lunes, 1 de octubre de 2012
El Diablo en el Espejo
Unos amigos se reunieron aprovechando las fiestas navideñas
para compartir una noche de alcohol y risas en mitad de un descampado. Como es
habitual en este tipo de reuniones sin saber como empezaron a contar historias
de terror y leyendas que conocían. Un par de ellos escuchaban asustados las
escalofriantes historias que se contaban, pero la mayoría que ya llevaba un par
de copas de mas, aprovechaban para bromear y tratar de asustar con un grito o
saltando sobre los amigos cada vez que la narración hacía un silencio.
Sin embargo cuando Alberto comenzó a contar su leyenda todos
se quedaron como petrificados:
“En Nochebuena, justamente a las 12 de la noche, el Diablo
hace la inspección en la Tierra,
la única en el año, así que si queremos verle tiene que ser ese mismo día a esa
misma hora. Vete al baño, puesto que es el lugar más propicio para realizar el
evento, y cierra la puerta. Enciende 12 velas, a poder ser negras, apaga la luz
y sitúate enfrente del espejo. Cuando quede poco para que sean las 12, cierra
los ojos y mantenlos cerrados hasta que quede sólo una campanada de las doce
que deben sonar. En ese momento el Diablo se aparecerá en el espejo sólo
durante un segundo”
Tras terminar su historia nadie sabía que decir, los
envalentonados muchachos estaban realmente asustados porque sabían que con las
fuerzas del más allá no se debe bromear y la figura del Diablo siempre ha sido
una de las más temidas desde el comienzo de la humanidad.
Pero para Pablo era el momento perfecto para hacerse el
machito, siempre había sido un segundón en el grupo y nadie le tomaba en cuenta
por lo que era el momento perfecto para hacerse el valiente:
“¡Eso es mentira y yo lo puedo demostrar cuando quieras!”
Todos se giraron a mirarle y rápidamente Alberto contestó:
- ¿Si tan valiente eres por qué no lo probamos? Dentro de un
par de días será Nochebuena, yo mismo pongo las velas. Pero si te echas atrás
te tendrás que comer las doce velitas delante de todo el grupo en año nuevo.
-Ok, pero si lo hago y te demuestro lo contrario ¡Quien se
comerá las velas serás tú por bocazas!
El grupo se rió y pasados unos minutos todo parecía haber
quedado olvidado, pero para Alberto eso había sido un desafío a su autoridad
como el líder del grupo y no iba a quedar así. Por lo que un par de días
después se presentó en la casa de Pablo con una bolsa que contenía doce velas
negras, una biblia satánica que le había prestado un amigo gótico de su
hermana, un pentagrama con la cabeza de un carnero y una cámara capaz de grabar
en la oscuridad que su padre guardaba en uno de los armarios como si fuera de
oro.
Su intención era que cuando Pablo viera lo “completo” de su
ritual de invocación se echara atrás y le pidiera disculpas pero lo que no se
podía esperar es que el chico reafirmado en su intención de hacerle comerse las
velas frente a todos en la fiesta de Año Nuevo bromeara sobre el tamaño de
estas:
- ¿Qué pasa Alberto que no las había más grandes? ¿Tanto
miedo te da tragártelas delante del grupo que has ido a comprar velas de
cumpleaños?
- Tú tranquilo Pablito que cuando te cagues del susto al
menos las llamas de las velas ocultarán el olor.
Alberto entró en la casa de Pablo y sin dirigirle ni una
mirada mas pasó al baño de su habitación.
Tal y como había visto en varias páginas de invocaciones que
había encontrado en Internet colocó cinco de las velas en cada una de las
puntas del pentagrama, cuatro de ellas a los lados del espejo y las tres
restantes junto a la biblia satánica que intencionadamente dejó abierta por una
página en la que había una especie de invocación o ritual. La escena del cuarto de baño con el
pentagrama iluminado únicamente por la luz de las velas era digno de una
película de terror y Pablo a pesar de tener que hacerse el valiente sintió como
se le encogía el estómago al pensar que tenía que entrar solo para realizar la
invocación.
- Bueno chaval hasta aquí puedo estar yo en el baño- dijo
Alberto con voz socarrona – por si te echas atrás en el último momento y abres
los ojos antes de tiempo te he colocado una cámara de vídeo ¡Mucha suerte,
espero que la leyenda no sea cierta porque de lo contrario no creo que lo
cuentes! – dijo intentando darle aún más miedo – Yo te espero aquí fuera para
que no te de por salir corriendo.
Pablo se encontraba dentro del baño con la luz apagada,
faltaba menos de un minuto y ya sentía como las gotas de sudor le caían por la
frente. Una cosa es hacerse el chulito delante de todo el mundo pero otra era
encontrarse con ese escenario aterrador y disponerse a invocar al mismo Diablo
por una apuesta. Sin embargo reunió todas sus fuerzas para no salir corriendo y
cuando Alberto le avisó cerró los ojos.
Pocos segundos después escuchó la primera campanada del
reloj que tenían sus padres en el salón, el miedo que tenía y el silencio era
tal que cada una de ellas parecían sonar cada vez más lentas. Al tener los ojos
cerrados no percibió que con cada campanada se apagaba una vela, como si el
mismo Diablo estuviera consumiendo cada una de ellas al ritmo necesario para
que se apagaran simultáneamente a cada uno de los “clang” del reloj. Al sonar
la campanada número once, tal y como le había indicado Alberto, Pablo abrió los
ojos…
Alberto al otro lado de la puerta del baño esperaba que
Pablo se echara atrás y saliera en cualquier momento, pero tras sonar la última
campanada todo quedó en silencio. Llamó a su “amigo” pero no obtenía respuesta,
ya había transcurrido más de un minuto y Pablo no salía así que decidió abrir
la puerta. Al abrirla todo estaba a oscuras y sólo se escuchaba una respiración
ahogada en el suelo, un fuerte olor a azufre inundaba el lugar y Alberto sintió
que algo iba mal. Encendió la luz del baño y se encontró al otro chico con la
cara desencajada del miedo mientras se llevaba fuertemente la mano al pecho.
De puro terror había sufrido un ataque al corazón y lo único
que alcazaba a decir era:
“Lo he visto, lo he visto”
Al llegar al hospital los médicos no salían de su asombro,
el corazón parecía estar bien y perfectamente recuperado, no obstante el chico
se encontraba en una especie de shock y no hablaba con nadie, salvo para
repetir una y otra vez que “lo había visto”.
Días después salió del hospital perfectamente recuperado, al
menos físicamente ya que nunca volvió a ser el mismo, se convirtió en una
persona asustadiza y retraída que frecuentemente se quedaba pensativo y en
silencio a mitad de una conversación.
Alberto por su parte nunca se atrevió a ver lo que contenía
la cinta y decidió tirarla a la basura junto a los objetos que se habían usado
en la invocación. Quien sabe si algún día alguien la encontrará y podrá
presenciar que fue lo que vio Pablo antes de que se apagara la última vela. Por
su parte Pablo sabe que volverá a ver al Diablo el día que muera, ya que éste
vendrá a reclamar su alma en persona.
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