miércoles, 3 de octubre de 2012
El Peaje
Era una noche aburrida y tediosa como cualquier otra en el
gris trabajo de un viejo cajero de peaje. Además esa semana le tocaba trabajar
en el turno de noche y el aburrimiento
se multiplicaba en una de esas largas noches en las que casi no pasaba ni un vehículo.
Su única compañía hubiese sido su compañero Ernesto, pero por desgracia a él
esa noche le tocaba la entrada de camiones y vehículos pesados que se
encontraba en la cabina más alejada.
Hacían mas de veinte minutos desde que pasó el último coche
y estaba empezando a perder su lucha contra el sueño cuando a lo lejos apareció
uno de esos coches tuning que parecían una atracción de feria con sus luces de
neón y su música a todo volumen…
Escuchar Daddy Yankee a todo volumen a las cuatro de la
mañana ya hubiese sido motivo suficiente para odiar al grupo de macacos que
había en el interior del vehículo. Pero al bajar los cristales tintados de la
ventanilla su repulsa aumentó al ver a un niñato de unos veinte años con una camiseta sin mangas y el típico cuerpo
de haberse machacado en el gimnasio aderezado con un poco de esteroides. Además
tenía todo el brazo, el cuello y parte de la cara tatuados, pero lo más
impactante de su aspecto de matón de discoteca era una funda metálica en los
dientes superiores que hacía que su aspecto fuera incluso más amenazante y
aterrador.
- ¿Qué pasa abuelo tengo algo pintado en la cara o qué?
Tras hacer la pregunta se escucharon unas risas de los
otros ocupantes del vehículo, debían ser
unos tres mas y cuando vieron que su
“líder” se envalentonó aprovecharon para asomarse por las ventanillas para ver
la cara de miedo del viejete mientras su amigo le empezaba a molestar.
- Vamos Tutankamón
que no tenemos toda la noche ¿Cuánto es?
- Un euro y medio – contestó el viejo sin levantar la
cabeza.
- ¡¡Pero serás ladrón!!! No me jodas cada día es más caro.
- Tiene usted razón señor pero yo no pongo los precios, yo
solamente soy un “mandao”.
- Jajaja mira el viejales que educado que me llama de usted
y todo. Me has caído bien Tutankamon, ¡¡¡Sal de la cabina que nos vamos de
fiesta!!!
- Disculpe señor pero no puedo abandonar mi puesto.
- ¿Seguro que no te quieres venir? – El matón alargó el
brazo y le dio un billete de cinco euros
para pagar el peaje.
- No, muchas gracias – le dijo el hombre que no levantaba la
mirada del suelo de puro terror.
Mientras contaba el cambio que tenía que devolverle
aprovechó para levantar la barrera, cuanto antes se fueran mejor.
- Aquí está su cambio señor – dijo tratando de no cruzar la
mirada con él.
En ese momento un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando
sintió como una fuerte mano le agarraba de la muñeca.
- ¡¡¡Te vas a venir con nosotros quieras o no!!! – Mientras
pronunciaba esas palabras sacó una cuerda y con un nudo que ya tenía preparado le
ató la mano.
Sin mediar mas palabra el
matón aceleró su coche al máximo y salió quemando ruedas mientras de la ventanilla salía más y más
cuerda que debían tener enrollada dentro del coche.
El hombre paralizado por el miedo, intentó desesperadamente
deshacer el nudo, pero era muy complejo y se notaba que lo habían preparado
para resultar casi imposible deshacerlo.
No sabía cuanta cuerda había dentro del coche y en cualquier momento recibiría un fuerte
tirón que le podría arrancar el brazo o lo que es peor le arrastraría detrás
del coche de los matones. Esa gente desalmada podrían arrastrar su cadáver durante kilómetros antes
de soltar la cuerda.
El hombre recordó que sus hijos le habían regalado una
navaja suiza por el día del padre, una de esas multiusos que sirven para todo y
en realidad no sirven para nada. Intentó en vano cortar la cuerda, pero parecía
una de esas de alpinismo ultra resistentes y preparadas para soportar roces
contra la roca y grandes tirones.
Su compañero de trabajo al escuchar sus gritos salió
corriendo hacía su cabina sin saber que sucedía y al ver la cuerda atada a la
muñeca de su amigo y como el coche se alejaba a toda velocidad se quedó
petrificado.
Cuando todo parecía perdido, sucedió lo que menos se hubieran podido esperar, el
otro extremo de la cuerda salió por la ventanilla del coche que se alejó a toda
velocidad…
Realmente la cuerda nunca había estado atada al interior del
coche. Tan sólo fue una broma macabra y
de mal gusto con la que los matones pretendían darle el susto de su vida al
pobre hombre del peaje.
Mientras su corazón bajaba el ritmo de pulsaciones, que a
punto estuvieron de causarle un ataque
cardíaco, se dio cuenta de que del miedo se había hecho pis encima, pero la
verdad es que eso le importaba poco cuando había visto tan cerca la muerte. Esa
noche no volvería a pasar sueño en su turno.
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