa cola serpentina y su cabeza era como la de una víbora. Aquel monstruo de casi tres metros de alto vestía ropajes ricamente adornados con metales preciosos y brillantes joyas. Se puso al frente de sus huestes flanqueado de una guardia real. Extendió uno de sus brazos y le trajeron a un elfo demacrado y de ojos hundidos. Era Zarías pero a Imoriel le costó reconocerlo estando en un estado tan deplorable. El jefe de los hombres-serpiente lanzó un pedazo de carne que estaba devorando ávidamente y con horror el elfo pudo ver que de los huesos roídos colgaba intacta una mano de mujer. Llevaron a Zarías junto al cacique y este agarró su cabeza con una mano. El prisionero comenzó a mover la boca emitiendo una voz fantasmagórica y carente de voluntad, tan solo reproducía el pensamiento del monstruo cuyo vocabulario, inteligible para Imoriel, eran solo siseos.

-Pequeña alimaña de superficie. Habéis osado rebelaros contra el pueblo de las profundidades. Nosotros que una vez gobernamos la superficie y caímos en el olvido a causa de una maldición. Pero hemos vuelto después de siglos sin ver la luz del sol y extenderemos nuestro imperio como antaño. Vosotros habéis sido honrados siendo nuestros primeros siervos de esta era. ¿Así nos agradeces que no os hayamos exterminado sin más? Pero tiene solución, si no nos servís como esclavos, seréis útiles como alimento. En nuestro encierro nos teníamos que conformar con las correosas alimañas de las profundidades pero vuetra carne es tierna y dulce. Especialmente la de vuestras crías.

La repulsión y la ira se apoderaron de Imoriel, quería matar a todas esas viles criaturas, que no quedase ni una que pudiera causar más daño. Como en trance su mano fue hacía el carcaj y la yema de sus dedos sintió la pluma de una flecha. Al tocar la madera una voz le habló desde dentro de su cabeza, era como el pensamiento de otra persona, esa voz era la misma que lo había guiado en la torre.

-Llegó el momento que presagié querido Imoriel. - Ahora podía oírla con total nitidez. Era la voz de la díadra del bosque. -Tú decides si tu última acción será de vida o de muerte. Como precio, elijas lo que elijas, tu pueblo sufrirá. Pero elige bien pues sus vidas están en tus manos. - Imoriel giró la vista hacia los suyos que ya casi habían alcanzado la cornisa. -No temas pues no harás este viaje solo, como te prometí estoy aquí, a tu lado, te cedo mi poder en forma de la flecha que tallaste de mi rama. - El elfo sintió una mano incorpórea acariciar su rostro con ternura. El gesto arrancó toda congoja de su corazón y le insufló el valor que necesitaba para sellar su destino.

Con un gesto el general de las serpientes ordenó cargar contra el elfo. Imoriel colocó la flecha de castaño en la cuerda de su arco y la tensó. Conforme preparaba el disparo la punta de la flecha con forma de cabeza de dragón comenzó a brillar, primero débilmente, luego más intensamente hasta que los hombres-serpiente tuvieron que detenerse cegados por tal fulgor. Imoriel apuntó hacia el pecho del rey y concentró todo su odio en ello, con un solo gesto lograría su venganza. Uno de los soldados señaló con el dedo hacia una figura etérea que se había materializado justo detrás de Imoriel, una joven de gran belleza, completamente desnuda, de largos cabellos con hojas enredadas en ellos. La dríada sostenía el brazo con el que él agarraba el arco, otorgándole su poder y evitando que el elfo flaquease. En el último momento el valiente Imoriel bajó el arma, apuntó a la base del puente y liberó la flecha.

Una explosión de luz iluminó la gigantesca bóveda subterránea que tembló cual terremoto. Los elfos se giraron asombrados pero tuvieron que retirar la vista hasta que la luz fue bajando en intensidad. Cuando recuperaron la vista el puente de roca había desaparecido y con él también Imoriel, así como los soldados y dragones que habían ido a por él. Al pie del puente desaparecido los observaba la gran serpiente, con rencor en sus viles ojos de pupilas rasgadas. Tuvieron que retirarse pues el nivel de la lava había crecido con la caída de las rocas imposibilitando de cualquier manera el paso hacia el otro lado.

Los días siguientes al suceso, los elfos lloraron la pérdida de sus seres querido y especialmente de su miembro más virtuoso el cual había dado su vida heróicamente por los demás. Así se cumplió la segunda profecía de la díadra y la pena se instaló en sus corazones durante el luto. Pero luego vino la alegría de la vida y la libertad. Los elfos no descansaron hasta cegar la gruta por la que habían salido los hombres-serpiente, condenándolos a otra era de oscuridad.

Por su parte, la dríada pese a haber consumido la mayor parte de su magia para salvar al pueblo élfico, sobrevivió para mantener con vida el bosque y protegerlo de futuras amenazas como la de los hombres-serpiente. Dicen que muchos años después, una niña que se perdió en el bosque durante tres días. En lo más profundo del bosque se encontró con una anciana que vivía dentro de un castaño muy grande el cual tenía la mitad de su copa muerta. Esta anciana la trató con mucha amabilidad, la alimentó con frutos del bosque y la ayudó a encontrar el camino de vuelta a casa.

Esta tragedia se convirtió en leyenda y llegó a nuestros días tal como ha sido relatada, para que nunca se olvide el peligro que nos acecha desde las profundidades de la tierra. Los hijos del dragón.

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