viernes, 3 de enero de 2020
El Columpio del Diablo
María y Viviana
regresaban a sus casas, tras asistir a una fiesta que se terminó a
altas horas de la noche. Desafortunadamente el coche se les había
descompuesto a mitad del camino, por lo que les tocaba caminar si no
querían meterse en más problemas. Ya era bastante malo que hubieran
asistido sin el permiso de sus padres.
—¡A ver si no nos
pasa nada por andar aquí solas!
—Eso es lo que me
preocupa, ¿qué no sabes las cosas que se dicen de este lugar?
Viviana se
estremeció al escuchar a su amiga. Por supuesto que sabía lo que
decían los pobladores de Tecozautla, el municipio en el que vivían.
La zona por la que atravesaban se encontraba muy cerca de la
carretera y era temido por todos, debido a los fenómenos extraños
que ocurrían allí. Siempre se escuchaba todo tipo de ruidos
insólitos y escalofriantes.
—No te preocupes,
eso no son más que rumores. Enseguida llegamos —repuso, tratando
de convencerse a sí misma de que tenía razón.
No tardaron en
llegar ante un par de colinas, entre las cuales, un desvencijado
columpio colgaba de un árbol. Y había alguien meciéndose en él.
Las muchachas se
quedaron pálidas al verlo.
Se trataba de un
hombre sumamente delgado, con la piel inusualmente pálida y una
expresión indiferente en el rostro. Tenía los ojos muy abiertos y
se mecía de manera mecánica. María aferró el brazo de Viviana,
asustada.
De pronto, una
sonrisa se dibujó en el rostro del desconocido, mostrando todos sus
dientes. Una sonrisa que les heló la sangre.
El columpió aumentó
su velocidad de una manera frenética, a pesar de ahora, el extraño
apenas se movía. Una risa histérica y horrorosa brotó de él, pero
su cara se había congelado con aquella maldita sonrisa. Fue entonces
cuando una sombra siniestra surgió a sus espaldas, envolviéndolo
con sus brazos y haciendo que se convirtiera en una bola de fuego.
Luego, ambos se
consumieron por completo hasta quedar reducidos a cenizas. No quedaba
más que el eco de aquella risa horripilante.
Las chicas gritaron
aterrorizadas y atravesaron las colinas corriendo, sin atreverse a
mirar atrás. Las hallaron a la mañana siguiente, deambulando por el
camino y balbuceando incoherencias. De inmediato fueron llevadas con
sus familias, quienes se impresionaron al verlas en semejante estado
de shock.
Una de sus madres
sugirió que las llevaran ante el cura del pueblo, quien después de
mirarlas un rato, consiguió sacarles lo que habían visto la noche
anterior.
Eso lo alarmó
demasiado.
—No debieron
caminar por ese lugar, se sabe que está maldito desde hace años. El
mal ronda allí —dijo el cura de forma sombría—, dicen que el
mismo diablo mandó poner ese columpio para tentar a las malas
personas. El hombre que vieron anoche, seguramente tenía tratos con
él. Y ahora su alma debe estar sufriendo con todos los condenados de
los infiernos.
Asustadas, Viviana y
María hicieron caso al padre cuando las mandó a decir unas cuantas
oraciones. Y también prometieron que nunca más volverían al mismo
sitio. Con el tiempo, les contaban la experiencia a sus hijos y
nietos, para prevenirlos en caso de que fueran tan rebeldes como
ellas.
Desde entonces, el
columpio aquel es conocido como «el columpio del diablo» y dicen
que el maligno sigue rondando por ahí.
Esta leyenda
proviene de Tecozautla, un poblado dentro del estado mexicano de
Hidalgo, y muy cercano al estado de Quéretaro en el que dicen que se
puede ver el mencionado columpio. Aunque como es de esperarse, no
muchos se atreven a acercarse a él.
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