La creencia en la existencia de fantasmas se encuentra presente en todas las sociedades de la Tierra y en todas las épocas y está unida intrínsecamente al fenómeno universal de la religión y a la convicción de que dentro de nosotros existe un fragmento de sustancia divina indestructible que no desaparece tras la muerte. Las leyendas, los cuentos, los rumores y el folclore dan testimonio de ello desde los primeros escritos sumerios y egipcios y reflejan el interés que los seres humanos han tenido siempre por lo que sucede más allá de la tumba, por esos millones de “espíritus” que no han sido aniquilados aunque se hayan hecho invisibles para los mortales, que todavía ven, oyen y perciben solo por medio de sus imperfectos órganos de los sentidos.
Naturalmente, los detalles varían dependiendo del tiempo y de la sociedad, pero, en general, estas tradicionales historias sobrenaturales suelen regirse por estrictas convenciones narrativas. Es inquietante y sorprendente la similitud existente entre las historias chinas de fantasmas y las occidentales o entre los fantasmas de la Grecia antigua y los de la novela gótica del siglo XIX, por ejemplo. El fantasma advierte sobre peligros inminentes que acechan a sus seres queridos, demanda de ellos plegarias o un recuerdo más vívido, exige venganza o simplemente vaga por el universo material de sus antiguas posesiones vistiendo sus indumentarias de costumbre y llenando de temor el corazón de quienes se cruzan en su camino. Sin embargo, existen unas curiosas historias de fantasmas que parecen ser casi exclusivas de Gran Bretaña.
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