domingo, 7 de abril de 2019
La Trágica Historia de los Chicos de San Martín
La historia es nocturna, sucede en fiestas y
en boliches, las zonas donde el rumor se repite es en Corralitos,La
Primavera, Fray Luis Beltrán, San Martín y Palmira, este último
lugar es donde el mito es más latente y poderoso. Una chica vestida
de blanco, de tez pálida y pelo negro es sacada a bailar por un
chico. Luego de pasar la noche bailando y charlando él le ofrece
llevarla a su casa, lo que ella acepta gustosa. Lo hace dar varias
vueltas y le pide que paren en un lugar solitario. Él se detiene
entusiasmado por la posibilidad de intimar, pero solo se lleva unos
besos y una que otra caricia. La “anécdota” concluye cuando ella
se baja en el cementerio zonal e ingresa por la puerta, a veces
incluso hasta traspasando las rejas.
Una variante, que
escuché enLa Primavera, mucho más jugosa y tétrica, es que él la
lleva hasta su casa, ella entra y él se va. Al otro día encuentra
en su auto una campera de jean y vuelve al domicilio donde la dejó.
Lo atiende el padre de ella y le comenta dolorido que su hija murió
hace unos años, le pregunta el porqué de la búsqueda, el chico le
comenta aterrado y el padre se da cuenta espantado de que la campera
era efectivamente de ella.
Sobre esta variante
avancé bastante, al punto de que llegué hasta la casa donde
teóricamente había sucedido el tema. Me atendió un señor bastante
viejo y me hice pasar por periodista de un diario (cosa que he hecho
para averiguar todo lo que se, falsificación una tarjeta de
presentación). No me dejó entrar, pero desde la vereda me enteré
que era viudo, que efectivamente hacía unos años había perdido una
hija y cuando le pregunté por el tema de la campera de jean, se le
llenaron los ojos de lagrimas y me cerró la puerta en la cara. Saco
dos conclusiones, o la historia es verdad y el viejo no quiere contar
nada, o la historia no es verdad y está cansado del rumor.
Previo a contarles
la historia quiero aclarar que todo lo que les voy a escribir es
real, pero he tomado las precauciones de cambiar absolutamente todos
los detalles, por respeto a las víctimas, en agradecimiento a los
familiares y allegados que me dieron detalles y por cuestiones
legales, ya que el caso está aún latente en la fiscalía. Además,
suficientes problemas hemos tenido y causado con la nota de Neuquén…
donde justamente arranca esta nueva historia.
Era sábado a la
noche, Marcos, Ignacio y Damián, eran tres amigos de San Martín que
habían ido a bailar al boliche Neuquén, como religiosamente lo
hacían cada sábado. Damián era el más ávido para el levante,
Marcos lo segundeaba bastante bien e Ignacio era el que menos ganaba,
pero siempre estaba. Los tres eran inseparables, toda la primaria y
la secundaria la habían echo juntos, solamente se separaron en la
universidad, cuando Marcos se decidió por contador, Ignacio por
policía y Damián por enólogo.
Esa noche era
bastante linda, Ignacio se quedó con una mina que conocía y le dejó
el campo de batalla libre a Damián y Marcos que se jugaron toda las
fichas en la pista vip. Damián ganó al segundo intento y Marcos se
quedó deambulando por la pista hasta tarde. Una vez que se resignó
a que no era su noche, tomó varios tragos de más. Al cabo de un par
de horas estaba bastante ebrio, por lo que salió a la pista del
patio a tomar algo de aire. Estaba mirando hacia el cielo, intentando
inspirar más oxígeno del habitual, cuando le tocaron la espalda.
Solamente bastó que la chica le pidiese fuego para que Marcos
activase todas sus virtudes de galán y terminase conociendo desde
que se llamaba Amalia hasta el sabor de su boca.
Se hicieron las seis
y se juntaron en la puerta del boliche, para volverse en el auto de
Damián, pero no volvían los tres solos, sino que Amalia los
acompañaba. Ella vivía también en San Martín y Marcos se había
ofrecido a llevarla con ellos.
Manejaron por el
acceso hasta la entrada a San Martín, en vez de tomar hacia la
ciudad se dirigieron hacia el otro lado, hacia el Norte. Comenzaron a
gastarla por lo lejos que vivía, ella no respondía más que con una
mueca extraña. Luego de varios kilómetros Amalia señaló que
debían tomar por un callejón hacia la derecha (Este), saliéndose
de la calle asfaltada y entrando a un camino de tierra, los chistes
sobre la lejanía de la casa se tornaron menos chistes. Manejaba
Damián, iba de acompañante Ignacio y atrás iban Amalia y Marcos a
los arrumacos. Dicen que la mirada de Amalia era misteriosa y
seductora. Damián e Ignacio no podían dejar de mirarla por el
espejo retrovisor, su palidez era abrumante. Pasados varios minutos
la calle se angostó y a escasos metros veían como se curvaba hacia
la derecha, Marcos no quería más besos y se impacientaba por llegar
a destino. Amalia le señaló a Damián que no doblase a la derecha,
sino que se metiese despacio por un callejón que había hacia la
izquierda, Damián dobló dubitativo y un poco asustado. De pronto un
viento comenzó a zamarrear los sauces llorones que poblaban la zona.
Estaban solo ellos en aquel callejón, la última casita había
pasado hacía kilómetros. Ninguno de los tres hablaba.
Manejaron unos
doscientos metros, donde el callejón se había transformado en una
mera huella. No se veía absolutamente nada. Damián detuvo la marcha
sin apagar el auto porque era casi imposible seguir avanzando, Marcos
le preguntó sorprendido si era acá por donde vivía y si faltaba
mucho. Ella contestó que si, que unos metros más adelante, que
siguiera un poco más, su voz había cambiado y su palidez
resplandecía en la oscuridad del auto. Ignacio bajó el vidrio
polarizado para tratar de mirar mejor hacia la derecha, un frío
polar y el ruido del silencio penetraron el habitáculo. Damián
titubeó y tartamudeando le dijo a Amalia que no podía seguir
avanzando… no sabía que más decir. Amalia le dijo que solo
faltaban unos metros. Marcos estaba mudo, el frío del cuerpo de la
chica lo estaba congelando. Damián encendió las luces altas y no
vio absolutamente ninguna casa ni nada, incluso no había más
huella. La mirada de Amalia estaba fija en él. De pronto Ignacio
reaccionó y le dijo a Amalia que no podían seguir, que se iba a
enterrar el auto, que bajase y que ellos la iban a acompañar
caminando. Damián le clavó una mirada desesperada a Ignacio y le
dijo que no se iba a bajar, que no iba a dejar el auto solo. Marcos
le soltó la mano a Amalia y dijo que tenía mucho frío, que no se
iba a bajar porque se iba a enfermar, desconcertado de miedo. Ignacio
miró hacia la oscuridad, ahora la mirada de Amalia penetraba sus
pupilas desde el retrovisor, entonces bajó la mirada y le dijo que
fuese sola, que ellos la iluminaban y la miraban desde el auto.
Amalia levantó una ceja en señal burlesca. No importa chicos,
ustedes vayan, yo voy sola, no quería caminar nomás. Mitad
sorprendidos, mitad aterrados, vieron como Amalia se bajaba del auto,
saludaba con un beso a Marcos y luego se perdía entre el forraje
silvestre del descampado. Los tres tiritaban de frío… pero más de
pánico. Todo sin saber porqué. No se… esa mina…
El viento comenzó a
correr más fuerte y se empezó a levantar polvo y tierra, Ignacio
subió el vidrio y le pidió a Damián que se fuesen ya, que le daba
miedo estar donde estaban, en el medio de la nada, con la oscuridad
de la noche cubriéndolo todo.
Entonces comenzó a
llover, y las ráfagas de viento azotaron contra el auto, salieron
marcha atrás del callejón y condujeron a toda prisa hasta la calle
asfaltada. El terror que sentían los tres les impidió hablar hasta
no estar nuevamente cerca de casa. No sabían porque. La noche llegó
a su fin y cada uno se fue a acostar, ninguno pudo dormir.
Al otro día, como
todos los domingos, se juntaron después de almuerzo para picar algo
previo al partido de Boca – San Lorenzo. Siempre se contaban las
aventuras y desventuras de la noche anterior, pero obviamente ese
domingo todo se centro en el suceso de Amalia. Ninguno se animaba a
comentar el pánico tremendo que habían sentido. Luego de un rato,
Marcos les pidió a sus amigos que lo acompañaran hasta la casa de
Amalia. Él puso la excusa de que la quería ver, que se había
olvidado de pedirle el teléfono y que era una linda mina para
volverse a juntar, aunque los tres sabían que quería volver para
ver realmente donde vivía, porque ninguno aquella noche pudo pegar
un ojo pensando en lo extraña de la situación.
Aquella tarde noche
Ignacio tenía que cumplir horario en la comisaría de San Martín,
por lo que no pudo acompañarlos, pero Marcos y Damián fueron antes
que se hiciera de noche otra vez.
La tarde del domingo
era nublada y gris, fresca como luego de haber llovido durante la
noche anterior. Se dirigieron hacia el norte, por la misma calle,
tomaron por la calle de tierra hacia el este, manejaron varios
kilómetros hasta la curva pronunciada y doblaron lentamente hacia la
izquierda por el callejón. Manejaron los doscientos metros y pararon
el auto, la claridad de la tarde aún alumbraba bien la zona. Tan
bien como para que ambos pudiesen ver que no había ninguna casa a la
redonda, ni rastros de viviendas, incluso ningún material que
demostrase que por ahí pasara gente, como papeles, bolsas, caños o
mugre. Damián observó hacia la calle de tierra y solo vio las
huellas del auto, las recorrió con su mirada hasta llegar al lugar
donde estaba estacionado y siguió con la cabeza hasta la puerta por
donde se bajó Amalia, como haciendo un plan mental, como un
detective que va uniendo cabos. De pronto vio las huellas de ella, le
dijo a Marcos y ambos comenzaron a seguir el rastro. El agua las
había borrado bastante pero no hecho desaparecer, sobre todo porque
al rato de haberse bajado Amalia comenzó a llover.
Caminaron varios
metros, vieron como las huellas sorteaban yuyos y piedras y de pronto
vieron algo extraño. Las huellas se fundían con un montón de
tierra fresca, distinta a la tierra del lugar. En el acto de dieron
cuenta de que era tierra removida. Ambos se miraron y una corazonada
de miedo les piantó una duda y una seguridad. No bastaron palabras.
Marcos cortó un yuyo grueso y comenzó a correr tierra removida,
luego cavó un poco. Se agachó para hundir más el palo en la tierra
cuando sintió que topaba con algo de contextura blanda. Arrojó el
palo por los aires y siguió cavando con sus manos, al tiempo que
Damián lo miraba nervioso. Cavó un poco más y de pronto sintió
que tocaba tela con su mano, removió la tierra y vio tela negra,
separó la tierra alrededor del bulto que envolvía la tela y de
pronto lo develó. Marcos saltó para atrás aterrado, ambos vieron
parte del cuello y del hombro de un cuerpo en estado de putrefacción,
una cadenita decoraba ajena la nefasta imagen. Marcos le aseguró que
era la cadenita que rodeaba el cuello que había estado besando toda
la noche anterior.
Ambos huyeron
despavoridos hasta el auto, subieron, hicieron marcha atrás al
tiempo que el viento nuevamente se levantaba. Mientras Damián
manejaba a altísima velocidad por la calle de tierra, Marcos llamaba
al teléfono de la comisaría donde estaba Ignacio de guardia. Al
cabo de varios minutos de espera en el asfalto llegaron dos móviles
de policía dirigidos por Ignacio que conocía perfectamente la
locación del siniestro. Marcos y Damián siguieron a los móviles,
pero les prohibieron entrar a la zona donde habían visto el cadáver
de Amalia.
Un oficial se quedó
custodiando a Marcos y a Damián que estaban espantados de miedo, los
otros policías junto a Ignacio fueron directo a la zona señalada.
Pasó un tiempo que se hizo eterno para ambos, cuando regresó
Ignacio. Le pidió al policía custodio que los dejara solos.
Muchachos nos vemos nada, fueron las palabras de Ignacio. Volvieron a
señalarle la zona y ante la negativa de hallar algo nuevamente los
llamaron para que entren en la zona. Marcos y Damián iban adelante,
acompañado por el séquito de oficiales. Llegaron a la zona donde
habían visto enterrado el cadáver de Amalia, estaba cercado y
hurgado, pero no habían rastros de nada. Un calor invadió el cuerpo
de ambos, mezcla de horror y vergüenza, los dos sabían lo que
habían visto. Marcos cavó un poco más, al tiempo que Damián
caminaba alrededor intentando encontrar otro lugar, pero estaba
seguro de no haber fallado.
Dos horas después y
con la noche oscureciendo todo por completo, decidieron terminar la
búsqueda y echarle la culpa al cansancio de los muchachos por la
noche anterior. El tema era ¿Dónde vivía Amalia? Uno de los
móviles regresó junto a Damián y a Marcos y el otro, conducido por
Ignacio, se quedó por la zona para preguntar por aquella tal Amalia
en las casas que estuviesen más cercanas al lugar. Ignacio tenía
grabada a fuego su mirada y la tez de su piel… esa piel
horrorosamente blanca.
Aquella noche
Ignacio llamó a sus amigos comentándoles que no había nada, ni
rastros de Amalia, dijo que iba a ver en los padrones municipales por
las mujeres de ese nombre y de aproximadamente esa edad que pudiesen
vivir por la zona, porque le llamaba la atención lo sucedido.
Desde aquella noche
todo cambió para los tres. Los tres comenzaron a tener pesadillas
extrañas, los tres comenzaron a perder más tiempo de lo normal
pensando en esa noche. No se animaron a volver a salir porque no
tenían ganas de nada, las juntadas se habían transformado en un
horrible contar y recontar de la historia. Pero fue Marcos el que
comenzó con las visiones.
Una noche los padres
de Marcos llamaron aterrados a Ignacio, que estaba en la comisaría.
Cuando se encontraron, Marcos estaba bajo un ataque de pánico y no
quería entrar a su habitación. En compañía de Ignacio se animó.
La habitación estaba absolutamente desordenada, Ignacio pensó que
el desorden lo había hecho Marcos en su estado alterado, pero este
juró y perjuró que solo la cama había quedado desarmada. Al cabo
de unas semanas las pesadillas se habían hecho tan frecuentes y
espantosas que Marcos no quiso dormir más de día. Curas,
curanderos, exorcistas y brujas se negaron a entrar en su habitación
por las fuerzas oscuras que decían percibir. Dos meses después la
casa estaba en venta y la familia de Marcos alquilaba en otro barrio.
Por vergüenza, Marcos no había querido contar nada, pero las
pesadillas no habían cesado.
Entretanto Ignacio
continuó averiguando en la policía y en el padrón municipal por
alguna Amalia asesinada, desaparecida o fallecida. Habían algunas
pistas, pero nada contundente. De vez en cuando mandaba a algún
oficial a que observase la zona, pero jamás ninguno de los tres se
animó a volver.
Damián comenzó con
pesadillas para luego tener visiones despierto. Todo empezó una
noche que se estaba afeitando y pudo ver por el rabillo del ojo como
alguien lo observaba desde la ducha. Al darse vuelta, ese alguien
desapareció. También le pasaba de estar en cualquier lugar y
presentir que alguien lo miraba, sin encontrar quien. El terror en el
que había sucumbido lo había llevado a dejar de salir de noche. Una
noche tuvo que viajar obligadamente hacia la ciudad de Mendoza. Les
pidió a sus amigos que lo acompañen. Marcos estaba realmente
desvastado psicológicamente, no solo había dejado de dormir de día,
sino que había dejado de estudiar y de salir. Ignacio no trabajaba
así que fue sin dudar.
Apenas subieron al
Acceso Este se largó una lluvia torrencial, Damián iba manejando
despacio por precaución. Los dos iban callados, atentos a lo que
pasaba alrededor. De pronto vieron algo delante de ellos, Damián
prendió las luces altas del auto y ambos vieron a una chica
caminando al costado de la ruta… vestida de negro. El corazón de
ambos comenzó a latir y sin saber si continuar o seguir de largo
pasaron al lado de ella. En ese justo instante la chica alzó la
mirada y ambos pudieron verla a los ojos… era Amalia.
Ignacio le dijo a
Damián que pare, este se negó rotundamente. Desenfundó su arma y
le dijo que pare, Damián lo miró y continuó acelerando, al tiempo
que negaba parar. El policía levantó más el arma, haciendo alusión
a que acabaría con ella, Damián se asustó y lo increpó diciéndole
que qué iba a hacer, que si iba a andar matando minas así porque
sí. Los dos discutieron fuertemente, mientras Ignacio insistía con
frenar, Damián aceleraba más y más. De pronto alguien le hace una
especie de cambio de luces a la distancia, Ignacio contó que no fue
un vehículo el que irradió luz, intuitivamente los dos miraron por
el espejo retrovisor… y ahí estaba ella.
Sobre el accidente
no tiene sentido ahondar, lo que si les voy a decir es que Damián
perdió el control del auto y pagó con su vida las consecuencias.
Ignacio se salvó de milagro, pero recordaba todo lo sucedido…
incluso los ojos de Amalia en el asiento trasero.
Nadie le creyó,
obviamente le dieron licencia del trabajo, parte por las heridas y
parte por la pericia psicológica que no había sido muy decorosa. El
encierro, la soledad, la angustia de haber perdido un amigo y sobre
todo las apariciones, sumieron a Ignacio en un estado devastador. Las
apariciones cada vez eran más frecuentes y aterradoras, uno de sus
allegados contó que se le aparecía Amalia y lo increpaba por
haberla abandonado, por no haberla acompañado hasta su hogar. Una
noche de martes, Ignacio no soportó más el espanto y se despidió
de este mundo, disparándose un tiro en la boca.
Los compañeros de
la seccional aludieron a una pelea con una supuesta novia. Ignacio no
estaba de novio y los vecinos no escucharon ningún grito, ni vieron
a nadie en el lugar, solo un niño de doce años dijo haber visto
entrar una chica vestida de negro de piel muy blanca por la puerta
del fondo.
Marcos estaba sumido
en una locura total, sus padres desesperados decidieron medicarlo,
pero no hubo droga que calmase su miedo. Temiendo lo peor se
contactaron con un hospital psiquiátrico de primer nivel ubicado en
Temperley, provincia de Buenos Aires, pero no llegaron a llevarlo a
ningún lado. La mañana de un domingo los sorprendió con Marcos
colgado en el perchero de su placard. Toda la pieza estaba
desordenada, todos los cajones abiertos, como si se hubiese librado
una batalla atroz.
Solamente
encontraron una cadenita extraña, que no reconocieron como propiedad
de Marcos, en la parte de atrás estaba escrito “Gracias por
acompañarme a casa”
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