domingo, 2 de septiembre de 2012
La Casa de los Siete Vampiros
En Rumanía no todos los vampiros están muertos. Algunos
respiran, y solo se diferencian de las personas normales en que por las noches
su alma abandona el cuerpo y deambula en forma de mariposa, polilla o pequeña
luminaria. Bajo esta forma pueden absorber la energía de humanos y de animales
domésticos y cometer todo tipo de maldades.
Ocurrió una vez en Siret, cerca de la frontera con Ucrania,
que tres soldados viajaban en carreta junto a un anciano, buscando algún lugar
en el que conseguir un poco de heno. Se había hecho ya de noche, por lo que
pararon en una casa solitaria que se erguía al lado del camino en un claro del
bosque.
La mujer de la casa los recibió con amabilidad. Invitó a los
soldados y al anciano a pasar a la cocina y le sirvió a cada uno un cuenco de
pudin de maíz, tras lo cual abandonó su compañía, aduciendo que tenía otras
labores de las que ocuparse.
Cuando terminaron de comer, los soldados quisieron buscar a
la buena mujer para darle las gracias, pero esta no aparecía en ninguna de las
habitaciones de la casa. Decidieron entonces subir al desván, a ver si se
encontraba allí. Al entrar, la vieron tirada en el suelo junto a otros seis
cuerpos inertes.
Ninguno de los cuerpos se movía lo más mínimo; estaban como
paralizados, con la mirada fija en el techo y la boca abierta. Había mucho de
antinatural en su inmovilidad, parecían cáscaras vacías, casi cadáveres.
―¡Strigoi! ―exclamó el anciano con horror.
Él y los soldados huyeron escaleras abajo, montaron en la
carreta y se alejaron de la casa lo más deprisa que podían. Cuando, ya a una
distancia prudencial, volvieron la vista atrás, vieron cómo siete pequeñas
luces salían de detrás de la casa y se dirigían camino arriba hacia ellos.
Eran estas las almas de los vampiros. Si los soldados le
hubieran dado la vuelta a los siete cuerpos del desván, nunca hubieran podido
volver a entrar en ellos.
Según la tradición, las almas de los vampiros vivientes se
reúnen con los vampiros muertos a las afueras de los pueblos, allí en donde no
se oye el canto del cuco ni el ladrido del perro, y aprenden de ellos gran
cantidad de conjuros y hechizos maléficos, y unos y otros se reparten las
personas a las que planean hacer daño como si estas fuesen cabezas de ganado.
Los campesinos rumanos no distinguen entre un tipo u otro de vampiro, y a ambos
los denominan con el mismo término.
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