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Equipo Infinito.



martes, 9 de julio de 2013

El Otro Arcoiris


En Mesoamérica el arcoíris fue una deidad a la que probablemente se dedicó un culto particular, al menos en el campo; fue de gran importancia en la vida cotidiana de las comunidades; tuvo muchos aspectos y propiedades sumamente intrigantes; y jugó un papel notable en el ciclo agrícola. Temido por el pueblo, fue asimilado al culto estatal mexica bajo la forma de una serpiente de fuego.
 
A la vez, en su origen mítico el arcoíris pudo ser una cihuatéotl, una mujer que murió en su primer parto [Galinier, 1990:284; Espinosa, 2002:55], de naturaleza guerrera a partir de entonces, lo cual explicaría su avidez por aquello que tienen los bebés, los fetos y las embarazadas: "sustancias" como la terneza, la belleza y la sangre; expresión y vehículo del alma. El arcoíris se situaba en las entradas al inframundo, constituía un eje cósmico: contenía los colores de los cuatro rumbos cardinales más el centro [Espinosa, 2002:203–217], y era el celoso guardián de las aguas inframundanas.
 
Tras la Conquista, aunque aquí y allá hubo algún sincretismo, en términos generales —criatura diabólica, frecuentemente asimilado al demonio y a los poderes del inframundo [Ichon, 1973:48; Galinier, 1990:518; Lammel, 1993]— el arcoíris permaneció fuera del lado luminoso del panteón cristiano. Como animal indomesticable, salvaje, brutal y literalmente sediento de sangre, continuó su vida agreste en la naturaleza que rodeaba las comunidades reapareciendo una y otra vez para robar el alma de los humanos y sobre todo de los niños, de los bebés, de las embarazadas [Katz, 1997:117; Paulo, 1997:284], o incluso de animales [Lammel, 1997:159] para perseguir sexualmente a las mujeres, preñarlas [ibid.] y hacerlas abortar al feto humano [Katz, 1997:117] para poseer por igual a los hombres, "embarazándolos" a ellos también. Penetraba por los ojos, por el ombligo, por cualquier abertura del cuerpo; chupaba la sangre [Gutiérrez, 1998:145; Lammel, 1997:159], el ánima, se introducía causando también enfermedad, y con mucha frecuencia la muerte.
Parecía desear el agua, pues aparecía siempre donde surgía un manantial [Neff, 1997:307], sobre una ciénaga [Katz, 1997:117], o barranca [Morayta, 1997:225; Katz, 1997:117], cueva [Pitarch, 1996: 60], o cuerpo de agua pero a la vez era, para la mayoría de las culturas de tradición mesoamericana, el archienemigo de la lluvia [Paulo, 1997:284; Neff, 1997:307; Preuss, 1908; González Montes, 1997:347–348. Alessandro Lupo, comunicación personal; Pitarch, 1996:60].
 
Ser ambiguo y múltiple, a veces se escindía en macho y hembra pero era capaz de muchas otras formas de desdoblamiento, formas animales o humanas. Aún hoy puede aparecer en el mercado como una mujer que seduce a los hombres, causando siempre su desgracia [González Montes, 1997:347], o bien como un bebé que llora [Lammel, 1993 y 1997:155, 159], en cuyo caso son las mujeres quienes encuentran la muerte cuando, conmovidas por su llanto, le amamantan [Gutiérrez, 1998:143].
 
Sobrevivió, en fin, en el imaginario indígena, con varias de sus características prehispánicas. Hasta hoy, agazapado en los cuerpos de agua, en los manantiales y ciénagas, introduce "aires" en los cuerpos de quienes no toman las precauciones adecuadas. Ser belicoso y furibundo, puede rabiar simplemente porque alguien pasa, atacándole, o porque los colores de su ropa le antojan [Morayta, 1997:225]. La cura de estas enfermedades puede requerir un número elevado de especialistas [González Montes, 1997:347–348] para llevar a cabo los a veces delicados rituales y conjuros indispensables para evitar la muerte [Ichon, 1973:156; Lammel y Nemes 1993; Lammel 1997:159 ; Morayta, 1997:225].
 
Contraste entre el arcoíris indígena y el arcoíris occidental
Como se ve, la concepción indigna del arcoíris no solo contrasta, sino que choca violentamente con la imagen que nos ha legado la tradición judeo cristiana. Para el judaísmo, y posteriormente para el catolicismo, el arcoíris resulta ser una visión agradable.
Esto, que damos por descontado, obedece a razones históricas y culturales, y en modo alguno es la percepción general de las culturas a lo largo de los tiempos. Por el contrario: tiende a ser la excepción.
Para la tradición judeocristiana, el arcoíris se liga a la imagen de la deidad suprema. En el mito hebreo, cuando terminó el diluvio Yahavé prometió a Noé que no habría un segundo diluvio, y como sello de este compromiso puso al arcoíris sobre el cielo [Genesis IX]. En consecuencia, durante siglos de tradición bíblica la visión del arcoíris es tranquilizadora. Además, Ezequiel describe la gloria de Jeohvá como el arcoíris [Ezequiel, 1–3], y Juan, en su visión del Apocalipsis, ve a Jesucristo sentado en un trono rodeado por el arcoíris [Apocalipsis, IV]. Esta última visión será predilecta del arte cristiano durante siglos, y pasa de los salterios del período carolingio, las biblias ilustradas para monarcas, etc., a los tímpanos y ábsides de las catedrales románicas, extendiéndose a veces hasta el gótico, y más allá.
 
El arcoíris es esa la luz que en la iconografía católica se propagó como la mandorla, o aureola almendrada. Esta asimilación del arcoíris a lo divino es muy consistente con el impulso filosófico del que brota el románico, y desemboca en las propias construcciones góticas, que habrían querido ser, ellas mismas, de luz. La idea de que Dios es luz y ésta una manifestación suya, se encuentra elocuentemente aducida en la obra míticamente atribuida a Dionisio el Aeropagita y retomada por intelectuales como Grosseteste y el abad Suger. Justamente, esta ^ filosofía coincide con el auge, en la plástica, de la imagen del Pantocrátor en la aureola almendrada; es decir, Cristo en el arcoíris.
 
Por tanto, la visión de agrado, casi idílica, a la que el arcoíris nos remite, está histórica y culturalmente condicionada. Es tan fuerte el condicionamiento, que pensamos que cualquier otro ser humano, pasado o presente, necesariamente ha de encantarse con su luz, lo contemplará con arrobo o, en el peor de los casos con un poco de agrado. Ni siquiera imaginamos la indiferencia. Por esta razón llamó poderosamente mi atención el hecho de que en las comunidades indígenas de tradición mesoamericana, en general, la percepción del arcoíris es muy negativa. En algunas de estas comunidades no debe señalarse el arcoíris; en otras debe evitarse verlo, hay que voltear la cara, cerrar los ojos o incluso tomar otro tipo de medidas de protección mágica. En algunos sitios se intenta alejar o evitar la aparición del arcoíris, sea a través de conjuros, sea a través de actos de magia analógica, como tirar piedras a una rama que, puesta en forma de arquito, lo representa [Muñoz, 1963:155, citado por Neff, 1994:37–38].
 
La mencionada asociación con el demonio, o a veces con hechos nefastos, es no sólo opuesta, sino incluso antagónica a la tradición judeocristiana. Finalmente una serie de extrañas propiedades y tendencias lo evidencian como una entidad dueña de conciencia, voluntad y caprichos verdaderamente extraños. Estas características deben tener tal vez no un origen prehispánico directo, pero sí un hilo de continuidad con la antigua cosmovisión mesoamericana [Espinosa, 2002].
 
Al intentar demostrar lo anterior, el primer problema es la carencia de estudios sobre la percepción prehispánica del arcoíris. La razón: no hay fuentes. No existen textos propiamente prehispánicos que le mencionen; en toda la iconografía mesoamericana no hay, al parecer, una sola imagen que se hubiera identificado como la imagen del arcoíris; no hay evidencias arqueológicas, ni códices ni esculturas que le representen claramente. Parecía natural que los estudios precolombinos hubieran hecho caso omiso de él.
Reuní todos aquellos textos coloniales tempranos referidos a tiempos prehispánicos, que tuvieran alguna referencia al arcoíris. Obtuve solo cuatro párrafos, más bien sucintos.
 
En busca del arcoíris prehispánico
No tuve otro remedio que iniciar la investigación a partir de fuentes etnográficas, con los consabidos problemas que tiene su extrapolación hacia el pasado. No intenté tal extrapolación, sino que construí un modelo etnológico, al que llamé el "arcoíris etnográfico", que después contrasté con las fuentes documentales. Aún antes de ello, para depurar este modelo, y quitarle todo aquello que fuera sospechoso de provenir de las tradiciones occidentales; hasta donde me fue posible tuve que hacer un estudio paralelo sobre la percepción del arcoíris en la tradición grecolatina, en la tradición judeocristiana, en la rica historia de la ciencia sobre el arcoíris, arrancando con Aristóteles, en las tradiciones populares y la etnografía de la península ibérica. Todo este recorrido me permitió desechar del modelo etnográfico aquello que podría provenir de Occidente. Deseché todo lo que tuviera alguna posibilidad de haber llegado a las comunidades indígenas a través de la evangelización, católica o protestante, a través de los medios de comunicación, coloniales o modernos, o la escuela oficial, la telesecundaria por satélite, etc. Curiosamente, en realidad fue muy poco.
 
Muy poco de la rica serie de ideas sobre el arcoíris, vigentes en diversas comunidades de tradición mesoamericana, podría haber provenido de la vieja Europa o del mundo moderno. En realidad, muchas de las extrañas propiedades del arcoíris indígena son muy consistentes con las propiedades de las deidades mesoamericanas; y hay en el abigarrado conjunto de nociones recopiladas por diversos etnógrafos un alto grado de coherencia y afinidad. Destaca por ejemplo la propiedad del arcoíris de desdoblarse en una entidad masculina y una femenina.
 
En una comunidad contemporánea de tradición mesoamericana, un investigador puede tener la primera impresión de que hay muchos arcoíris, pues su presencia puede estar simultáneamente en muy diversos lugares, sea o no visible, particularmente en muchos cuerpos de agua no necesariamente grandes: un simple arroyo, un pequeño salto de agua, una sección de pantano, pueden ser sitios peligrosos en los cuales se puede adquirir un "aire" del arcoíris. Sin embargo, más que seres diferenciados, independientes, parece tratarse de réplicas del arcoíris.
 
Los dioses mesoamericanos pueden partirse en cuantas presencias se requiera, sin que éstas dejen de tener una conexión con el todo; son manifestaciones de una gran entidad única. Por ejemplo, los tlaloques de Tláloc, los mimixcoas, de Mixcóatl, los centzon totochtin de Ometochtli, etc. Así, en muchos sitios pueden hallarse pequeños arcoíris que guardan una conexión con El arcoíris y entre sí como si se tratara de una sola voluntad. Pero más allá de este tipo de multiplicidad, es frecuente que las deidades mesoamericanas puedan desdoblarse en un par, que ya no es idéntico a la entidad que le dio origen: se trata de dos dioses diferentes, frecuentemente un dios y una diosa, como por ejemplo Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, Ometéotl y Omecíhuatl, etc.
 
Tras la Conquista, algunos de los santos impuestos por la evangelización se convirtieron en el nuevo rostro de antiguas deidades. Con el tiempo se puede decir que ya no son ni unos ni otros, sino entidades nuevas, particulares, que a veces presentan propiedades del todo semejantes con los dioses prehispánicos (entre otras, esta capacidad de desdoblarse en un par). Más frecuentemente aún, algunas figuras míticas fuera del panteón oficial católico adquieren los poderes y costumbres, al menos en parte, de los antiguos númenes prehispánicos, como es el caso de la Sirena y el Sireno o la Clanchana y el Clanchano.
 
De la misma forma, es frecuente encontrar que el arcoíris puede desdoblarse en un arcoíris macho y una arcoíris hembra [González Montes, loc. Cit.; Katz, 1997:117], o bien, en dos arcoíris bisexuales, pero diferenciados por un color, como rojo y blanco [Ichon, 1973:156]. Más raramente, pero de forma muy interesante, a veces la dualidad reside en una entidad que existe en la atmósfera, pareada con otra que existe bajo tierra [Neff, 1997:307]. Sin embargo, cada entidad del antiguo cosmos prehispánico, aunque pudiera desdoblarse, se podía clasificar en una de las dos grandes categorías: celeste y cálida, o bien fría e inframundana.
En cada dios, cada ser vivo, cada entidad natural o sobrenatural, en última instancia predominaba una de esas dos calidades. Debo subrayar en última instancia ya que todos los seres contenían una mezcla, más o menos compleja, y el predominio podía ser difícil de discernir.
Explorando las creencias de actuales poblaciones mixtecas, nahuas, totona–cas, otomíes, chontales, lacandones, huicholes, etc., parece que el predominio de una naturaleza u otra es distinta según la región de que se trate. No es que en una región el arcoíris sea completamente cálido y en otra completamente frío. En todas las regiones de tradición mesoamericana conserva ambas calidades, pero el predominio de una calidad o la otra varía, y varía también el grado de esa preponderancia; en algunos lugares la ambivalencia es tal, que, con los datos disponibles, simplemente no puede determinarse un dominio de una o la otra.
Hay regiones, en cambio, en las que el predominio sí es claro. De las culturas de las que tengo algún dato, parece que es entre los otomíes (particularmente los estudiados por Galinier) entre quienes el predominio del aspecto femenino es nítido y más fuerte; en el otro extremo, entre los nahuas (sobre todo los de la montaña de Guerrero), el predomino del aspecto masculino es más claro y consistente. Dedicaré el resto del artículo a esclarecer únicamente el aspecto masculino, primero entre los antiguos nahuas, dejando para otro momento las interesantes formas en que se manifiesta el predominio femenino o la ambivalencia en otras culturas de la antigua Mesoamérica,21 o en la cosmovisión de otras superáreas culturales.22
El arcoíris entre los nahuas
En el primer estudio que hice, comparando la percepción del arcoíris en diversas comunidades de tradición mesoamericana, por ser las más difundidas hubo dos propiedades de este fenómeno que destacaban de entre las demás: su identificación con una serpiente [Weitlaner y Castro, 1973:169; Katz, 1997:117; Neff, 1997:307; Lammel, 1997:159], y su contraposición a la lluvia.
 
 Contrariamente a la percepción de casi todas las épocas y culturas, en las poblaciones indígenas de tradición mesoamericana no se le asocia con la lluvia, sino contra ella. Se concibe que el arcoíris, como un agente que impide llover, detiene la lluvia, la vence siempre. Es decir, no se trata de una lucha equilibrada. Si el arcoíris aparece, la lluvia cesa.
Después de estas dos características, quizás la más destacada, y que en un principio parecería contradictoria, es que al arcoíris se le ubica muy frecuentemente en un cuerpo de agua [Katz, 1997; Ichon, 1973:132; Lammel, 1993]. ¿Se trata de una criatura amante del agua o de una mortal enemiga de la lluvia? Siendo estos rasgos tan generalizados, no sólo entre los nahuas, sino en todo el territorio que antes fue Mesoamérica, y aún más allá, deben ser ideas de una gran antigüedad.
 
En su realidad óptica, puede parecer que el arcoíris "se posa" absolutamente en cualquier lugar, e igualmente es un hecho que no juega papel alguno en contra de la precipitación. En una cosmovisión que tan agudamente percibe y representa el mundo natural, es muy notable que se atribuyan estas características tan poco realistas a un fenómeno tan fácil de observar. Para que ambas ideas se presentaran con tanta fuerza, debía haber razones muy profundas, ancladas en la lógica de la cosmovisión.
 
Observando los casos en que se informaba que el arcoíris podía posarse en un lugar no acuático, se incluían barrancas, cuevas, pozos. Me di cuenta, entonces, de que lo importante no era el agua en sí, sino que se tratara de una entrada al inframundo. Hace tiempo propuse que los lagos y el mar eran concebidos como parte del inframundo [Espinosa, 1997:183–195]; los cuerpos de agua, aún los superficiales, son una extensión del inframundo. Una superficie acuática es una entrada al inframundo, y lo mismo ocurre con las grietas de alguna profundidad, con las cavernas y —de forma un tanto más abstracta— con las barrancas.
 
La evidencia de las comunidades nahuas, particularmente, aclara mucho las razones para que esto ocurra. El arcoíris se sitúa en una entrada al inframundo para evitar que las nubes salgan, para mantener la lluvia en el interior de la tierra.
En el centro de México, esta propiedad del arcoíris es aprovechada por los controladores del tiempo, especialistas que también son llamados graniceros, ahuizotes o teciuhtlazqui, algunas de cuyas funciones consisten en alejar a las nubes de granizo, evitar lluvias torrenciales, y traer la lluvia adecuada a la comunidad, entre otras cosas. Muchos de ellos se sirven del arcoíris para lograr detener o amainar la lluvia. Una idea semejante existe entre los nahuas de la montaña de Guerrero. Cito a Françoise Neff:
Si el rayo provoca la lluvia, el arcoíris obstaculiza su paso. Constituye una barrera, su aparición en el cielo es la señal del fin del aguacero. El arcoíris puede multiplicarse, amontonando varias capas del espectro hasta volverse infranqueable. Así lo utilizó, según un cuento, un rico que quería apropiarse de la lluvia. El arcoíris quema todo donde pasa, la vegetación se marchita, se secan las milpas, el hombre se vuelve flaco [Neff, 1997:307].
En otra publicación, esta misma autora comenta:
Diversas fuentes, en efecto, aluden al arcoíris como un elemento que provoca la sequía, seca las milpas sobre las cuales pasa y seca la mano del que lo señala. La petición de lluvia en Petlacala se realiza a través del sacrificio de la serpiente (cocosematl). Se "mata" a los tamales (cerros y angelitos) que la representan como una condición necesaria para el advenimiento de las lluvias [Neff, 1994:37–38].
Estas ideas coinciden con los pocos testimonios escritos en náhuatl que, referidos al pasado prehispánico, los cronistas recopilaron. En realidad se trata solamente de tres párrafos; dos de ellos recopilados por Sahagún. El primero de ellos es muy breve, se halla en los Primeros Memoriales: "El arcoíris: se yergue, se dice que ya acabará la lluvia, ya se detendrán los tlaloque. Y si se sitúa sobre un maguey, el arcoíris lo seca." [Códice Matritense del Palacio Real de Madrid, fol. 282v.]
Estas dos líneas tienen el valor, sin embargo, de resaltar lo que posiblemente era lo más importante y característico para los informantes de Sahagún, que son sólo dos cosas: que acaba la lluvia (cualquier precipitación, puesto que los tlalo–que mismos se detienen), y que si el arcoíris llega a pararse sobre un maguey, lo seca. El maguey no es cualquier planta; el líquido que contiene es considerado muy femenino y muy frío. El maguey es una deidad en toda forma; y tiene la capacidad de conservar esa matriz líquida fría en plena aridez. Para que el arcoíris lo seque, con solo pasarle encima, éste debe ser sumamente cálido.
El segundo párrafo, en realidad contiene al primero, es posterior y tras mencionar un largo listado de colores continúa:
Y se dice que cuando viene a salir, aparece, señala, significa —es sabido, es conocido y visto— que no lloverá, no habrá chubasco, no habrá tormenta, sólo se dispersará la nube; aniquila, regatea, detiene a la lluvia, a la tormenta. Queda mojado, muy mojado, salpicado de agua lodosa. Si hay muchísisísimas nubes, se podrá ennegrecer todo, oscurecerse muchísimo, pero solamente eso. Y si llega a llover, ya no lo será mucho; ya no se propaga: sólo llovizna, o hay rocío, cae un chipi–chipi, un rocío delgado, un rocío achicado, un rocío chiquititito; por allá salpica o cae y cae; o bien sólo llueve rocío aunque sea tupido; se extiende el rocío tupido, llueve el rocío tupido. Y se dice, dizque si se para sobre un maguey, por esto[...], se pone amarillo, se seca, se pone rojo, enrojece, se marchita. También se dice que cuando surge, sólo por eso cesará la lluvia, se decía sólo se irán los ahuaque, ya pararán los tlaloque.
Puede observarse la misma idea básica de que la lluvia se detiene, y que si se trata de una gran tormenta entonces ésta se transforma a lo más en una ligera llovizna; también se repite la detención de los tlaloque, pero además se menciona a los ahuaque. El mecanismo de la lluvia se concibe de manera plenamente prehispánica. Aludir a los dioses de las nubes, a los que producen el rayo y la lluvia también, explicita una concepción que implícitamente es mucho más rica, ligada a los conceptos de la cosmovisión mesoamericana. Estas menciones, desde luego, ya no ocurrirían en ninguna comunidad contemporánea de manera literal, y la alusión al mecanismo prehispánico de la lluvia, evidencia la antigüedad de estas ideas.
 
Estos párrafos atestiguan el origen prehispánico del concepto de la oposición del arcoíris con la lluvia. Dichas nociones no sólo sobreviven en comunidades poco aculturadas; la institución de los graniceros, cuya continuidad puede documentarse durante toda la Colonia, ha contribuido a la tenacidad de algunas ideas de origen prehispánico incluso en poblaciones muy cosmopolitas y con alto grado de mestizaje.
 
Por otra parte, también es importante la insistencia en el hecho de que el arcoíris puede secar inclusive un maguey; por tanto —podemos extrapolar—, el arcoíris puede secar cualquier cosa... También esta idea ha sobrevivido entre los nahuas de la Montaña. Recordemos: "el arcoíris quema todo donde pasa, la vegetación se marchita, se secan las milpas, el hombre se vuelve flaco".
El poder del arcoíris no se limita a impedir la lluvia; exhibe una tortísima naturaleza caliente, capaz de secar a los seres vivos, no sólo a la lluvia misma. Nada de esto existe en la tradición judeocristiana u occidental en general. Si bien la identificación del arcoíris con una serpiente y su oposición a la lluvia parecen muy ditundidos en las actuales comunidades de tradición mesoamericana, y puede suponerse que estos rasgos provienen de la antigua Mesoamérica, entre los nahuas actuales y prehispánicos destaca, además, su naturaleza cálida.
 
De aquí en adelante, me referiré solamente a los antiguos nahuas. La siguiente tase en la búsqueda del arcoíris prehispánico, será centrarse en la cultura mejor conocida y sobre la que hay más intormación: la de los nahuas del centro de México, especialmente los mexicas.
 
La serpiente de fuego
No es ditícil dar con un concepto que reúne las dos características principales, y en parte aún la ambigüedad del arcoíris: la Xiuhcóatl.
La Xiuhcóatl o serpiente de fuego es una entidad compleja. Hasta ahora no se toma muy en cuenta en la conformación del panteón nahua propiamente dicho, porque suele aparecer en las crónicas del siglo XVI como un mero instrumento sin aparente vida propia. La Xiuhcóatl aparece como el arma que usa Huitzilopochtli, un arma que puede usar a manera de hacha para cercenar la cabeza de algún dios enemigo, pero que también puede usar como arma "inteligente": se le arroja a las huestes contrarias y causa gran destrucción entre ellas. No es Huitzilopochtli la única deidad que puede usar como arma a la Xiuhcóatl; Xólotl, y posiblemente Tlahuizcalpantecuhtli (es decir, dos deidades luminosas en tanto aspectos de Venus) también lo hacen.
 
Otro contexto en el que aparece ligada a dioses es como "disfraz" o "traje" de algunos de ellos. Particularmente Xiuhtecuhtli, el dios del fuego, Ixcozauhqui, un desdoblamiento de aquél y Tezcatlipoca, suelen portarla a la espalda como una insignia, pero la idea es más bien que ellos mismos salen de las fauces de la Xiuhcóatl, tal como Huitzilopochtli lo hace del colibrí o Xochiquétzal del quetzal. Es decir, no se trata de un adorno, ni siquiera de otra insignia como los pectorales que frecuentemente son tan importantes. Se trata de su nahual; su alter ego animal.
 
La Xiuhcóatl es el nahual de estos importantes dioses, particularmente de los dioses del fuego. Esto ya dista de representar un mero objeto, aún si es sagrado. No sólo tiene conciencia y voluntad para actuar como un arma que busca al enemigo y le azota; si bien no de las principales en el panteón, es una deidad ella misma. Esto explica que en diversas partes del ritual pueda jugar un papel por sí misma.
 
Diversos investigadores han propuesto la identificación de la Xiuhcóatl con determinados fenómenos naturales: el fuego el rayo, la luz, la Vía Láctea. No se puede reducir su contenido al de un fenómeno natural. La Xiuhcóatl es un concepto que engloba varias manifestaciones naturales, pero también de orden social, político, etc. Se trata sin duda de un símbolo de poder, del poder de ciertas deidades, muy especialmente Huitzilopochtli, pero también del poder mexi–ca; diversas piezas arqueológicas de gran tamaño atestiguan su presencia en el Templo Mayor, y de acuerdo con investigaciones recientes pudo ser un dios de importancia en la Mesoamérica septentrional antes de que los mesoamericanos (entre ellos muchos nahuas) asentados en el llamado territorio chichimeca, fueran expulsados por la sequía y volvieran al sur. Ellos habrían traído a la Xiuhcóatl, pero no como una comparsa de los atributos de otros dioses, sino como una deidad ella misma. 
 
Es posible, entonces, que sea de especial importancia para los pueblos que protagonizaron las "invasiones chichimecas" del Posclásico.
Siendo un símbolo complejo, como muchos dioses mesoamericanos también tuvo referentes naturales. Hay dos grandes grupos de propuestas; uno la identifica con un ser diurno y el otro con un ser nocturno. Ambas ideas, aunque opuestas, contienen elementos de consideración.
 
Ser diurno
La asociación con el fuego no tiene duda. Muchos argumentos podrían esgrimirse en caso de que la traducción "serpiente de fuego" fuera cuestionada (pues simultáneamente puede ser "serpiente de turquesa" o "serpiente del año").
Uno de ellos podría ser iconográfico (está formada por segmentos con fuego, mariposas de fuego); en algunos textos se le asocia con el mamalhuaztli, es decir, el instrumento para hacer fuego. En Panquetzaliztli, su papel es el de incendiar y hacer arder una importante ofrenda, y Sahagún describe su apariencia como echando fuego por la boca [Sahagún, 2000:252]. Por último, quien engendra a la Xiuhcóatl, es directamente el dios del fuego, Xiuhtecuhtli.
Otra asociación importante es el rayo, que efectivamente es percibido como una serpiente de fuego. 
 
El rayo, sin embargo, es una serpiente de fuego realmente especial: a diferencia del fuego que se apaga con el agua, el rayo vive entre la lluvia, no es apagado por el agua, y propicia la precipitación misma. Es tan importante el rayo, considérese deidad o no, que siguió siendo parte del ritual agrícola hasta nuestros días, a veces sincretizándose con alguna entidad del panteón católico.
Por último, dentro de este grupo de asociaciones diurnas, tenemos la luz. Entre los antiguos nahuas (y quizás en toda Mesoamérica), la luz es concebida como una sustancia peligrosa, inclusive como flechas de los astros.
 
La serpiente de luz
Hay muchos ejemplos que ilustran el uso de la luz como dardos de las deidades astrales. Muy notable es el caso de Venus, del cual se concebía que, en el orto heliaco, su luz era tan violenta que hería a diversas entidades o sectores de la población: niños, jóvenes, ancianos o incluso reyes.
 
Notablemente, si el orto heliaco ocurría bajo el signo lluvia, Venus "dispara contra la lluvia, no lloverá" [Anales de Cuauhtitlán]. En el orto heliaco, este astro parecerá estar lanzando destellos de diversos colores (por un fenómeno de refracción y turbulencia atmosférica). Por tanto, había luz de colores que podía herir a la lluvia misma y provocar sequía. Esta propiedad del antiguo arcoíris nahua es consistente con otros objetos de su cosmos.
Otra entidad cuya luz causaba gran espanto en tiempos prehispánicos, era el cometa, y en particular la luz de su cauda, llamada por Sahagún la "inflamación de la cometa": "procuraba esta gente de abrigarse de noche, porque la inflamación de la cometa no cayese sobre ellos" [Códice Florentino, VII:fo. 8r]. 
 
Lo mismo ocurría cuando Venus subía el horizonte: no sólo se tapaban las aberturas, sino también cualquier fisura de las casas [Soustelle, 1991:116].
Un hecho muy interesante es que existe una palabra que designa por igual a los cometas y a las estrellas fugaces, vistas también como flechas: xihuitl. Y esta palabra tiene la misma raíz que la de Xiuhcóatl. Además, hay una relación muy estrecha entre Xiuhcóatl y cometa; según la Historia de los mexicanos por sus pinturas, en el quinto cielo "había culebras de fuego que hizo el dios del fuego, y de ellas salen los cometas y señales del cielo" [Teogonia e historia de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI, 1985:69]. El vínculo, entonces, podría ser de causalidad: la Xiuhcóatl engendra a los cometas, de ahí que compartan su naturaleza.
 
La luz intensa se asocia con el fuego, proviene del fuego, sea astral o terreno, y es peligrosa, como los dardos, lanzas o flechas. Según Seler:
[...]los rayos que despide el sol, el fuego y el planeta Venus se toman por flechas, mitl. Por lo tanto miyotl, "la flecha propia de alguien", es el término técnico para expresar "rayo" (del sol, del fuego, etcétera) [Seler, 1980, I:94].
Por esta razón, Silvia Limón propone que la Xiuhcóatl representa las flechas R del sol, es decir, su luz [2001:90]. Ya antes vimos que también dioses venusinos g pueden consustanciar su luz con la Xiuhcóatl
En conclusión, la luz misma es otro referente de la Xiuhcóatl, ya sea porque es ella de luz, o porque la luz que se ve debe provenir del fuego. El arcoíris, intensa serpiente de luz, debió asociarse con el fuego entre los nahuas del Posclásico. Por lo menos la evidencia mexica presenta una serie de hechos muy consistentes con esta idea. No sólo su luz es tan peligrosa como la de Venus o un cometa, sino que además seca la vegetación y es opuesta a la lluvia, detiene las nubes apresándolas en el inframundo y transforma la más violenta tormenta en —cuando mucho— un rocío.
El arcoíris fue una Xiuhcóatl para los antiguos nahuas, pero su imagen no había sido detectada hasta ahora porque como occidentales esperábamos una representación realista o por lo menos reconocible por nuestra propia cultura visual. No estamos afirmando que toda Xiuhcóatl sea un arcoíris, ni que para todo pueblo prehispánico el arcoíris haya sido una Xiuhcóatl. Hemos debido reducir el espectro para obtener resultados más concretos. La Xiuhcóatl puede, por otra parte, representar muchas cosas más, pero en ciertos contextos debe ser la imagen del arcoíris.
 
Ser nocturno
Uno de los argumentos ya ha sido citado: parece asociarse con los cometas y otras luces celestes que en realidad son visibles sólo de noche.
Otro elemento importante es que su trompa está bordeada de estrellas, que necesariamente se vinculan con el cielo nocturno.
Graulich ha argumentado vivamente en favor de la identificación de la Xiuhcóatl con el complejo nocturno.
Según Xavier Noguez está bien establecido que la Xiuhcóatl representa la Vía Láctea. Ciertamente, la trompa hace una referencia estelar, y en las fuentes etnográficas encontramos nuevamente una explicación para este complejo cuadro.
 
La Vía Láctea y la Xiuhcóatl
En la etnografía, el arcoíris y la Vía Láctea se hallan relacionados estrechamente. Son como dos caras de la misma moneda. Ambos son serpientes que se comban de manera semicircular, pero uno es la cara diurna de la Xiuhcóatl y la otra es la cara nocturna de la misma; el arcoíris se relaciona con la sequía y la Vía Láctea con la época de lluvias. Esto ocurre, naturalmente, entre los nahuas de diversas poblaciones. En San Andrés de la Cal, municipio de Tepoztlán, Morelos, la Vía Láctea, "franja de estrellas", es considerada "un arcoíris nocturno, 'aire bueno'" [Ruiz 2001:204].
Funciones complementarias le tocan al arcoíris y a la Vía Láctea en un sistema de creencias parecidas. El arcoíris tiene una etapa estacional y cíclica, se le vincula al día entre el término de la lluvia y el surgimiento del sol. [... En] el plano nocturno, la Vía Láctea, que es de la buena suerte, representa al arcoíris que es un "mal aire" en el plano diurno[... La] dualidad del arcoíris forma un enlace hacia la periodicidad estacional con la Vía Láctea [ibid. :206].
Algo muy semejante tenemos en la Montaña de Guerrero. En un simposio del 51° Congreso Internacional de Americanistas, Françoise Neff presentó nueva evidencia sobre dicha región; resaltó particularmente la confección de dos arcos vegetales bien diferenciados, uno de flores amarillas y otro de ahuehuete. Ambos eran llamados "arcoíris", pero se les atribuían propiedades opuestas, el arco de ahuehuete era un arco de lluvia, mientras que el de flores amarillas se relacionaba con la sequía; ambos se cruzaban durante el rito. Lilián González relacionó este hecho con uno semejante en Temalac, donde los arcos no representan el arcoíris, sino a Citlalcueye, es decir, la Vía Láctea. Estos hechos desataron una interesante discusión en la que intervinieron varios investigadores y, cosa que no siempre ocurre, se llegó a una conclusión: hay dos "tipos" de arcoíris, el uno identificado con la sequía, y el otro con la lluvia. Uno es el verdadero arcoíris; el otro, la Vía Láctea.
 
Esta asociación no sólo es propia de las comunidades de habla náhuatl, sino también de otras regiones de lo que fue Mesoamérica y aún de otras áreas, más 8 lejanas, de la América Precolombina. La extensión geográfica que tiene esta g idea entre las actuales comunidades indígenas del continente, sugiere un origen muy antiguo. Es posible que, en sus rasgos básicos, esta asociación entre Vía Láctea y arcoíris también existiera entre los antiguos nahuas.
 
La conclusión que extraigo tras explorar la asociación de la Xiuhcóatl con el cielo nocturno a través de la Vía Láctea, lejos de alejarme, me vuelve a acercar al arcoíris. En el pasado prehispánico la Xiuhcóatl debió ser un concepto bastante complejo. Aquí solamente he enlistado algunas de sus manifestaciones; el vínculo profundo entre ellas no siempre es claro. A nuestros días han llegado, a retazos, evidencias de algunos de sus rostros. Particularmente la conexión entre el arcoíris y la Vía Láctea, sin embargo, parece bastante natural: ambas son grandes serpientes que surgen del inframundo, pero se extienden por el cielo de manera circular. Uno sólo aparece de día y la otra sólo aparece de noche; estacional–mente son percibidos en momentos diferentes; forman una especie de unidad de contrarios, uno es contraparte del otro. La cosmovisión mesoamericana, aunque quizá no sólo ella, reunió ambos rostros en una misma entidad, o los consideró dos seres íntimamente imbricados. Los nahuas, en particular, asimilaron esta dualidad y otras manifestaciones afines en un complejo ser mítico: la serpiente de fuego.
 
Lugar del arcoíris en la cosmovisión
 
Que el arcoíris fue visto por los nahuas como una Xiuhcóatl, es una conclusión que considero bastante sólida, a pesar de que no existe una declaración explícita en las fuentes prehispánicas. La considero sólida porque fue desprendida de la lógica de la propia cosmovisión, de acuerdo con la naturaleza de sus fenómenos asociados. Sólo después de haber llegado a esta conclusión encontré una confirmación etnográfica del hecho: según me refirió Laura Romero, en la Sierra Negra de Puebla el arcoíris efectivamente es identificado con la serpiente de fuego; ahí, el arcoíris es una Xiuhcóatl.
 
Toda la argumentación sobre la identificación prehispánica del arcoíris con la Xiuhcóatl, está basada en lo que sabemos sobre la cosmovisión prehispánica de los nahuas. Si bien fueron los hechos etnográficos los que me orientaron, fueron los textos de Sahagún los que me confirmaron que ciertas características provenían de la época prehispánica, y fue el concepto prehispánico de la Xiuhcóatl el que me pareció contener ese tipo de características. Ignoro, de hecho, los detalles de la Xiuhcóatl estudiada por Laura Romero.
No es común que la Xiuhcóatl (es decir alguna entidad con ese nombre), sobreviva en las poblaciones nahuas; al menos no es un hecho que hayan destacado los etnólogos. Es del todo improbable que el arcoíris haya sido ligado al nombre de la Xiuhcóatl sólo en la época reciente. Por el contrario: la existencia del arcoíris mismo nos explica cómo sobrevivió el concepto de la Xiuhcóatl en esa región.
Como se sabe, muchos de los hechos de la cosmovisión prehispánica que tienen algún grado de continuidad en nuestros días, se ligan a algún rasgo material, frecuentemente relacionado con la actividad productiva de la comunidad. El complejo de fenómenos ligados a la agricultura, particularmente, guarda muchos rasgos en común con la visión prehispánica de los mismos fenómenos. Como la lluvia, el rayo o el sol, el arcoíris siguió apareciendo tal como lo hacía antes de la Conquista, y los conquistados siguieron concibiéndole como un agente contrario a la lluvia, una serpiente de fuego que el agua, como en el caso del rayo, tampoco puede apagar; un fuego poderoso y por ello peligroso: su luz produce daños enteramente dentro de la lógica mesoamericana. Los graniceros del centro de México continuaron aliándose con él para manipular a otros fenómenos atmosféricos, y mantuvieron vigentes algunos de sus rasgos prehispánicos. Si la serpiente de fuego sigue viva en el imaginario de algunas poblaciones, es porque sus manifestaciones materiales, particularmente el arcoíris, siguen existiendo.
 
Podemos proponer una interpretación sobre su lugar en la cosmovisión na–hua. ¿Por qué es tan peligroso, tan agresivo?, ¿por qué juega un papel en el ritual agrícola? El arcoíris es parte de la maquinaria del cosmos prehispánico y jugaba un papel importantísimo para los ciclos agrícolas pero, más que eso, para el equilibrio cósmico: actuaba en el balance entre la época de lluvias y la de secas.
 
Como toda deidad prehispánica, el arcoíris tiene un tequitl, un trabajo, una misión. Su misión es parte del ciclo hidrólógico: terminar el temporal, iniciar la estación no lluviosa. El arcoíris es el agente de la sequía; es la serpiente atmosférica que equilibra la acción de otras serpientes que propician la lluvia. Cuando llega el tiempo de terminar la estación húmeda, el arcoíris sale más y más frecuentemente, a parar la tormenta, convertirla en llovizna, o detenerla en seco. El arcoíris obstaculiza la precipitación, pero hace más que eso: retiene las aguas en el inframundo impidiéndoles que salgan, por eso se para en sus entradas, es la fiera que guarda la lluvia. Está hecho de un fuego que impide que aquélla se manifieste, un fuego que arde con tal violencia que hiere con sus flechas a todo el que no toma precauciones: posee al que así penetra y también le obliga a retener el agua en su propio cuerpo, inflándolo, volviéndolo hidrópico.
 
No es que sea maléfico en sí; esto sólo se le atribuyó tras la Conquista. Los dioses prehispánicos no son ni buenos ni malos; como el agua, como el fuego, el arcoíris simplemente es lo que es. Pero es peligroso por el gran poder de su cuerpo. Para dominar la lluvia, no bastaba cualquier fuego, cualquier serpiente: ésta contiene un fuego intenso. Como el sol, que puede cegar al que lo ve, no es su voluntad o su vocación quemar o enfermar; eso es sólo consecuencia de su verdadera misión, todos los afectados por el arcoíris no son sino daños colaterales de una criatura brutal que hace lo que tiene que hacer; culpa es del imprudente si se cruza en su camino.
 
Las características del arcoíris, por tanto, tienen una explicación, son consecuencia de una naturaleza idónea para su propia misión cósmica. Apreciemos, pues, con nuevos ojos, este fenómeno la próxima vez que veamos el arcoíris; observemos en él una de las formas de la Xiuhcóatl, un numen prehispánico que no desapareció con la Conquista.

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