jueves, 11 de abril de 2019
El Hombre Deambulante.
La siguiente
experiencia que se sitúa en San Carlos, en una calle que llamamos
“El bajo”, después fue evidenciada al descubrir que existe una
leyenda sobre ello, hoy en día puedo decir que no tiene nada de
leyenda y que realmente sucede, eventualmente.
Habíamos salido a
correr, a estirar las piernas, a despejar la mente como lo veníamos
haciendo durante algunas semanas. Ese día salimos más tarde de lo
habitual a causa de varios contratiempos. La noche llegó rápido y
la calle de tierra, que era nuestro camino cotidiano, estaba
oscurísima, sin ningún poste que la alumbrara. Tiene exactamente
cuatro kilómetros; creo que sólo hay dos casas en el trayecto; a
los costados está lleno de sauces y un pequeño arroyo que acompaña
el paso.
La calle era oscura
de por si, pero ese día había hecho muchísimo calor y la tierra
hacía más oscuro y pesado el ambiente. Debo admitir que al entrar
en la calle repensamos la idea de dejar el ejercicio para otro día,
pero ya estábamos en el baile, así que nos mandamos por la boca del
lobo.
Como siempre antes
de correr, calentamos caminando un poco, charlando boludeces; a veces
nos chocábamos porque no se veían ni las manos. En varias partes
escuchamos ruidos a los costados como si alguien estuviera
persiguiéndonos, la obviedad nos decía que seguramente era un
animal: pericote, rata, perro, etc. no le dimos importancia y
seguimos caminando. Empezamos a correr mientras los ruidos a los
costados continuaban; en un momento pasamos frente a una de las casas
y nos salieron los perros, no los vimos, lo que sabemos es que
parecían ser varios por la cantidad de ladridos; pero el hecho es
que cuando pasamos frente a la casa y nos saltaron los canes salimos
cagando y nos olvidamos del trote suave. Más adelante nos dimos
cuenta que los perros no nos habían salido a nosotros porque pasaron
de largo hasta el otro lado de la calle, ladrando enojados como si
hubieran visto a alguien o algo. Nosotros por suerte ya estábamos
varios metros adelante, pero los ladridos desaparecieron en la nada
misma, de haber una jauría de perros, a un silencio total en sólo
tres segundos. Eso nos resulto extrañísimo y ya nos empezamos a
mear en las patas, pero no íbamos a volver, ya estábamos bastante
lejos, así que seguimos corriendo unos 10 minutos hasta que frenamos
a retomar el aire, en ese momento a lo lejos en la calle empezamos a
divisar una extraña nube blanca en el medio, como humo que se volvía
cada vez más blanca, pensamos que era humo, efectivamente, pero
nunca recordamos que era imposible “ver” en esa calle; decidimos
llegar al lugar para saber lo que era.
El tramo se hizo
bastante largo, parecía que la nube se alejaba, pero llegamos y
“entramos”, nos aliviamos porque sentimos olor a humo, así que
continuamos pasando entre el nubarrón. En un instante a no más de
80 metros vimos la figura de un hombre parado de frente, de negro,
llevaba un buzo con capucha, pantalón largo y estaba bastante
erguido, parecía que era un hombre adulto por la postura. “¡Hey!
Señor, ¿necesita algo?” le grité al rato, parecía que no había
escuchado pero empezó a caminar hasta donde estábamos nosotros y de
golpe salió corriendo hasta desaparecer de la calle. Casi como
magia, a los dos segundos las ramas de los árboles empezaron a
moverse como cuando corre viento y los perros que habíamos dejado
atrás, ladraban y aullaban con miedo. Nos “miramos” la cara y
salimos corriendo, nos olvidamos de respirar adecuadamente y de
mantener el ritmo; ¡a la mierda eso! Corrimos hasta más no poder y
llegar al final de la calle donde continuaba otra calle solitaria,
pero al menos tenia postes de luz y un trecho más allá comenzaba el
“centro urbano”.
Llegamos a nuestras
casas sin aire, llenos de tierra, con repugnante olor a humo y
tiritando; pensábamos que habíamos visto al mismísimo lucifer, y
no era nada menos. No podíamos explicar la situación, la pensamos
en todos los sentidos pero no llegamos a una conclusión lógica.
Pero sí concordamos en que al día siguiente iríamos de nuevo,
decididos encontrarle explicación, aunque nos costara un par de
calzoncillos limpios.
Al otro día, al
mismo horario partimos a la calle del bajo, pero esta vez con otro
objetivo y con una cámara digital en mano. Entramos y estuvo
tranquilo por un largo trecho, los ruidos a los costados se habían
ido. Al pasar frente a la casa nos ladraron dos perros creo, nada
importante, ni siquiera nos salieron a correr ni nada, eso nos dejaba
confundidos, era raro. Tranquilos, seguimos y llegamos a la parte
donde habíamos visto la nube de humo, pero tampoco estaba ahí. Unos
pasos mas adelante encontramos una pala tirada al costado, la miramos
y la dejamos atrás, pensamos que le pertenecía a alguien de los
trabajadores de la viña que estaba al lado.
Al caminar unos 10
metros sentimos a alguien levantando la pala y como se la llevaba
arrastrando hasta los arbustos. Nos dimos vuelta y nos dirigimos al
lugar donde estaba la pala, que para empeorar la situación, ya no
estaba. Alumbramos con el celular y vimos algunas pisadas en la
tierra que desaparecían en la vegetación. “¿Entramos?” nos
preguntamos, sin pensarla mucho nos metimos, por las dudas marcamos
el número de nuestros viejos por si pasaba algo.
Cruzamos el pequeño
arroyo, y llegamos a un bosque de sauces llorones donde había un
sendero marcado que parecía guiar hasta la ruta 40, a unos 20
kilómetros. No sentimos nada extraño y seguimos caminando hasta
llegar a un tronco caído donde encontramos una pequeña gruta con la
foto de una familia y varias velas derretidas.
Mientras
investigábamos la gruta, delante nuestro escuchamos la pala otra vez
arrastrándose, acompañada de pasos que quebraban las hojas; nos
agachamos, escondidos en el tronco sin hacer ningún ruido, meados
hasta los callos, nos quedamos unos segundos ahí mientras los pasos
seguían. Parecía como si caminara deambulando, porque se alejaba y
luego volvía a percibirse más cerca. En un momento no se escuchó
más, frenó de repente a unos 20 metros de nosotros. Por suerte o
no, estaba oscuro excepto por la luna que dejaba algo de claridad;
asomamos la cabeza por arriba del tronco e hicimos una vista
panorámica esperando ver algo; increíblemente a unos cinco metros,
justo en el sendero que llevaba a la ruta, estaba el hombre parado,
mirando hacia abajo mientras movía la pala provocando ruido en las
hojas. Estuvo parado unos segundos y empezó a caminar hacia la ruta
siguiendo el sendero, caminaba erguido, como un borracho. Nosotros
esperamos a que se alejara un poco, salimos del tronco y lo seguimos;
mi amigo me agarró el brazo y me lo apretó fuertísimo soltando
todo el miedo que tenía, yo me quedé paralizado, sólo atiene a
agarrar la cámara y tapando la luz con la mano le saqué una foto
para demostrar que lo que habíamos visto era real.
El hombre seguía
caminando, mientras nosotros lo seguíamos escondiéndonos entre los
árboles frenando a cada rato; los perros habían empezado a aullar
pero no nos habíamos dado cuenta hasta ese momento. En un momento el
lugar se quedó completamente a oscuras las nubes habían tapado la
luna y no veíamos absolutamente nada. Nos agachamos y nos quedamos
en silencio esperando que el sagrado viento corriera las nubes y
volviera la claridad; para cuando volvió nos levantamos decididos a
seguir al hombre pero había desaparecido, ya no estaba, se fue sin
hacer ningún ruido, se había esfumado. Revisamos visualmente el
lugar en busca del hombre pero no lo encontramos, no nos quedaba otra
que volver por el mismo camino.
Cuando llegamos a la
gruta, no encontramos la foto ni las velas, sólo estaba la
estructura de la gruta y a un costado se veían las hojas corridas
como si alguien hubiese pasado por ahí arrastrando algo. Era obvio
que no era normal lo que vimos asíque corriendo volvimos a la calle
oscura que antes había sido nuestra pesadilla, ahora era nuestra
“luz”.
Llegamos a nuestras
casas tarde y pasamos la foto a la computadora, que hasta el día de
hoy nos sigue poniendo la piel de gallina a nosotros y a todos los
que les contamos la experiencia.
Después del hecho
le conté lo que vimos a mi abuelo que llevaba toda su vida viviendo
en el lugar y le pregunté si sabía de algún difunto o algo en la
calle que resultó ser la antigua ruta 40 (sorpresa a nuestra
ignorancia). Me contó que hace unos 70 años en una de las casas que
antes estaba sobre la ruta vivía un hombre con su esposa y su hijo
pequeño. El hombre trabajaba en un vivero donde tenía sus
plantaciones y vegetales que vendía por menor con lo que sacaba para
mantener a su familia. El hijo sufría de leucemia, ellos sabían que
no viviría mucho y pensaban que estarían preparados para enfrentar
la vida sin su hijo. El hecho es que a los meses el hijo falleció en
la casa. Fueron días muy difíciles para el hombre y su esposa que
intentaban llevar una vida normal, pero la mujer no aguantó vivir
así y se suicidó colgándose en uno de los sauces llorones cercanos
a la casa. El hombre al llegar de su trabajo en el vivero, vio a su
esposa colgando de la rama y se le vino el mundo abajo. Sin nada ya
porqué vivir, llevó el cuerpo de su mujer llorando y gritando
desamparadamente hasta el vivero donde tenía sus otros amores: las
plantas. Cabo un pozo para enterrar a su amada y otro para él junto
a ella, y así fue que decidió suicidarse y entregarse cortándose
las venas con el filo de la tijera con la que podaba las plantas. La
casa donde vivían la derrumbaron y el vivero desapareció con el
tiempo.
Mi abuelo me contó
que muchos dicen haber visto al hombre con la pala buscando el lugar
donde enterraron a su hijo para hacerle una tumba junto a su familia.
Otros más cuenteros dicen que sólo busca a su esposa para
desenterrarla y traerla devuelta.
Lo cierto es que
nosotros lo vivimos y tenemos prueba de ello, no sabemos todavía
porqué lo vimos ni siquiera lo volvimos a ver, ya que actualmente
seguimos yendo a correr por la calle y no hemos vuelto a ver nada.
Por las dudas ahora vamos de día y si se hace tarde directamente no
vamos.
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