jueves, 7 de marzo de 2013
Las Ruinas Sumergidas en el Lago Titikaca
La existencia de una civilización precolombina anterior a
las conocidas, comenzó a tomar cuerpo con la entrada del milenio, cuando una
noticia comenzó a circular con insistencia. Según se desprendía de los primeros
informes, la Expedición Atahualpa 2000, bajo las aguas del lago Titacaca, en
pleno corazón boliviano, halló restos de una civilización desconocida. Aunque
de estas ruinas se tenían conocimiento, hasta el momento no se tenía la
evidencia comprobatoria, y aunque en este caso las pruebas parecían ser
contundentes, el descubrimiento reabrió una polémica, sobre la antigüedad de
las civilizaciones en América.
De inmediato, se levantaron voces en contra, y el hallazgo
como ya es una constante en estos casos, entró en zona de veda, hasta mejor
oportunidad. Para comprender la mentalidad arqueológica sudamericana, debemos
tener en cuenta su fuerte afiliación a los dictados europeos y norteamericanos
que siguen teniendo una fuerte influencia en la materia. Romper con esa
estructura no es tarea fácil, ya que todo aquel estudioso que se desvíe de las
leyes establecidas corre el riesgo de ver su carrera truncada. Localmente
tampoco hay una defensa más acentuada sobre las culturas pasadas de este
continente, y generalmente subyace un cierto temor en buscar respuestas a
ciertos interrogantes que aún susbsisten en cuanto a las culturas que poblaron
América, ante de la Conquista.
Volviendo al caso boliviano, como dijimos la existencia de
estas ruinas no constituían novedad, y nosotros desde Crónica Subterránea deseamos
evocar una gesta poco conocida dentro de Argentina, y que tuvo como
protagonista a un compatriota, que casi cuarenta años antes pudo vislumbrar
estas mismas construcciones submarinas, aunque en su momento su hallazgo
provocara incredulidad y rechazo.
Conozcamos la historia de la mano de Federico Kirbus, que
narró la experiencia del argentino en “Enigmas, misterios y secretos de
América”.
“El equipo, compuesto por Ramón ("Kuki"
Avellaneda, Enrique León Brunner y Luis Villaverde, había arribado a orillas
del Titicaca con propósitos muy distintos, casi diríase más espirituales que
materiales: su deseo era habilitar las aguas navegables más altas del mundo
para el deporte subacuático. Acertadamente, su expedición se denominó
"Punta de Lanza". Y lo que representa bucear en el lago sagrado del
Altiplano se infiere de las palabras de Avellaneda cuando describía su primera
inmersión: "Mi indicador de profundidad marcaba tan sólo, metros y, sin
embargo, me hallaba a mayor altura que la cima del Fujiyama”.
Las inmersiones se veían obstaculizadas no sólo porque el
cante de los botellones de oxígeno restringía la permanencia en el líquido
elemento a su máximo de 45 minutos, sino, además, porque los tipos de
descompresión debían ser forzosamente muy prolongados que al emerger del agua
los rodeaba la atmósfera muy tenue de 3.800 metros sobre el nivel del mar.
Quiere decir que parte de la autonomía de 45 minutos había que dedicarla al
proceso de descompresión, sin poder entregarse a proseguir las exploraciones subacuáticas.
Los deportistas habían sido consultados desde el mismo
momento su arribo a Bolivia si realmente sólo deseaban practicar deportes o si
en verdad, su objetivo era buscar la "cadena de oro". Pero no fue
leyenda, sino la noticia de que un norteamericano, de nombre Malinowsky había
hallado ruinas en el lago durante unas inmersiones realizadas años antes de,
que confirió a los tres buceadores un impulso. Lo único malo era que muchos
hablaban de tales vestigios pero nadie podía precisar su ubicación.
Las primeras experiencias de inmersión, llevadas a cabo con
la asistencia del patrullero “Presidente Kennedy", perteneciente a la
marina boliviana, se realizaron sin mayores sorpresas. La temperatura del agua
era de unos 15 grados cerca de la superficie; la visibilidad unos 15 metros; y
las pulsaciones, 85 por minuto como valor promedio.
El tiempo transcurría implacablemente sin que los argentinos
hall nada excepcional, salvo las enormes ranas mimetizantes que se fundían con
el fondo del lago. Sus ayudantes bolivianos, entre tanto, seguían convencidos
que el verdadero propósito de los buceadores era la búsqueda y el eventual
hallazgo de la cadena aurea. ¿Era concebible que tres extranjeros realizaran
tal esfuerzo sólo para satisfacer sus ambiciones deportivas?
Por fin, cierto día, uno de los boteros del estrecho de
Tiquina mencionó un puerto en la orilla del Titicaca donde, según él,
existirían ruinas. El sitio se llamaba Puerto Acosta. Y siendo que un hecho
casual nunca se produce en forma aislada, resultó que uno de los marinos de la
"Presidente Kennedy" era oriundo de ese puerto. No sólo esto: también
conocía el sitio donde ciertas construcciones de piedra llegaban hasta las
aguas y parecían extenderse debajo de las mismas. Se decidió realizar el viaje
en automóvil en compañía de Plácido Jucumani, el consabido marino, que sólo
hablaba aymará y apenas balbuceaba algunas palabras en español; la conversación
con él resultó, por lo tanto, bastante difícil.
Arribados a Puerto Acosta, una vez más los pobladores afirmaban
desconocer por completo cualquier detalle relacionado con las supuestas ruinas.
¿O acaso los inhibía el temor ante el lago santo y los dioses que en él vivían?
Por fortuna, Plácido no se dejó impresionar y condujo al grupo hasta una bahía
donde, según él, existían las ruinas subacuáticas.
El tiempo era frío. Avellaneda se colocó su traje de
neopreno para sumergirse en tanto que sus dos compañeros aguardaron en la
orilla las noticias que aquél traería.
No habrían transcurrido más de diez minutos cuando
"Kuki" Avellaneda emergió a unos 200 metros de la costa, haciendo
señas con el brazo para que los otros dos se le acercasen.
Lo que los tres acuanautas contemplaron ese destemplado día
de invierno de 1966, a unos ocho metros debajo del espejo del lago, se lee hoy
quizá con indiferencia, pero en su momento aceleró sensiblemente el pulso de
los protagonistas de la aventura: ante sus ojos aparecían construcciones de
piedra de diferente tipo y sorprendentemente bien conservadas, aun cuando
estaban recubiertas de algas.
No sólo hallaron simples muros, sino recintos en forma de U,
con la parte abierta señalando hacia el centro del lago. Es más: también
distinguieron el trazado de un camino empedrado, perfectamente conservado, de
unos 30 metros de longitud. Casi se estaría tentado de agregar: un típico
camino incaico.
Tras el primer breve reconocimiento del lugar, los tres
retornaron a la orilla, donde, junto con algunos observadores circunstanciales,
los aguardaba Plácido Jucumani con sus facciones tan impenetrables como
siempre.
Los períodos de descompresión relativamente prolongados
convertían la labor de los buceadores en una película en
"ralentisseur". No obstante ello, el resultado de las investigaciones
justificaba ampliamente el esfuerzo: se encontraron siete edificaciones de unos
cinco metros de ancho y diez de largo cada una, veintidós muros paralelos y
finalmente la calle empedrada, todo esto unos ocho metros debajo del espejo del
lago Titicaca.
Para la investigación de Tiahuanaco este hallazgo es de
fundamental importancia porque señala que alguna vez el nivel del agua debió
ser, cuando menos, ocho metros menor que en la actualidad, o acaso aún mucho
más”.
Según relata Simone Waisbard, en "Tiahuanaco: diez mil
años de enigmas incas", quién también se hizo eco del descubrimiento del
argentino, “en Francia, algunos meses después, Ramónn Avellaneda mostró su
película y el informe detallado de sus buceos al comandante Cousteau que
preparaba una nueva odisea marina a través de los océanos.
Una expedición científica de mayor importancia que la
"Fer Lance", que disponía de los medios más modernos, permitiría el
estudio profundo de las reglas aún inexactas de la fisiología de buceo a gran
altura. Además, quizá sería posible averiguar algunos de los misterios
arqueológicos escondidos en el fondo del lago más "alto" del mundo. .
El equipo Cousteau aprovecharía así el viaje de la Calypso
en los mares exóticos para atracar en el puerto peruano de Mollendo, en el
Pacífico, a novecientos kilómetros al sur de Lima. Un tren de los Andes le
esperaría a disposición de diecisiete franceses que formarían la expedición y
de varios técnicos y sabios norteamericanos que se unirían a ellos. El profesor
Harold Edjerton llevaría consigo un sonar diseñado especialmente para informar
por medio de una gráfica cuáles son la profundidad y la composición del lecho
del lago. .
Del lado francés, los técnicos que miden la profundidad, la
sedimentación de los terrenos, la calidad de las rocas, estudiarían la biología
y los orígenes del Titicaca. Hombres-rana y camarógrafos todos ellos
especializados, les acompañarían en aquella misión tan importante. .
¡El material perfeccionado de Cousteau pesa treinta
toneladas! Comprende dos pequeños submarinos "de bolsillo" llamados
también "pulgas de mar" o "platillos sumergibles". De una
longitud de tres metros por un metro "Ochenta de ancho, los S.P. 500 han
sido fabricados por los talleres franceses de Sud-Auiation, Pueden descender a
quinientos metros de profundidad, es decir, más de lo que se necesita.
La llegada de los especialistas franceses y otros
extranjeros, moviliza a la prensa boliviana y peruana. Los periodistas y la
gente se sienten muy decepcionados porque no averiguan nada de los resultados
obtenidos por el equipo Cousteau que guarda un silencio absoluto ...
El comunicado oficial, larga e impacientemente esperado no
enseña nada a nadie. Establece nada más la satisfacción del comandante
Jacques-Ives Cousteau en cuanto al estudio técnico realizado en el fondo del
Titicaca, Los buzos han llegado a trescientos metros de profundidad. Han podido
calcular "la importancia de la presión, reducida de setenta y. cinco a
ochenta por ciento en relación con lo normal”.
El informe indica además, que actualmente se sabe que las
posibilidades de un hombre-rana “disminuyen a esa altitud en un veinticinco a
treinta por ciento, en comparación a las que cuenta a sumergirse en el mar”.
Pero … ¿y las “ciudades sumergidas” del lago Titicaca? ¿Y
los restos filmados por Ramón Avellaneda a raíz de su exploración precedente,
que han inducido a ir al equipo francés?
Lacónico, decepcionante, concluye el informe: “En cuanto al
tema de la búsqueda de restos arqueológicos, no se han encontrado nada en este
dominio, pero es posible que existan tales ruinas, empotradas en la capa de
cieno que tapiza el fondo del lago y que tiene treinta cuatro metros de
espesor”.
Lo negado por Cousteau en su momento, cuarenta años después
le dió la razón al argentino. Justa es su reinvindicación.
CITAS BIBLIOGRAFICAS.
La expedición también se conoció como Fer de Lance (punta de
lanza en idioma francés). Contó con el apoyo “financiero del periódico
argentino "El Clarín" y la Federación Argentina de actividades
submarinas”. Véase: Waisbard, Simone. Tiahuanaco: diez mil años de enigmas
incas. Santiago de Chile: Diana, 1987.
“Igor Malinowsky había marcado minuciosamente en un mapa la
posición de las ruinas consideradas por un "buzo norteamericano" como
las de la ciudad sumergida de Chiopota. Ramón Avellaneda, con la idea de
repetir la hazaña, organizó una expedición que permitía al mismo tiempo
estudiar por vez primera los efectos de la sumersión humana de gran altitud, es
decir, en condiciones anormales y también hacer el estudio hidrográfico y
técnico del lago Titicaca, que era algo que nunca se había intentado”. Op.
Citada.
“En Bolivia, los escépticos callaban, los sabios se
inclinaron, por fin, con los ojos abiertos, Las ruinas descubiertas por el
diplomático argentino pertenecen a la civilización megalítica más ano tigua del
Altiplano de Collao. Indudablemente han precedido a la famosa Tiahuanaco y su
grandiosa Puerta del Sol. ¿Pero a quiénes corresponden? El profesor Rubén Vela,
del Instituto Arqueológico de Tiahuanaco, emitió una hipótesis: "Estas
ruinas tienen un carácter sagrado. La construcción hace pensar en un templo
lacustre que habría constituido el punto de reunión de una gran peregrinación
religiosa muy importante".
INFORMACIÓN ADICIONAL.
Científicos en busca de riquezas de Tiwanaku en lago
Titicaca
Especialistas científicos de Akakor Geographical Exploring,
anunciaron la existencia de la Isla Wilakota (Lago de Sangre), donde durante
siglos se efectuaron sacrificios humanos y que quedó sumergida al aumentar el
nivel del lago en más de 100 metros con el paso de los siglos.
La misión internacional de arqueólogos descubrió los
supuestos restos de una antigua civilización a decenas de metros de profundidad
en el lago Titicaca, en pleno altiplano de los Andes.
Tras 20 días de trabajos en Bolivia, la expedición, llamada
Tiwanaku 2004 formada por 18 expertos de Italia, Brasil y Bolivia; pudo
fotografiar a más de 70 metros de profundidad un ídolo de oro, de un peso
calculado en más de 30 kilos, y varias vasijas.
Aunque aún no se han podido extraer de las profundidades del
lago para comprobar su verdadera antigüedad, fuentes de la misión anticiparon
la relación entre los objetos y la civilización Tiwanaku, que vivió en el
altiplano andino entre el 1.500 antes de Cristo y el 1172 de nuestra era,
considerada precursora del Imperio Inca.
El hallazgo se produjo en las proximidades de la Isla del
Sol, que, junto a la Isla de la Luna, es considerado un lugar sagrado por los
pueblos andinos preincaicos y se ha convertido en un destino ineludible para
los turistas que visitan el Titicaca, el lago navegable más alto del mundo
(3.810 metros sobre el nivel del mar), en la frontera entre Bolivia y Perú.
Este espejo de agua también fue sagrado para el Imperio Inca
y representaba la cuna de la civilización humana, ya que se consideraba que
tanto el sol como su divinidad suprema, Viracocha, habían nacido de las
entrañas del mismísimo lago.
Ciudad atrapada en sus aguas
En torno al Titicaca, existe una leyenda que habla de una
fabulosa ciudad atrapada en sus aguas: Wanaku. La ubicación del ídolo dorado,
que fue descubierto gracias a un sofisticado equipo robótico de fotografía, se
mantiene en secreto para evitar posibles saqueos.
La misión contó con el apoyo de la Fuerza Naval y del
Instituto Nacional de Arqueología, de Bolivia, duró 20 días y tenía como misión
reforzar la teoría que sostiene que hace cinco mil años la isla del Sol era una
península pegada a la tierra.
Según el jefe de la expedición, Lorenzo Epis, este terreno
se podría haber desprendido y, por lo tanto, debajo de las aguas que la rodean
podrían existir restos de grandes civilizaciones.
Esta hipótesis sedujo al grupo de científicos para iniciar
una investigación en el año 2000 conocida como Atahuallpa. En ese entonces
fueron encontrados a 13 metros de profundidad restos de una construcción
preincaica, terrazas de cultivo, ruinas de lo que habría sido un muro de
contención de un camino de piedra, tramos de un centro ceremonial, urnas
rituales y piedras talladas.
Una segunda fase del proyecto fue realizada en el 2002. Los
científicos lograron descubrir rastros pertenecientes al periodo preincaico.
El hallazgo no representa sólo un logro arqueológico, sino
también un éxito deportivo: los científicos de Akakor Geographical Exploring,
expertos en exploración bajo el agua, batieron un récord mundial de buceo en el
lago al lograr descender a una profundidad de 70 metros, superaron al registro
anterior, que fue de 60 metros, conseguido por una expedición liderada nada
menos que por Jacques Cousteau en 1969.
Para contrarrestar los más de 10 grados bajo cero de las
aguas del Titicaca, los arqueólogos utilizaron un equipo especial, además, un
robot acuático exploró profundidades que bordeaban los 150 metros.
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