Casi todo lo que sabemos acerca de Creso es gracias a las Historias de Heródoto. Este historiador vivió en la época en que se disputaban las últimas guerras médicas (490 al 479 antes de Cristo); testigo esencial del conflicto entre los griegos y el imperio persa de Jerjes, su objetivo es rastrear la génesis de este enfrentamiento. Remontando el tiempo a través de leyendas y testimonios recogidos durante sus viajes, evoca la vida de Creso, primer rey de Asia Menor que trató de someter a los pueblos griegos. Según el "Padre de la Historia", el origen de las guerras médicas reside, efectivamente, en la pretensión por parte de los persas de controlar Jonia, es decir, la costa (con las ciudades como Éfeso o Mileto) y las islas (Quío, Samos) al sur de Asia Menor.
Ahora bien, el reino de Creso, ubicado en Lidia, es vecino de esa región। Y por supuesto, el rey Creso desea extender su poder. Por ello es considerado por Heródoto como "el primer bárbaro en haber atacado injustamente a los griegos, en haber obligado a algunos a pagarle tributo y en haber convertido a otros en sus vasallos..."
La caída de Creso
"De este modo los persas se apoderaron de Sardes y tomaron a Creso vivo luego de un reinado de 14 años; de acuerdo a lo predicho por el oráculo, había puesto fin a un gran imperio: el suyo. Los persas que lo capturaron lo llevaron donde Ciro, quien hizo encender una gran hoguera sobre la cual ordenó colocar a Creso cargado de cadenas y a 14 jóvenes lidios junto a él. Probablemente quería sacrificados en honor a algún dios en reconocimiento por la victoria, o cumplir con algún voto, por lo menos eso hizo, según cuentan, y Creso estaba de pie sobre la hoguera cuando le vino a la mente, a pesar de la horrorosa situación, que un dios le había dictado a Solón estas palabras: "Ningún ser vivo es feliz". Con este pensamiento y con un profundo suspiro y en un gemido, rompió su largo silencio y gritó tres veces: "Solón". Ciro lo escuchó y mandó a preguntar por medio de sus intérpretes a qué ser invocaba. Los intérpretes se acercaron para interrogado: apurado por responder, Creso les dijo: "Es el hombre con quien yo habría querido ver conversar a los reyes, al precio de una enorme fortuna". Heródoto, Historias (I,86)
El pecado del antepasado
A estos hechos objetivos se agrega el relato de una leyenda. Si Creso se convierte en rey de Lidia en 561, se debe a que su tataratatarabuelo Gyges, guardia del rey Candaulo, asesinó a su amo y usurpó el poder desposando a la reina.
Pero el oráculo de Delfos reveló que los descendientes de Candaulo se vengarían en la quinta generación: esta generación es la de Creso. Este parece no temer a la predicción, que no puede ignorar. Su ambición devoradora sólo es comparable a sus capacidades: emprende una serie de expediciones exitosas contra las ciudades griegas jónicas e insulares. De este modo, logra anexar inmensos territorios a su reino. Pillajes, tesoros, tributos, impuestos, venta de ciudadanos como esclavos: así comienza la fortuna de Creso. Su capital, Sardes, se convierte en una ciudad prestigiosa. Ordena construir palacios suntuosos y distribuye a destajo subsidios y prebendas para atraer a gran cantidad de artistas, filósofos y poetas. Las riquezas lidias parecen inagotables; en materia financiera, Creso impone su ley en toda la cuenca mediterránea. Acuñar moneda en el mundo antiguo es una prerrogativa especialmente política, que manifiesta la soberanía de cada estado. Ahora bien, las finanzas de Creso son tan superiores a las del resto de las potencias, que su padrón monetario se impone en todas partes. De este modo, se consagra su reputación de hombre poderoso y especialmente como el más rico de su época.
Una advertencia premonitoria
¿Le hace perder la cabeza su fortuna ilimitada? Creso se considera el más grande y el más feliz de los hombres y lo proclama...
Recibe su primera advertencia cuando se presenta en Sardes un personaje atraído por las fiestas de la corte: el famoso legislador Solón, considerado el padre fundador de la democracia ateniense. Creso, no sin ingenuidad, lo invita a conocer su palacio y le muestra sus tesoros y sus riquezas. Luego le pregunta: "¿Conoces al hombre más feliz del mundo?", el sabio ateniense le responde: "Puedo ver que eres sumamente rico y ejerces tu reinado sobre numerosos soberanos; pero no puedo responderte sin haber sabido antes que tu muerte fue bella. Ya que el hombre rico no es más feliz que el hombre que vive el momento, si el destino no lo acompaña para que termine su carrera en plena prosperidad. En todas las cosas es necesario considerar el fin, ya que a gran cantidad de hombres el cielo les mostró la felicidad, para luego aniquilarlos completamente...
El ambiguo oráculo de la sacerdotisa
Luego de este episodio, efectivamente el destino parece ensañarse con Creso. Primero, un sueño le advierte que su hijo Atys, comandante de su ejército, morirá de un golpe de espada; a pesar de haber tomado todas las precauciones, la predicción se cumple: efectivamente Atys muere en un accidente de cacería.
Creso se ve obligado a tomar una decisión esencial। Frente al auge del Imperio persa de Ciro, duda entre la negociación y la lucha. Finalmente consulta al oráculo de Delfos, no sin haber cubierto antes el santuario con ofrendas: vasos y copas de oro, vestimentas y túnicas de púrpura, jarras y cráteras de plata e incluso 117 ladrillos de oro puro... Con esta ostentación de regalos, piensa que debe recibir la gracia del dios Apolo. Sin embargo, el oráculo es extremadamente ambiguo, ya que anuncia solamente que un poderoso imperio será vencido. ¿Cuál de ellos será? Creso se imagina de inmediato que se trata del imperio persa y lo ataca. Le va mal ya que poco después de los primeros combates en Timbrea, los persas toman sorpresivamente Sardes y Creso es hecho prisionero. Condenado a la hoguera, asistiendo al saqueo de su capital, puede meditar acerca de la advertencia del sabio Solón con respecto a la fragilidad de las fortunas humanas. Sin embargo, Ciro, intrigado al ver a su víctima murmurar el nombre de Solón mientras las llamas suben hacia él, ordena apagar el fuego para que le cuente la historia. Impresionado por este relato, Ciro salva a Creso por piedad, luego por amistad. Por supuesto que no le devuelve su trono, pero lo convierte en su consejero. El hombre más rico del mundo tuvo que pagar muy caro por la usurpación cometida por su antepasado...
Fortunas célebres y escandalosas Durante la república romana.
En el siglo I antes de Cristo, Verres, propretor, es decir gobernador de Sicilia, practica el pillaje sistemático de los recursos de la provincia de la cual está encargado. Ayudado por legionarios, exige a los particulares enormes sumas de dinero, bajo pretexto de recaudar los impuestos del estado. Sus poderes judiciales le permiten hacer ejecutar a los recalcitrantes. Verres es también responsable de la expoliación de los edilicios religiosos y de los templos de la isla, los que despoja de sus estatuas y de sus obras de arte. Finalmente es condenado a devolver a los sicilianos el producto de una parte de sus robos.
En Francia, en el siglo XVII. El cardenal Mazarino acumula una fortuna fabulosa durante los 18 años que se mantiene a la cabeza del estado (1643- 1661). A su muerte, esta fortuna se eleva a 35 millones de libras, más de la mitad del presupuesto fiscal anual y mucho mayor que la de Richelieu, que sólo había dejado 22 millones de libras. Bajo pretexto de servir al rey, todo es bueno para hacer negocios: suministros para el ejército, inversiones en las colonias, préstamos muy lucrativos al estado (del cual es por otro lado el único dueño), tierras y cargos entregados por él mismo y revendidos posteriormente...
Entre las fortunas contemporáneas. La más célebre es, sin duda, la de John Rockefeller, quien murió en 1937 a la edad de casi cien años. Aprovecha el boom del último tercio del siglo XIX en la extracción y comercialización del petróleo. Su Standard Oil of New Jersey (y su brazo financiero, el Chase Manhattan Bank) se convierte en un imperio tan poderoso que la legislación americana antitrust lo fuerza a una división parcial en 1911; desde ese momento Rockefeller consagra parte de su fortuna a la filantropía y a la investigación médica, distribuyendo así antes de su muerte, más de 350 millones de dólares por intermedio de sus distintas fundaciones.
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