jueves, 11 de abril de 2019
Las Primas Muertas en la Bañera
Abril de 1989 el
médico les recetó un comprimido antifebril pese a no detectar
ninguna patología en especial. Las dos mujeres estaban solas en
aquel departamento de la localidad de Florida (Buenos Aires), y jamás
habrían imaginado lo que el destino les deparaba. Una de ellas, la
menor, estaba en la cama cuando los delgados dedos del profesional la
palparon intentando conocer la causa de su malestar. Nada, sin
embargo, detectó.
Una vez garabateada
la receta, le echó una prolija mirada a la mayor, de 21 años, y se
despidió cortésmente. Y mientras avanzaba por aquel pasillo tétrico
y desvencijado, mientras caminaba hacia la noche, la muerte se
adentraba sigilosa y macabra por los resquicios de aquella propiedad.
¿Y cómo saber que
estaba dejando atrás a las que serían víctimas de una de las
muertes más enigmáticas de la historia argentina? ¿Cómo saber que
él se transformaría en un testigo privilegiado, siendo el último
en verlas con vida? ¿Cómo saber que “algo”, lo que fuera,
aguardaba pacientemente agazapado para ejecutar su siniestro plan?
La noche era
terrible y el clima gélido de la época propiciaba todo tipo de
malos augurios.
48 hs más tarde.
Un olor nauseabundo
escapaba de aquel departamento de Florida. Alarmados, los vecinos
empezaron a desfilar con morbosa curiosidad en torno al mismo. Y la
duda, persistente y corrosiva, obligó a la señora que rentaba el
domicilio a telefonear a la Comisaria Numero 2 de Vicente López.
De inmediato se
apersonó la fuerza policial. Y, tras insistir en ser atendidos,
derribaron la puerta encontrándose con un horroroso hallazgo.
En la bañera,
arrellanadas en sendas esquinas, observándose sin vida, estaban las
mujeres en un avanzadísimo estado de putrefacción. Los cadáveres,
totalmente irreconocibles, en una escena del todo dantesca,
presentaban una fauna cadavérica plenamente desarrollada, con
gusanos que por su color, forma y tamaño y otras características
correspondían a una muerte de por lo menos un mes.
Y sin embargo, dos
días antes, un médico y la vecina que les rentaba el departamento,
las habían visto con vida. ¿Cómo se explicaba entonces?
Acababa de empezar
el misterio de la Bañera Maldita.
EL SUCESO
Ocurrió el mismo
año y mes en que un asesino serial incursionaba en Mar del Plata,
zona balnearia de Buenos Aires; en que era descubierta una banda
satánica antropófaga en México. El caso de “Las primas de la
bañera”, como se caratuló, se hizo masivo en diferentes medios de
comunicación, radial, televisiva y prensa.
Empecé en la
Biblioteca Nacional. Debía despolvar aquel episodio que tanto horror
y misterio había causado en Buenos Aires. Y elegí un día de abril
para comenzar con esta investigación que, lo adelantó, nadie se
podrá atrever jamás a esclarecer satisfactoriamente.
Creo yo, la señorita
de la Biblioteca, al alcanzarme los innumerables folios encarpetados,
tuvo un instinto de curiosidad que la llevó a preguntarme, furtiva y
audaz su mirada, qué buscaba allí.
Era la segunda vez
que me pasaba.
Otra vez sonreí
enigmático y le arrebaté los libracos de un zarpazo.
Apenas me senté
empecé a escrutar hoja por hoja en busca de algunas pistas. Al cabo
de un instante tenía numerosas notas periodísticas que me ponían
al corriente del suceso.
Había ocurrido en
la zona de, como se dijo, Florida, a unos pocos kilómetros del
centro de Buenos Aires. Las mujeres, Irma Beatriz Girón (21) y
Gloria Fernández (15), habían sido encontradas en la mañana del
Domingo en el departamento de planta baja de la calle Melo 3354. Los
vecinos habían detectado los pestilentes hedores que emanaban de la
propiedad y supieron en el acto que algo anormal ocurría.
Y luego, el
hallazgo. Desnudas, en un estado deplorable.
Pero el misterio no
hacía sino comenzar.
No habían pasado
diez días de aquello, cuando el juez que llevaba la causa, doctor
Raúl Casal, titular del Juzgado Penal de Instrucción N 2 de San
Isidro, pensó que sería bueno y justo hacer una nueva pesquisa en
el lugar. Palpó la replica de la llave que tenía en el cajón y se
dirigió hacia el lugar de los hechos.
Una vez allí, se
encaminó al baño. Encendió la luz y se quedó lívido: con
repulsión descubrió, desconcertado, que la bañera estaba
nuevamente llena de fauna cadavérica.
¿Cómo era posible
aquello?
Más aún - y como
nos comentó en una entrevista exclusiva para la televisión en Canal
2 – si se había limpiado toda la bañera y la canilla no goteaba ,
mucho menos estaba tapada la cañería para producir semejante
situación. Y fue inevitable, los vellos de la nuca se le erizaron y
no tuvo más que resignarse al misterio.
“A los diez días
yo volví a la escena del caso porque en realidad quería hacer un
cuadro de la situación, de cómo era. Y estaba la bañera hasta la
mitad, de nuevo llena, con toda la fauna cadavérica reposando como
si nada. Imagínese mi sorpresa cuando vi aquella bañera”
Y recordando aquel
episodio nos decía: “El estado de los cuerpos era llamativo. Es
decir se habían convertido en una suerte de muñecas inflables”.
Como para menos. Ya
el libro de Bonnet dedica varios capítulos al tema de los ahogados,
especificando cuando la muerte es de horas, meses, o días basándose
en la caída del cabello, uñas, etc. Y no había dudas: la muerte de
las jóvenes databan de por lo menos 1 mes. Y no sólo eso. Las
sucesivas autopsias no arrojaron claridad al asunto. No se pudo
esclarecer la causa del deceso.
Se descartó
intoxicación por monóxido de Carbono. Electrocución. Ahogo.
Etcétera.
Así, de a poco, se
fueron tejiendo las más variopintas hipótesis. Entre las más
inquietantes, figuraba aquella que hacía mención a una serpiente
africana que tiene la particularidad de inocular su poderosísimo
veneno dejando a la víctima muerta por descomposición en poco
tiempo. Esta teoría de la víbora Mamba fue presentada por uno de
los médicos legistas que había investigado el caso desde hacía
meses.
Llegando, incluso, a
hallar paralelos en Canadá, de donde recibió valiosa literatura al
respecto.
Y sin embargo, nada
sólido.
En el archivo de la
causa pude verificar que figuraba como muerte súbita y simultánea,
pero luego cambiaron esta primera declaración, clasificándola como
“Muerte por causa desconocida”.
El Subcomisario Raúl
Torres, en una entrevista a Canal 2, declaró su total escepticismo
en el asunto, inclinándose a la teoría del monóxido, pese a que
las dos autopsias referían que “no se había debido a monóxido de
carbono”. Un verdadero desafío para las autoridades competentes.
Y en tanto
deshilvanaba las polveras de las hojas, en busca de mayores datos,
constando las versiones oficiales, una idea maquinal empezó a
germinar en mi cabeza. ¿Podía ser que toda esta historia estuviera
armada? Un rumor, una sensación parecía indicarlo.
Difícilmente me
resigno a la sobrenatural y prefiero siempre inclinarme a las
explicaciones racionales. Y en este caso, si bien pudiera haber algo
maligno detrás, existían hechos concretos del todo físicos y
constatables. Toda muerte sin explicación, creo yo, acarrea este
problema de saber y no saber a que se enfrenta.
Para colmo, el
forense Doctor Osvaldo Raffo hacía más truculento el asunto: “Se
produjo un misterio más. Cuando se hace la autopsia de los cadáveres
el perito queda obligado a llevar al laboratorio bajo custodia
personal todo el material que saca de la autopsia. Esto es, sangre,
orina, y el corazón de las víctimas. Esto desaparece”.
En otras palabras:
se habían robado el corazón de las jóvenes.
CAMINO SIN PISTAS
Pongamos orden al
asunto. En este suceso había tres insistentes misterios. Por un
lado, la fauna cadavérica datada de un mes. Incluso, como declaró
un forense, “aceptando que como quedaron las luces prendidas todo
el tiempo, el ambiente se saturó de calor y se dieron las
condiciones de pleno verano, la descomposición cadavérica era de
mes, y no de pocas horas.” Un mes, pero dos días antes habían
sido vistas rebosantes de vida ambas mujeres. Segundo: el juez Raúl
Casal halla nuevamente en la bañera “fauna” (en un lugar
precintado y clausurado a extraños.) Tercero: alguien substrae el
corazón de las jóvenes.
Un puro enigma sin
resolver. ¿Y qué ocurrió con aquel médico, Arnoldo Bresciani, que
las vio por última vez? Pues verificó toda la historia. Añadiendo,
si se quiere, otra rareza más al caso: Los peritos hallaron aquella
receta, que les hubiera dado Bresciani, donde faltaban dos
comprimidos. Pero hete aquí que las autopsias no detectaron aquel
medicamento en los cuerpos.
¿Otro misterio o
una punta a la Verdad?
Sea como sea, las
incógnitas empezaron acumularse y los policías, forenses,
anatomopatólogos y médicos legalistas que intervinieron no tuvieron
más que quebraderos de cabeza. Nada era seguro.
Ni siquiera la
hipótesis que explicaba que lo que halló posteriormente el juez
Casal se debía a depósitos de cebo de la piel que habían obstruido
la cañería y un goteo periódico había llenado la bañera, dejando
al descubierto los restos de gusanos que sobrevivieron a la limpieza.
Algo del todo insostenible.
Aún dando por
supuesto que la canilla perdía –lo que fue meticulosamente
verificado– jamás habría llenado, goteando, la bañera en 10
días, de acuerdo al nivel constatado.
Por fin, esta
hipótesis fue rechazada de plano por carecer de fundamentos. Estaba
claro que alguien había ingresado a la propiedad luego que fuera
clausurada, llenado con fauna cadavérica la bañera, pero ¿por qué
motivo arriesgarse? ¿Sembrar misterios y pistas falsas? Quien
sabe...
Otra pregunta era
¿por qué habían sido halladas las mujeres ocupando la misma
bañera? Se pensó en una intriga de lesbianismo que pronto se
descartó, pero que arrojó alguna luz al asunto al estudiarse la
vida privada de las jóvenes. La noche anterior al hallazgo no habían
asistido a un casamiento de un familiar, donde debían llevar un
regalo de bodas.
Y allí surgió una
nueva pista: un novio. Como dicen los investigadores policiales,
cuando se investiga la personalidad de la víctima se llega al
asesino. Y en este caso, Irma Girón, la mayor, estaba comprometida
con Darío Arnoldo Tojo que, según los testimonios, había estado el
viernes en la propiedad pero nadie lo había atendido. Y ¡oh extraña
casualidad!: trabajaba en un serpentario. Y las pesquisas lo
señalaron con vehemencia.
El médico de
guardia que las atendió en su domicilio. El último en verlas con
vida
Siendo sospechoso se
ordenó la detención automática del joven. Pero para sorpresa y
desilusion de los policías, el muchacho huyó para nunca más
volverse a verlo. ¿Era el responsable? Si lo era, ¿Por qué se tomó
la molestia de llenar nuevamente la bañera con fauna cadavérica?
¿Cómo logró hacerse con los corazones de las mujeres? ¿De tanto
es capaz un simple muchacho?
Eso, como sea, no
explicaba lo súbito de las muertes. Tan súbitas que “ una de las
víctimas tenía muy cerca de su mano la prenda intima que se acababa
de quitar...y ese brazo quedó rígido, fuera del receptáculo.”,
declaraban los peritos.
¿Qué fue aquello
que sesgó sus vidas con tremenda celeridad? ¿Qué les causó aquel
espantó mortal petrificándolas en la escena? ¿Un veneno? ¿Un
fármaco? ¿O vieron “algo” mucho más terrorífico con ellas
aquella noche invernal de abril?
Todo, pienso, es
posible.
Quedaba un camino
por seguir. Visitar la propiedad y averiguar en el terreno lo que ni
la policía ni los periodistas habían sabido esclarecer. Nada
sencillo.
UNA MALDICIÓN DEL
MÁS ALLÁ
Tenía que hacerme
con las fotos de las mujeres. Desde hacía un tiempo la idea de ver
con mis propios ojos aquellos macilentos cuerpos era un reto para mí.
En los tribunales de
San Isidro figuran los expedientes en transición número 4, cuyo
legajo 2-36 380 se encuentra sobreseído: es decir, no me facilitaron
nada para ver.
Una autorización
que envié solo sirvió para que, una vez más, la burocracia se
desentendiera del asunto.
Y cuando ya creí
que no podría obtener una copia de las fotos originales, una amiga,
avezada en ciertas tácticas, me ayudó a conseguir de manera,
llamémoslo, “especial”, las fotografías que ahora podéis
contemplar. Lo acepto. Me era imposible no dar a conocerlas a los
queridos lectores.
Ahora restaba ir al
departamento.
Eran las 16 hs del
2/6/2004 cuando un autobús de la línea 133 me dejó a algunas
manzanas del lugar de autos. No había transeúntes. Estaba
totalmente desierto, tal vez como consecuencia del golpe climático
que asolaba la temporada.
Las calles estaban
teñidas por una ligera humedad que, lo reconozco, me causó un
cierto escalofrío.
Y es que, luego de
15 años, alguien interesado en el caso de “Las Primas” volvía
al lugar de los hechos; el clima no ayudaba.
El departamento era
uno de tres que constituían aquella remozada propiedad de Florida.
Al lado, la vecina que otrora rentara a las muchachas vivía aislada
por una pared frontal que lindaba a un garaje cuya puerta de madera
barnizada brillaba con esa limpieza propia de los lugares habitados.
Ya de pie en el vano
de la puerta toqué timbre reiteradas veces. Nadie, al parecer,
poblaba aquel domicilio.
Me relajé y
tranquilicé el mar de nervios que me corroía. Entonces lo noté, y
me apresuré a apuntarlo en mi diario de investigación.
Una vez más advertí
“aquello”; sutil sensación poderosa y cautivante de “algo”
ordenando o permitiendo desvelar un tinglado oculto. Hablo de
acontecimientos subjetivos que, tomados aisladamente, no representan
nada. En su marco global, en cambio, ofrecen un siniestro bosquejo. Y
ocurre, creo yo, siempre que vamos tras un misterio desconcertante;
en el momento en que penetramos, a través de las sincronicidades, en
un diseño prohibido.
Lo vi todo como un
ajedrez.
La primera “ficha”
era un anciano que salía a sacar la basura y se parapetaba en el
vano de la entrada de piedra.
Carismático, me
confesó que ningún habitante de la propiedad vendría hasta la
noche. Todos trabajaban. Incluso los dueños que rentaban los tres
departamentos.
Afilé la grabadora.
- ¿Imagino que
conoce el caso de “Las primas de la bañera”?
- Por supuesto –
exclamó y me miró fugaz – ocurrió allí enfrente y no se supo
nunca qué fue lo que pasó. Quiere que le diga, aquí se cuentan
cosas raras. Como que existe una maldición en torno al lugar. Mire,
la señora que vivía aquí que les alquilaba a las chicas, murió al
poco tiempo al caer por esa escalera ¿ve usted? – y me señaló a
la distancia lo que se divisaba notoriamente como una escalera de
piedra que conducía a la segunda propiedad, la de los dueños – Y
además el camillero que atendió, junto con el médico, a las primas
murió de causas inexplicables, en un estado de descomposición
semejante al de las jóvenes.
Aquello me
descolocó. Pero dudé de inmediato. No podía ser posible. Sin
embargo – justo y bueno será que lo mencione ya mismo - más tarde
habría de corroborar aquella información por el periodista Facundo
Pastor de Canal 2 que también investigó el suceso no hacía mucho
tiempo.
Y no sólo eso.
Pero dejemos que sea
el anciano quien no los confiese.
- La antigua
propietaria del departamento donde pasaron las cosas se fue
horrorizada porque decía que veía presencias allí en la propiedad,
sombras y ruidos extraños. Incluso la señora llegó a ver una vez a
las chicas todas de negro en la bañera. Eso le causó un espantó
tal que decidió quitar la bañera y llevarla lejos.
En efecto, tal como
pude comprobar, hoy por hoy la dichosa Bañera Maldita se halla a las
afueras de Buenos Aires, en La Plata, en un descampado ignoto, donde
sirve como abrevadero para los animales, la mayoría caballos.
Y según confiesa el
dueño del campo, sus animales no quieren acercarse a aquella
“tinaja” a beber agua. Como recelosos, o intimidados por el
misterio, jamás abrevan allí.
¿Oculta algo la
bañera que impide esto?. ¿O se trata de simple mito?.
Sea como sea, la
segunda “ficha” se presentó –cuando ya mis esperanzas
fallecían de encontrar un inquilino - montando una moto.
Pese a las
advertencias de mi interlocutor, desafiando todo pronóstico, Karina,
una de las propietarias del departamento se detenía a unos metros de
mí. La abordé sin pensarlo.
Y sus ojos, de un
verde diáfano, enmarcados en una cabellera rubia, fueron rotundos:
aquello no eran más que meros cuentos.
Si bien aceptó
aquellas inexplicables muertes, desmintió todo el misterio referido
a fantasmas y apariciones gestado en torno. Su suegro, el dueño de
las tres propiedades, me dice, no quiere saber nada del asunto porque
lo pone mal. Ella hace ocho años que vive ahí y me puede asegurar
–puso especial énfasis en ello – que nunca oyó ningún ruido o
manifestación inusual.
Y en cuanto a la
bañera, me afirma segurísima, fue retirada por refacciones que
hicieron los antiguos dueños del lugar. Mera estética. Nada de
intrigas sospechosas.
RAZONAMIENTO FINAL:
¿MISTERIO O CALCULO
PROGRAMADO?
Hay algo – muertes
aparte - que me inquietó de este caso. Algo que no cuadra como
debiera. Me refiero a ciertos detalles que parecen enlazados adrede.
Demasiado oportunos.
Un dato que pude
verificar con insistencia fue el total anonimato de las mujeres, que
ni siquiera - cuentan los vecinos - se animaban a comprar en el
Kiosco de al lado, ni en los comercios de la zona. Como si tuvieran
una necesidad apremiante de no dejarse ver.
Curioso...
Además – y el
resto quedará a imaginación del lector -: ¿No es extraño, cuando
no conveniente, que por un simple estado gripal llamaran a una
guardia de emergencia para ser atendidas? ¿No habrá sido,
justamente, muy premeditado? ¿Por qué no se detectó el remedio en
sus cuerpos si faltaban los comprimidos recetados?¿Acaso necesitaban
un testigo de última hora?.
¿Y qué pensar del
paradójico tiempo de exposición de los cuerpos?
Recordemos: un mes.
Nada existe, ningún veneno es capaz de acelerar la descomposición,
evolucionando la fauna, incluso los gusanos, en un lapso tan
reducido.
Este es el panorama.
24 hs: deshidratación. La sangre no transporta más oxígeno, la
piel se apergamina, el iris y las pupilas se deforman. 48hs: comienza
la putrefacción. Surgen las primeras manchas verdosas. Los tejidos
quedan como una goma, blandos. 72 hs: El color verde avanza ganando
nuevos territorios del cuerpo. Es el momento de la fauna cadavérica,
los insectos repugnantes que han germinado como larvas voraces de la
carne. 96 hs: el cuerpo se ha deformado. Los gases han inflamado el
estomago. La fauna se extiende. El olor es insoportable.
Pero, ¿para qué
seguir? Imaginad – o mejor: mirad – en lo que se transformaron
aquellas mujeres.
Y pensemos, como me
refirió mi amigo el comisario Marcelo Palmili, que las huellas
digitales son harto imposibles tomar a un cuerpo tan descompuesto,
abotagado.
Tal vez sea como
leemos en la novela Crímenes Imperceptibles: “El crimen perfecto,
escribe, no es el que queda sin resolver sino el que se resuelve con
un culpable equivocado”.
Y hoy por hoy, ante
aquel inquietante misterio la mejor frase de batalla es “Fue el
monóxido”, “Fue el novio”, “Hubo una maldición”.
Me pregunto, no sin
cierta inquietud, si ahora mismo, dos mujeres anónimas no estarán
riéndose de nosotros, jactándose de su audacia y sagacidad a la
hora de consumar un crimen perfecto.
Porque de lo que no
hay duda es que aquellos cuerpos tenían un mes por lo menos. Otra
cuestión será saber a quienes pertenecían de veras.
Así y todo, aquel
emblemático episodio de las “primas” seguirá abigarrando
espacios en los medios y en cálidas salas de lectura de las
bibliotecas; infiltrándose, impávido y aterrador, en las platicas
después de medianoche, en los campamentos de verano y en las casonas
vacías y tétricas que atestan Buenos Aires, donde algo, ya lo digo,
late sin más pausa que el incomodo silencio.
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