Se ignora durante cuánto tiempo agonizó (quizás, para su fortuna, murió instantáneamente) y no se sabrá nunca con exactitud cómo fueron sus últimas horas, porque el cadáver de Joyce Vincent solo fue encontrado en enero de este año, cuando la empresa de arrendamientos forzó la puerta de la vivienda de esta mujer que completaba ya más de dos años de atrasos en el pago del alquiler. Allí estaban sus restos en el suelo, polvo y huesos, mientras el televisor seguía encendido, los platos sucios y la calefacción a todo dar.
jueves, 9 de enero de 2020
La Triste Parábola de Joyce Vincent
Un día de noviembre
(o quizás de diciembre) del 2003, Joyce Vincent, señora inglesa de
40 años, regresó de hacer compras al pequeño apartamento de
Londres que le había concedido un programa oficial en su calidad de
víctima de la violencia doméstica. Encendió el televisor (o quizás
nunca lo apagaba), enchufó la calefacción (o quizás ya estaba
conectada) y, cuando se disponía a quitarse el abrigo (o quizás a
lavar los platos con restos de comida), cayó al suelo víctima de un
infarto (o quizás de algún aneurisma cerebral).
Se ignora durante cuánto tiempo agonizó (quizás, para su fortuna, murió instantáneamente) y no se sabrá nunca con exactitud cómo fueron sus últimas horas, porque el cadáver de Joyce Vincent solo fue encontrado en enero de este año, cuando la empresa de arrendamientos forzó la puerta de la vivienda de esta mujer que completaba ya más de dos años de atrasos en el pago del alquiler. Allí estaban sus restos en el suelo, polvo y huesos, mientras el televisor seguía encendido, los platos sucios y la calefacción a todo dar.
Joyce Vincent murió
sola en un edificio de 200 viviendas, instalado en el corazón de una
ciudad de 7 y medio millones de habitantes. Nadie se interesó por
ella, por su silencio, por su súbita ausencia. Había comprado
regalos de aguinaldos. ¿Para quién, que nunca la buscó? Tenía
hermanas. ¿Dónde estuvieron durante estos dos años? Tuvo un marido
que la trataba mal. ¿Ni siquiera él quiso conocer su paradero? La
rodeaban varios vecinos. ¿Jamás se preguntaron por qué había
desaparecido? La agencia gubernamental que pagaba parte del
apartamento, las empresas de luz, teléfono, agua, gas, ¿no se
extrañaron de que durante dos años dejara de pagarles esta
inquilina?
Terrible parábola
la de Joyce Vincent, que muestra el egoísmo de la sociedad
contemporánea. El concepto original de la ciudad la polis partía de
la idea de la ayuda mutua entre los habitantes. Pero las cosmópolis
modernas no son más que una suma de individuos, un cementerio de
vivos, donde se disuelven los valores de familia, de amistad, de
vecindad. El imperio de la competencia económica, el lucro y el
triunfo a toda costa aplastan toda solidaridad. La soledad escribía
hace 120 años el célebre abate parisino Joseph Roux vivifica, pero
el aislamiento mata.
La muerte de Joyce
Vincent fue, en el fondo, producto de ese aislamiento, que convierte
al prójimo en extraño y fija una nueva ley de la selva: que cada
quien se salve como pueda. El proceso jurídico por el fallecimiento
de Joyce Vincent, donde acaba de surgir la noticia de su triste post
mórtem, diagnosticó causas naturales en el deceso y declaró que no
hay incriminados. La verdadera sentencia dice que todos fuimos
culpables y que cada día, a su manera, Joyce Vincent muere miles de
veces.
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