viernes, 5 de octubre de 2012
Suerte que No Encendiste la Luz
Una chica llega a altas horas de la noche a la residencia de
estudiantes donde vive, se ha quedado hasta tarde con unas amigas y cuando
llega a dormir son más de las tres.
Entra en la habitación tratando de no hacer ruido para no
despertar a su compañera de cuarto, tampoco enciende la luz para no molestarla
por lo que tiene que avanzar a oscuras empleando solo la luz de tu teléfono
móvil para no golpearse con los muebles.
Cuando se mete en la cama empieza a oír unos quejidos
ahogados, la chica se queda en silencio para
escuchar mejor. El sonido es como pequeños grititos ahogados o quejidos
sin fuerza. Se imagina que su compañera se habrá traído a su novio al cuarto y
estarán teniendo una noche apasionada, le sorprende que no colgara una prenda
de ropa en la puerta como acostumbran a hacer como señal de que tienen
“visitas”. Pero está demasiado cansada para levantarse y buscar otro sitio
donde dormir. Sin darse cuenta cae en un profundo sueño entre lamentos y
quejidos.
A la mañana siguiente se despierta sintiendo una humedad en
su cama, aún medio dormida lleva su mano al líquido que empapa la manta y pega
un salto tras comprobar que es sangre. Sobre su colcha la cabeza cortada de su
amiga con un pañuelo en la boca que le sirvió de mordaza la noche pasada.
La habitación parece un matadero, todo está ensangrentado y
en la pared escrito con la sangre de su amiga se podía leer:
“Suerte que no encendiste la luz”
Al llegar el forense dictaminó que la chica llevaba pocas
horas muerta, al parecer el asesino la había estado torturando toda la noche a
escasos metros de la cama donde descansaba. Los quejidos eran gritos de dolor
que quedaban ahogados por la mordaza mientras el psicópata despellejaba y
mutilaba viva a la víctima. Sin saberlo la chica había salvado su vida al no
encender la luz y sorprender al asesino en mitad del crimen.
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