domingo, 16 de septiembre de 2012
Atrapada en el Subterráneo
Una de las
leyendas más recurrentes en ciudades con Metro (trenes subterráneos) es la de
que en su interior y amparados por la oscuridad de sus túneles se esconden todo
tipo de delincuentes, vagabundos y personas de mal vivir que escapando del frío
o de la policía se ocultan en viejas estaciones abandonadas o conductos de
ventilación.
Paula había bebido mas de la cuenta por lo que aquella noche
regresaría temprano a casa, se sentía bastante mal y muy mareada pero como era
relativamente temprano decidió que en lugar de gastarse su dinero en un taxi,
como hacía habitualmente cuando regresaba de la discoteca, aprovecharía que el
Metro aún seguía abierto para ahorrarse unos cuantos euros.
El trayecto era largo y las pocas personas que viajaban en
su vagón parecían tan cansadas como ella, sólo un grupo de amigos que bromeaban
al fondo del tren hacían el suficiente ruido con sus bromas y risas para
mantenerla despierta, pero cada vez tenía que luchar con más fuerza para no
quedarse dormida. Por desgracia en la siguiente estación tenía que hacer un
transbordo así que se bajó y tras caminar por los pasillos de la estación llegó
al andén en el que abordaría el metro que la llevaría a casa.
El cartel luminoso avisaba que el próximo tren tardaría seis
minutos en llegar, por lo que Paula decidió esperar sentada en uno de los
bancos junto al andén. El silencio y la soledad de esa estación provocaron lo
inevitable y a pesar de sus esfuerzos se durmió y casi sin darse cuenta se
recostó en el banco usándolo como si fuera una cama. Era tan profundo su sueño
provocado por la borrachera que cuando pasó el último metro de la noche ni
siquiera lo sintió pasar.
Hasta pasada más de una hora no se despertó, por suerte la
borrachera parecía haberse esfumado parcialmente tras la cabezadita, pero algo
parecía no ir bien. El cartel que avisaba la llegada del próximo tren estaba
apagado y al mirar la hora en su teléfono móvil se dio cuenta que eran casi las
dos de la mañana.
Asustada empezó a subir las escaleras mecánicas de la
estación, que ya estaban apagadas, para salir de allí. La parada en la que
tenía que hacer trasbordo era una de las más antiguas, viejas y pequeñas de la
ciudad por lo que la sensación de agobio y miedo eran mucho más intensas. Al
llegar a la salida la peor de sus pesadillas se hizo realidad. Las puertas
estaban cerradas y no había nadie en la estación por lo que por más que gritara
nadie podría escucharla desde la calle. Además su teléfono estaba sin
cobertura, esas malditas estaciones casi nunca tenían señal y las puertas de
cristal herméticamente cerradas la separaban del exterior aún por unos cuentos
metros.
Paula no sabía que hacer, miraba a las cámaras de seguridad
y hacía gestos esperando que alguien desde algún puesto de control pudiera
verla, pero ella misma sabía que eso era imposible, no había nadie controlando
las cámaras porque la estación había sido cerrada desde fuera.
¿Cómo era posible que nadie la despertara? ¿No tenían los
guardias de seguridad que comprobar que nadie quedara dentro de la estación
antes de cerrar?
Su miedo se convertía por momentos en cólera y confusión.
Desde luego no podía esperar hasta que a la mañana siguiente abrieran de nuevo
el Metro, faltaban más de cuatro horas para que se reiniciara el servicio y si
llegaba a casa a las 7 de la mañana su padre probablemente la mataría.
Con la mente aún nublada por el alcohol decidió que lo mejor
que podía hacer era caminar por los raíles del tren hasta la siguiente parada.
El camino era oscuro y realmente tétrico pero sabía que su destino no estaba
muy lejos y gracias a la luz del flash de su teléfono podría alumbrar el
camino. La siguiente estación era una de las más importantes, con gran cantidad
de líneas y recientemente había sido remodelada por lo que estaba segura que
allí podría encontrar a alguien que la permitiera salir a la calle donde
abordaría un taxi.
La idea parecía muy buena, pero a la hora de la verdad
recorrer aquellos túneles era realmente escalofriante, un silencio casi
sepulcral hacía que hasta la más leve de sus pisadas resonaran con el eco de
las paredes. Se podían escuchar los chirridos de las ratas y el goteo de
algunas zonas en las que parecía que había leves escapes de agua.
Sus pasos eran cortos y se detenía a menudo a escuchar
porque sentía como si alguien la observara desde la oscuridad. El miedo la
invadía y paralizaba por momentos, pero ya era demasiado tarde para volverse
atrás, debía estar casi a mitad de camino cuando unas voces la alertaron. Por
un momento pensó en gritar para que supieran que estaba allí pero decidió ser
cauta y apagar la luz de su teléfono mientras se escondía en un estrecho
pasillo que había en un lateral del túnel.
Mientras permanecía escondida y en silencio pudo ver la
figura de dos hombres bastante corpulentos, sus ojos cada vez se adaptaban más
a la escasa iluminación de las luces de emergencia que había cada muchos metros
en el túnel. Ambos parecían discutir acaloradamente por un cartón de vino y a
escasos metros de donde se encontraba Paula comenzaron los empujones y golpes.
El más grande de ellos le propinó un puñetazo que tumbó al otro y gloriosamente
alzó su trofeo mientras de un trago se bebía casi la mitad del contenido del
cartón de vino.
El más pequeño enfurecido sacó un cuchillo de la espalda y
se lo clavó repetidamente en el cuello a su rival, realmente se ensañó con su
cadáver y a pesar de la poca luz Paula pudo ver con claridad como tenía toda la
cara manchada de sangre. Recogió el poco vino que quedaba y se lo tomó de un
trago.
Paula estaba temblando del miedo, no se atrevía ni a
respirar y desde luego mucho menos a moverse, si estaba lo suficientemente
quieta tal vez el vagabundo asesino se iría de allí sin verla. Pero la
casualidad no se quiso aliar con ella y justo cuando el asesino se daba la
vuelta para marcharse del lugar la batería de su teléfono la delató. Un
incesante pitido advirtiendo que la carga estaba a punto de agotarse comenzó a
sonar y el vagabundo se giró de inmediato.
¿Hay alguien ahí? Puedo escucharte, ¡Sal inmediatamente o te
rajo!
La pobre chica se quedó petrificada y no sabía como actuar
mientras el asesino se acercaba a ella. Por instinto decidió tirarle el
teléfono con tan mala puntería que este pasó por encima del vagabundo y golpeó
la pared del fondo. Él, que todavía no había visto a la chica, escuchó un ruido
a sus espalda y se giró, momento que aprovechó Paula para salir de la oscuridad
y empujarle a la vez que salía corriendo.
El vagabundo enfureció de tal manera que no dejaba de gritar
e insultar a Paula, se levantó y comenzó a perseguirla por los túneles. Ella no
era una buena deportista pero el miedo se apoderó de sus piernas y le dio
fuerza para correr dejando atrás los zapatos de medio tacón que llevaba aquella
noche, sus pies se ensangrentaron mientras corría sobre la gravilla y guijarros
del suelo de túnel. Sin embargo el miedo era más fuerte que el dolor y no se
detuvo a pesar de que en varias ocasiones estuvo a punto de caerse al tropezar
por culpa de la casi total oscuridad de su ruta de huída.
Al llegar a la estación Paula ya había logrado sacar unos
cuantos metros a su perseguidor y subió al andén para adentrarse en los
pasillos que la llevaban a la salida del Metro. A sus piernas empezaban a
fallarle las fuerzas pero no se podía parar a descansar así que casi extenuada
subió el último tramo de escaleras.
Lo que vio allí la heló la sangre, la estación estaba al
igual que la anterior cerrada y no parecía haber nadie, comenzó a gritar
desesperada, a gesticular a las cámaras y golpear las puertas. Pero su
perseguidor que conocía a la perfección los horarios y hábitos de los
trabajadores del metro ya había subido la escalera y la había cortado toda
posible ruta de escape.
El asesino se abalanzó sobre ella y tras inmovilizarla la
violó y sometió durante más de una hora. Cuando había saciado todos sus
apetitos sexuales sacó de nuevo el oxidado y ensangrentado cuchillo con el que
había matado al otro vagabundo y se lo hundió repetidamente en el pecho hasta
que Paula dejó de patalear y murió con una horrible expresión de terror en su
rostro.
Al día siguiente los trabajadores se encontraron con un
surco de sangre que se perdía en la profundidad del túnel, asustados deciden
revisar las cintas de vídeo que grabaron esa noche y pudieron observar la
desgarradora escena de la violación y asesinato y como el vagabundo arrastraba
el cuerpo de Paula dejándolo caer escaleras abajo para de nuevo arrastrarlo
hasta la oscuridad de las vías del tren.
La policía localizó los dos cuerpos pero no encontraron ni
rastro del asesino, del cual se dice que todavía utiliza los túneles del
subterráneo para esconderse de noche.
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Vaya :O que feo y que fuerte :( un final feo, pero estuvo bueno leerlo :)
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