La mujer celta rompía esquemas. En la sociedad celta se encontraban numerosas figuras femeninas desempeñando cargos públicos de máxima autoridad, gobernantes como Boudicca (Boadicea), reina de los icenos, aceptada como líder de guerra por las tribus del sur de Britannia en el año 61 D.C. Y Tácito decía en sus Anales que no era la primera vez que los britanos eran conducidos a la batalla por una fémina.
Las sagas apoyan la idea de las mujeres como guerreras, reinas que aparecen en muchas historias y leyendas: Medb de Connacht, Scathach, Aoife, La guerrera campeona Credne entre los viejos y rudos soldados celtas, los Fianna, Coinched, Estiu. Otra fue Cartimandua, que casada con Venutios, que intentó arrebatarle el reino, se divorció de él y se casó con su auriga Vellocatos. La jefa Gala Onomaris, que condujo a las tribus celtas hacia Iberia. Chiomara, esposa de Ortagión, jefe de los olistoboios, que aglutinó a los celtas gálatas contra Roma. Y así muchas mas guerreras. También las mujeres celtas eran enviadas a menudo como embajadoras, tomando incluso parte activa en un tratado con el general cartaginés Aníbal. Todo ello para no hablar de las reinas del Otro Mundo, que sin duda eran signos de una actitud mental que el patriarcado romano no pudo desarraigar del espíritu celta.
Las Divinidades femeninas son muy numerosas en las creencias celtas. Tácito, en sus Anales, define de forma para el desconcertante, como los celtas no tenían ninguna objeción a ser dirigidos por una mujer, y no había regla de distinción para excluir a la línea femenina de la dirección de los ejércitos.
Tanto griegos como romanos estaban muy estupefactos por la libertad e individualidad de las mujeres celtas. Podían ejercer muchas profesiones, desde guerreras hasta druidas, pasando por todos los estadios de autoridad suprema. Podían heredar propiedades y seguían siendo propietarias de cualquier bien que aportaran al matrimonio. Si éste se disolvía, no sólo se llevaba sus propiedades, sino también todo aquello que su marido le hubiese regalado o dado. El divorcio por supuesto estaba permitido, y ese derecho lo podían solicitar tanto hombres como mujeres.
Una mujer era responsable de sus propias deudas, pero no de las de su marido y si este caía en desgracia ante la sociedad, su mujer no se veía afectada en su condición de miembro de la comunidad.
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