Es significativo que casi todos los pueblos hayan creído en la existencia de seres superiores malignos que podían adueñarse de ciertos lugares, o incluso de personas, para causar trastornos a la humanidad. Tenemos abundantes testimonios de este fenómeno, que se caracteriza por manifestaciones horripilantes: voces huecas que parecen surgir del cuerpo del «poseso», muebles que se desplazan, contorsiones inverosímiles... No es sorprendente, pues, que todas las culturas hayan buscado una explicación para este fenómeno y una manera de ponerle fin.
Los antiguos egipcios practicaron ritos para protegerse de las potencias amenazadoras que podían salirles al paso en este o en el otro mundo; en su religión los conjuros mágicos de carácter oral se complementaban con rituales consistentes en herir, partir o seccionar una representación del ser temido. En Sumer, Asiria y Babilonia aparece también una amplia demonología acompañada de ritos paralelos para protegerse de la acción de entes maléficos; uno de los procedimientos más generalizados era el de hacer pasar mágicamente el espíritu a un vaso u otro objeto, que luego se echaba al fuego o se rompía. Asimismo, algunas prácticas típicas de religiones animistas muy primitivas, por ejemplo, la reducción de cabezas entre los jívaros, constituyen también formas de exorcismo destinadas a capitalizar ciertas influencias espirituales.
Exorcistas E Iglesia
Según una de las máximas autoridades en la materia, el sacerdote católico Corrado Balducci, miembro de la congregación De propaganda fide y especialista en problemas de posesión diabólica, sólo resulta verdadero uno de cada mil casos de los que se hace cargo la Iglesia católica.
No obstante, reconoce haber presenciado casos en que los posesos «emitían gritos que no eran humanos, vomitaban objetos y animales que nunca habían tragado, demostraban una fuerza que ni diez personas lograban contener. Volaban por la habitación. Aumentaban de repente hasta ocho veces de peso. Rugían como energúmenos cuando se les acercaba algún símbolo sagrado». Balducci es consultor habitual, en este terreno, de los obispos, en quienes recae actualmente la responsabilidad de autorizar los exorcismos, debidamente asesorados por personas de quienes se espera la máxima solvencia en psicología y parapsicología.
La Iglesia católica ha sido la institución que con mayor intensidad se ha dedicado a ayudar a los posesos y a perfeccionar las fórmulas de exorcismo destinadas a este fin. Jesucristo mismo fue el primero que dio «órdenes» precisas al demonio para que desalojara los cuerpos de algunos posesos de su época. Desde entonces, el principio del exorcismo ha variado poco: el exorcista tiene que dirigirse al demonio que «vive» en la víctima, y ordenarle, en el nombre de Dios, que se marche de allí. Si el espíritu ocupante se niega y los efectos de la posesión empeoran, entran en juego el empleo de símbolos sagrados y la propia personalidad del exorcista, que suele ser muy fuerte y proclive a la espiritualidad. La fórmula de exorcismo más habitual utilizada por la Iglesia católica romana se remonta a 1614, y está contenida en el Rituale romanum:
«Exorciso te, immundissime spiritus, omnis incursio adversarii, omne phantasma, omnis legio, in nomine Domini nostri Jesu Christi. Eradicare et effugare ab hoc plasmata Dei. Ipse tibi imperat, qui te de supernis coelorum in inferiora terrae demermergi praecipit. »
He aquí la traducción aproximada: «Yo te exorcizo, espíritu inmundo, toda incursión del adversario, todo espectro, toda legión, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Despréndete y huye de esta criatura de Dios. Te lo ordena aquel que te hizo precipitar desde lo alto de los cielos a las profundidades de la tierra.»
La Iglesia católica no es la única institución religiosa oficial que se ha preocupado por estos fenómenos: algunas Iglesias protestantes, especialmente la anglicana, poseen asimismo una larga tradición en este campo. Pero además, por su naturaleza misteriosa, otros ritos parecidos se han ido transmitiendo desde la antigüedad, muchas veces por canales poco ortodoxos, al margen de las religiones « oficiales» . En Galicia, por ejemplo, estas creencias han subsistido, a nivel popular, en las ceremonias llevadas a cabo por los «menciñeiros», personajes a medio camino entre el brujo y el exorcista.
Los Posesos, Hoy
Los casos de posibles posesiones diabólicas son cada vez más numerosos, debido quizás al aumento del stress y al creciente consumo de calmantes y antidepresivos. Pero aunque esto explica algunos de los casos, hay fenómenos que ningún trastorno emocional puede justificar. Además, la frecuencia con que aparecen hace que estos fenómenos sean cada vez más objeto de divulgación, a lo que ha contribuido particularmente el cine con una serie de producciones centradas en estos temas (El exorcista, Carrie, etc.)
Lo que resulta realmente alarmante es que muchas personas incompetentes o con intenciones abiertamente fraudulentas hayan adquirido el estatuto de «exorcistas». De ahí que en los últimos años se haya producido más de un caso de desenlace trágico: en 1975 la joven alemana Annaliese Michel murió a consecuencia de trastornos circulatorios, rodeada de extraños rituales de exorcismo; sus padres y dos sacerdotes implicados en los hechos fueron juzgados y condenados por homicidio por negligencia.
En Gran Bretaña se registraron, entre 1977 y 1979, varías intervenciones erróneas que acabaron con internamientos hospitalarios, Asimismo, en 1981 ha estallado en Italia un grave escándalo en torno al ex salesiano Domenico Bernardini, fundador de un centro donde, con permiso episcopal, exorcizaba a jóvenes mujeres mentalmente inestables, que se sentían endemoniadas por sugestión, y a las que aplicaba una serie de violentas prácticas mágicas.
Estos y otros casos parecidos sugieren una de las problemáticas más delicadas del fenómeno de la posesión. ¿Qué clase de «posesos» deben someterse a un exorcismo en toda regla y cuáles a un tratamiento médico o psiquiátrico? En el mundo de hoy encontramos numerosas, o presuntas, víctimas de espíritus, demonios o poltergeists -como queramos llamarles-; pocos tienen idea de la naturaleza del fenómeno que les aqueja, ni de los riesgos que puedan correr.
Exorcismos Y Espíritus
Antiguamente, cualquier fenómeno paranormal recibía un tratamiento religioso. Entre los casos más célebres figura el deplorable episodio de «los demonios de Loudun» (1631), a raíz del cual el sacerdote Urbain Grandier murió en la hoguera, víctima de los manejos políticos y de las acusaciones de un convento de ursulinas en estado de posesión. Más famoso aún, si cabe, fue el largo proceso de las brujas de Salem. Este caso es célebre por haber sido una de las escasas cazas de brujas que tuvieron lugar en Norteamérica, donde estas persecuciones no fueron, ni mucho menos, tan frecuentes ni sangrientas como en el Viejo Mundo. Pero aparte de la popularidad que les haya proporcionado el teatro, las «posesas» de Salem tienen su lugar en la historia.
Estos dos ejemplos tienen, curiosamente, algo importante en común: ambos, una vez aclarados a la luz de la historia, resultaron ser una combinación de fraude deliberado y de histeria.
Actualmente, sin embargo, no resulta verosímil que se puedan producir casos como estos, ya que el procedimiento de las posibles posesiones es muy distinto. Desde el punto de vista estrictamente psicológico, los fenómenos de posesión se inscriben en el contexto de ciertos trastornos denominados «de escisión», que permiten la aparición de sistemas autónomos que logran suplantar la síntesis habitual de la personalidad: algo así como una grieta por la que asoma el magma de una región poderosa e insospechada.
Desde la aportación que el doctor Jean Martin Charcot (1825-1893), fundador de la neuropatología moderna, hizo al estudio de este tipo de fenómenos, éstos se han venido enmarcando en el cuadro de la histeria; pero ello no impide que algunos casos desborden todos los esfuerzos de la medicina. El acompañamiento de fenómenos parapsicológicos ha contribuido a reforzar el aspecto sobrenatural del asunto, por lo que muchos médicos, impotentes ante estos hechos, no dudan en remitirlos a las autoridades religiosas para someterlos a exorcismo.
El problema de decidir sobre la naturaleza de un fenómeno de posesión no es nuevo, como evidencia el testimonio del polígrafo benedictino fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), quien en su obra Teatro crítico universal dedicó uno de sus discursos a los «Demoníacos, endemoniados o energúmenos». Señala allí que muchos de ellos son fingidos, pero que no por ello deja de haberlos verdaderos (refiere, entre otros, el caso de una energúmena que fue exorcizada en el convento de Nuestra Señora de Valvanera, no lejos de Nájera, Logroño).
Por otro lado, en cambio, se permite dudar de la buena fe o de la sagacidad de los exorcistas que dan por sobrenaturales fenómenos de embaucamiento. En este sentido, se refiere a cierta posesa de Oviedo que, al parecer, hablaba latín sin saberlo, que sabía lo que ocurría en cualquier momento y lugar del mundo, y que saltaba como si tal cosa sobre la copa del árbol más alto. El exorcista creía plenamente en estos prodigios, pero Feijoo no dio su brazo a torcer; sólo veía en ella a una embustera. La hizo conducir a su presencia y le indicó que poseía conjuros más eficaces que los usados por otros sacerdotes. Le dirigió versos de Virgilio, Ovidio y otros poetas «articulados con gesto ponderativo y voz vehemente para que hiciesen más fuerte impresión, como en efecto la hicieron». Además, le aplicó una simple llave envuelta en papel diciendo que era una reliquia. Todo ello provocaba en la presunta endemoniada estremecimientos y convulsiones. Así descubrió que se trataba de un fraude.
Sin embargo, Feijoo, al tratar de las excepcionales fuerzas que asisten al poseso, se expresaba así: «Esto de volar de la calle al techo o del pavimento a la altura de la bóveda o colocarse sobre las cúpulas de los árboles, pisar sobre las espigas de las mieses sin doblar las cañas, se dice de muchos energúmenos cuando se da noticia de ellos en tierras distantes. Yo nada de estas cosas pude ver hasta ahora. El que lo viere no ponga en duda en que lo hace agente preternatural.»
La actitud de este erudito benedictino del siglo XVIII, ajena a una supersticiosa aceptación demonológica, le acerca considerablemente a la visión actual del problema. Hoy en día, este tipo de fenómenos no parece hallarse en regresión. En cambio, la práctica del exorcismo propiamente dicho sí parece abocada a la desaparición a medio o largo plazo, paralelamente a la disminución de la fe religiosa que se aprecia en la sociedad. Sin embargo, resulta difícil de creer que el título de «exorcista» -a pesar de sus siniestras resonancias- pueda desaparecer por completo: antes bien pasará a aplicarse, como sucede ya actualmente, a personas que, como ciertos parapsicólogos y otros expertos, demuestran obtener cada vez mejores resultados en su trato con lo paranormal.
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