viernes, 3 de octubre de 2014
El Roblón
Es
más grande incluso que un Ojáncano. El nacimiento del Roblón es
muy curioso... Según cuentan los ancianos era un roble normal y
corriente, aunque viejo, que tenía un enorme hueco en el tronco. Una
tarde de tormenta se cobijó en el hueco de su tronco una bellísima
muchacha.
Empapada y aterida como estaba se apretó contra las
paredes del hueco y el árbol, ante la tibieza de aquél cuerpo y el
aliento de aquella boca sonrosada, sintió como la savia le corría
más rápido por el tronco hasta que acabó estrechando a la mocita
en un abrazo mortal. El árbol absorbió la sustancia y los humores
de aquel joven cuerpo y aquella nueva savia hizo crecer
desmesuradamente al roble, cuyas raíces se extendieron por los
alrededores robando a los árboles y arbustos cercanos, no sólo su
agua y alimento sino también su savia.
De
este modo el Roblón acabó teniendo un aspecto extrañísimo. Su
larga cabellera era de hierba casi seca, que caía en grandes
mechones desde sus ramas más altas. La frente, ancha y rugosa era de
haya. La nariz era una rama de encina, las barbas eran un bosque de
matas de brezo, debajo de la cabeza le salían dos troncos de abedul
que eran los brazos, con multitud de ramas como dedos. Y las piernas
robustas y nervudas, eran fresnos de todos los tamaños. De roble
sólo le quedaban las mandíbulas y el corazón.
En
cuanto a los ojos, eran los de la muchachita, que, abrasados de
dolor, aparecían envueltos por una mata de espino que llenaba
totalmente las cuencas y ardía sin consumirse, de modo que , por la
noche parecían dos lunas.
Después
de esto el Roblón se empezó a mover, convirtiéndose en el azote de
la Montaña. Sus pisadas hacían temblar los bosques, su respiración
agitaba las ramas de los árboles y su sombra parecía la de una
nube. Destrozaba todo lo que había a su paso, fueran cabañas,
setos, paredes y, sobre todo, fuentes, a las que acudía a meter sus
raíces para absorber por los pies todo el agua que podía.
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