lunes, 3 de diciembre de 2012
Vida y Muerte En Las Trincheras
El soldado de la derecha utiliza un periscopio para observar
los lejanos movimientos del enemigo, a la vez que el de la izquierda dispara su
fusil, que se encuentra sobre una montura que le permite no levantar la cabeza
por encima de la línea de fuego.
Los otros dos sentados, matando el tiempo, posiblemente
pensando en casa e imaginándose estar en otros lugares….pero están
preparados…..tres fusiles con las bayonetas caladas se apoyan contra la pared
de la trinchera.....
El aburrimiento y la melancolía no eran, ni mucho menos, lo
peor de la vida en las trincheras. La guerra de trincheras fue una constante
prueba de resistencia humana las veinticuatro horas del día. La mayoría de las
personas de hoy en día no habríamos sobrevivido un solo día en las trincheras,
por no hablar de años, como estos jóvenes, que al final debían aceptarlo como
algo cotidiano.
La Gran Guerra se caracterizó por la falta de movimiento en
los frentes. Claro ejemplo de este estancamiento fueron las guerras de
trincheras desde otoño de 1914 hasta la primavera de 1918.Durante el día eran
sometidos a los disparos de los francotiradores y de la artillería, estos
últimos destinados a eliminar la guarnición de la primera línea de trinchera y
a destruir el alambre de espino. En consecuencia, las trincheras eran más
activas durante la noche, cuando la oscuridad permitía el movimiento de tropas
y suministros, el mantenimiento de los alambres de púas y reconocimiento de las
defensas del enemigo.
Centinelas en los puestos de escucha en la “tierra de nadie”
(la zona que estaba entre las trincheras de ambos bandos) tratarían de detectar
las patrullas enemigas, y se llevaban a cabo incursiones con la finalidad de
capturar prisioneros y documentos que proporcionarían información sobre las
trincheras enemigas.
La vida en las trincheras era agotadora en muchos aspectos, no
sólo en lo físico, sino también en lo moral. Era aburrida y se tenía miedo a la
muerte. Cada día morían compañeros; los soldados estaban cara a cara con la
muerte.
Se ha estimado que hasta un tercio de bajas aliadas en el
frente se produjeron en las trincheras.
Y es que, aparte de las producidas en combate, las
enfermedades también fueron una pesada carga.
Vivir mal alimentados, casi siempre mojados y embarrados,
enterrados en lugares reducidos y en una tierra tan fría y húmeda como el Norte
de Francia y el Sur de Bélgica causó muchos millares de bajas debido a la
gripe, pulmonía, tuberculosis, disentería y a todo tipo de enfermedades
contagiosas propagadas por piojos, pulgas, ladillas y ratas.
Había millones de ratas, algunas incluso del tamaño de un
gato. Tenían que quitárselas de la cara y de las manos mientras dormían. Los
soldados trataban de eliminarlas a disparos y con sus bayonetas, incluso hubo
quienes, con la ayuda de perros, se especializaron en desratizar las
trincheras.
Sin embargo era inútil. Las ratas, bien alimentadas de tanto
cadáver, proliferaron a su gusto (una sola pareja de ratas puede producir hasta
900 descendientes en un año). Ellas produjeron también la infección y
contaminación de los alimentos.
A veces, una simple lluvia podía dar lugar a todo un mar de
lodo. Las trincheras se llenaban de barro. Si los soldados pasaban demasiado
tiempo en una zanja llena de agua y la situación se complicaba con el frío, con
inviernos extremadamente duros (a veces llegaban a -20ºC) el resultado eran los
llamados “pies de trinchera”, el primer paso para la posterior gangrena.
Hacia finales de 1915, y para tratar de combatir el pie de
trinchera, los soldados británicos en estaban equipados con tres pares de
calcetines y tenían órdenes de cambiárselos al menos dos veces al día.
Cada día, cientos de proyectiles de artillería caían en las
trincheras.
Un soldado podía pasar largos periodos destinado en primera
línea de fuego.
Otros muchos, sin embargo, morían en su primer día en las
trincheras como consecuencia de los disparos de un francotirador.
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