En 1862, cuando tenía sólo 15 años y empezaba a brillar en lo salones de la sociedad de su tiempo, fue obligada por su padre, que quería asegurarle el futuro, a casarse con un amigo de él, Martín Gregorio de Álzaga, quien tenía entonces 60 años y era inmensamente rico. A su casamiento, que fue un acontecimiento social importante en su época, asistió lo mejor de Buenos Aires, entre ellos alguien que estaba enamorado de ella en secreto, Enrique Ocampo, hijo de una tradicional familia porteña.
La pareja, que no era muy feliz, tuvo un hijo al que llamó Félix Francisco Solano quién murió en 1869, cuando tenía sólo 6 años. Felicitas estaba por entonces nuevamente embarazada pero su segundo hijo murió a los pocos días de nacer. Martín, que ya tenía problemas de salud, quedó muy afectado por la muerte de sus hijos, y falleció unos meses después, en 1870.
Felicitas, que tenía en ese momento 24 años, heredera de 71.000 hectáreas, con una fortuna de más de setenta millones de pesos, inmensa en aquella época, se convirtió así en la mujer más rica de la República. Y también, joven, rica y hermosa, en la mujer más requerida de Buenos Aires. Entre sus numerosos pretendientes se encontraba Enrique Ocampo, que encontraba ahora una nueva oportunidad para unirse a su amada. Ella, amable y gentil, con la excusa de guardar luto, trataba bien a todos, sin dar esperanzas a ninguno.
Felicitas no era, a pesar de lo que pueda parecer, sólo una joven consentida. A los 24 años había pasado por momentos amargos. Un matrimonio a disgusto, la pérdida de dos hijos y enterarse de que su marido había tenido una pareja en Brasil que le había dado cuatro hijos. Pero era una mujer de gran carácter y a la muerte de su esposo tomó parte activa en la administración de sus propiedades, recorriendo las diferentes estancias, haciendo mejoras e introduciendo innovaciones.
En uno de sus viajes a su estancia “La postrera”, en una tormenta, perdieron el rumbo. Felicitas lo advirtió e hizo detener el carruaje cerca de unos árboles. Entonces se acercó un jinete, quien, cuando ella le preguntó donde estaban, contestó “en mi estancia, que es la suya”. Los viajeros se refugiaron en la estancia de Samuel Sáenz Valiente, vecina de las de ella en lo que ahora es General Madariaga. Así conoció al hombre del que se enamoró, un hombre de campo, si bien educado y refinado, muy distinto a sus pretendientes porteños. Poco tiempo después, Felicitas aceptó la propuesta de casamiento de Samuel.
El 29 de Enero de 1872 Felicitas fue de compras al centro de Buenos Aires para conseguir algunas cosas que usaría para el festejo de la inauguración del primer puente sobre el río Salado, ceremonia a la que concurriría el que en ese momento, durante la presidencia de Sarmiento, era el gobernador de la provincia, Emilio Castro. En su ausencia llegó a su palacio en la actual calle Montes de Oca, en Barracas, Enrique Ocampo, preguntando por ella. Mientras le explicaban que no estaba y que podía volver más tarde, llegaron dos carruajes. En uno iba Samuel Saénz Valiente, y en el otro, Felicitas. Ocampo pidió verla a solas. Felicitas, sospechando que venía a quejarse por su compromiso con Samuel, no hubiera aceptado, pero tenía temor de la escena que se podía producir si Ocampo se encontraba con Sáenz Valiente y consintió. Efectivamente, Ocampo le reprochó su futuro casamiento con Samuel y ella lo rechazó fríamente. La gente reunida en la casa escuchó una fuerte discusión, seguida de balazos.
De lo que sucedió a continuación, hay dos versiones. La oficial, la que consta en los expedientes, dice que el primero que llegó a la habitación, Cristián Demaría, primo y también pretendiente de ella, encontró los dos cuerpos en el suelo. Ocampo había disparado contra la mujer y luego contra sí mismo. Al abrazar a Felicitas, Cristián se dio cuenta de que aún vivía.
La otra versión dice que Cristián y su padre Bernabé Demaría encontraron a Felicitas tratando de huir tambaleándose y a Ocampo con el revólver y un estoque en la mano. Ocampo apuntó su arma a Bernabé y disparó, errándole, y su hijo se abalanzó sobre él. En el forcejeo, Ocampo perdió el arma y Cristián le disparó a quemarropa en el pecho, y luego le metió el revólver en la boca y le disparó en el paladar, rematándolo. (Aparentemente habría habido un primer informe médico, que mencionaba que el cadáver de Ocampo tenía esas dos heridas que, en forma conveniente para ambas familias, se extravió).
Felicitas, malherida, estaba aún viva. Los médicos fueron llamados inmediatamente, pero nada pudieron hacer. La bala había entrado por el omóplato derecho y había interesado un pulmón y la columna vertebral. Falleció al día siguiente, entre grandes dolores.
Sus padres, en su memoria, hicieron construir la Iglesia de Santa Felicitas que aún se puede visitar en Barracas.
Aquí termina la historia y comienza la leyenda. Se dice que si Ud. deja un pañuelo en la reja de Santa Felicitas al atardecer, a la mañana aparecerá húmedo de lagrimas y que los días 30 de Enero se puede entrever una llorosa figura de mujer vestida de blanco vagando por la iglesia.
Felicitas Guerrero, la mujer de los superlativos, se ha convertido finalmente, si no en el fantasma más famoso de la República, seguramente en uno de los más famosos de Buenos Aires.
Buena historia, y notable que cumple con todos los requisitos necesarios para ser una "llorona". Pobre, ojalá sea solo leyenda y no cierto.
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