miércoles, 3 de octubre de 2012
El Tren al Infierno
Cuenta la leyenda que dos atracadores fueron cercados por la
Policía y, en su huída, tuvieron que abandonar su vehículo de fuga y adentrarse
en una estación de metro. En su desesperada carrera, comenzó un tiroteo en los
pasillos de la estación, en el cual un certero disparo de uno de los ladrones
impactó directamente en la frente de uno de los policías, matándolo al
instante.
En mitad de la confusión, y mientras el resto de agentes se
parapetaban tras unas columnas, la pareja de delincuentes consiguió subirse a
un tren mientras escuchaban a su espalda la detonación de más disparos de los
policías. Pocos instantes después la máquina emprendió su marcha, escapando
dentro de ella los ladrones.
Era de noche y el vagón estaba prácticamente vacío, sólo
había dos personas más en el tren que acababan de abordar. Un mugriento mendigo
encapuchado que parecía inconsciente por su borrachera, aunque no soltaba una
bolsa de papel con la cual protegía una botella de licor. Y un hombre con
aspecto de abogado que, perfectamente trajeado, dormía con la boca abierta y
muy probablemente se habría pasado de estación hacía bastante tiempo. Los atracadores,
al comprobar que no estaban en peligro, empezaron a reír su suerte y a trazar
un plan de fuga:
“Probablemente en la puerta de la próxima estación nos esté
esperando la mitad de la Policía de la ciudad; así que, en cuanto bajemos de
este trasto, tenemos que meternos corriendo en el túnel. Dentro ya buscaremos
cómo escondernos o escapar” –dijo el que parecía más inteligente de ambos; el
otro, asintió mientras vigilaba al resto de pasajeros.
La estación se acercaba y, asustados por la posibilidad de que
un grupo de agentes armados les esperaran en el andén, se agazaparon bajo los
asientos: de ese modo, los asientos servirían de parapeto en caso de comenzar
de nuevo un tiroteo. Pero, para su sorpresa, el tren no solamente no se detuvo
en la estación sino que además aumentó su velocidad de marcha.
“Estos cabrones nos están tendiendo una trampa, seguro que
nos quieren llevar a un lugar que ya tengan controlado para evitar que muera
alguien más en la estación. Seguro que han dado la orden al maquinista para que
no se detenga”
Visiblemente asustados, comenzaron a caminar como locos por
el interior del tren mientras buscaban un modo de escapar; pero las puertas
parecían selladas e incluso, disparando a la manilla que les permitía cambiar
de vagón, no consiguieron su propósito.
Una nueva estación pasó ante sus ojos a toda velocidad, pero
esta vez se dieron cuenta de un detalle que en la anterior ocasión no
detectaron. La gente que había en el andén esperando no parecía inmutarse, como
si no pudieran ver la potente máquina que cruzaba a toda velocidad por la vía.
El tren aumentaba su velocidad con cada metro recorrido y
parecía adentrarse en las entrañas de la tierra. Pues cada vez se podía
percibir con más claridad la inclinación del vagón y su vertiginoso descenso.
“¿Qué mierda pasa aquí? Esto no lo está haciendo ningún
policía” – dijo el más callado.
De repente la luz del tren comenzó a parpadear y tras cada
momento de oscuridad el vagón parecía distorsionarse y volverse cada vez más
tétrico. Una especie de material viscoso similar a la sangre comenzó a brotar
de la paredes, los asientos que antes parecían nuevos envejecieron de golpe y
se mostraban oxidados y con el plástico derretido. Era como si hubieran sido
expuestos a altas temperaturas o alguien se hubiera dedicado a quemarlos con
una llama.
Aterrorizados e incapaces de articular palabra, vieron como
una nueva estación se acercaba, pero esta vez no encontraron un andén a su
paso. En su lugar había una especie de cámara de tortura en la que despellejaban
vivo a un desdichado que gritaba de dolor mientras lloraba sangre. Las cámaras
se sucedían una por una y la velocidad del tren se había aminorado, como para
“deleitar” a sus pasajeros con las más crueles y brutales formas de torturar y
causar dolor, que cada vez eran más sádicas y salvajes.
De repente el tren se detuvo y el mendigo, que hasta el
momento parecía inconsciente a causa de su borrachera, se levantó. Los
atracadores se quedaron petrificados al observar bajo su capucha unos
brillantes ojos amarillos y un rostro rojo adornado por una puntiaguda barba.
“Tú te bajas aquí, estafador: –dijo mientras levantaba con
un solo brazo al hombre trajeado y lo lanzaba fuera del vagón.
Inmediatamente un par de sombras que aparecieron del suelo
le levantaron y llevaron hasta un foso lleno de gusanos. El estafador comenzó a
gritar mientras los gusanos le atravesaban la piel y comenzaban a devorarle por
dentro.
“Estos gusanos te devorarán en vida, como tú lo hiciste al
lucrarte como un parásito del trabajo y el dinero de los demás para llevar una
vida de lujos- dijo el falso mendigo que al que ya fácilmente se podía
distinguir como un demonio. – Vosotros no tendréis tanta suerte, vosotros vais
mucho más abajo”
Al día siguiente las crónicas de todos los periódicos
anunciaron la muerte de un policía y dos atracadores que fueron abatidos a
pocos metros del tren en el que pretendían escapar.
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