domingo, 11 de enero de 2015
La Leyenda Del Hornero
Cuentan que en las tribus que habitaban
a orillas del río Paraguay, cuando los muchachos llegaban a cierta
edad debían pasar tres pruebas. La primera consistía en correr muy
rápido, mucho más que el viento veloz.
Para superar la segunda tenían que
nadar de un lado al otro del río. Por último debían cumplir con un
extraño ritual: quedarse acostados sin moverse, muy quietos, tan
quietos que no podían ni siquiera pestañear, durante un largo
tiempo. Todos los jóvenes de esa tribu se entrenaban con gran
dedicación para poder pasar esa prueba. Aprobarla, significaba pasar
a ser adultos.
Una vez existió un joven llamado Jahé
que sorprendió a todos con su destreza. Cuando le tocó realizar la
primera prueba, muy pronto dejó atrás a los demás competidores.
Cuando cruzó el río, mientras los otros luchaban para que la
corriente no los llevara, él juntaba piedritas de colores que
encontraba en el fondo. Cuando debió permanecer acostado, el se
mantuvo tan quieto, que por más que saltaban, y hacían bromas a su
alrededor, él permanecía inmóvil como una piedra.
Así Jahé, pasó ha ser un adulto. Lo
que nadie sabía era que mientras el joven corría, en las alas del
viento escuchó la voz de una mujer como el canto de un ave. Esa
misma voz fue la que lo alentó mientras cruzaba el río Paraguay y
la que le permitió concentrarse cuando debió permanecer quieto.
Como era costumbre en esa época, el
jefe de la tribu premió a Jahé concediéndole la mano de su hija.
Jahé no podía aceptar ese ofrecimiento, pues la melodía que
escuchó durante la prueba lo acompañaba día y noche. Jahé se
había enamorado. El jefe de la tribu comenzaba ha impacientarse por
la falta de decisión del joven. mitos
Una mañana el muchacho elevó sus
brazos al cielo pidiendo a su amada que lo ayudara a decidir.
Entonces volvió a escuchar su voz. Las manos de Jahé comenzaron a
moverse al compás de una suave música, hasta que tomaron el
movimiento de las alas de un pájaro. Los que observaban la escena
vieron con asombro cómo el cuerpo del joven comenzaba a
transformarse en un pájaro y se perdía volando en el aire. El ave
era de color pardo y desapareció en los bosque que bordean el
Paraguay. Buscó entre los árboles a su amada pero no la encontró.
Construyó una casita de barro para resguardarse de los rayos, los
vientos y las lluvias. Por fin una mañana la dulce cantora se posó
en su nido y desde entonces es su compañera.
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