Y no hace falta remontarse a los tiempos míticos del Holandes Errante para encontrar ejemplos de este tipo de historias. Las siguientes tuvieron lugar supuestamente a finales del siglo XIX y principios del XX:
-Una visita de cortesía
Cuentan que corría el año 1910, o puede que el 1914, cuando uno de los suboficiales de la corbeta estadounidense Monongahela, un dicharachero irlandés pelirrojo y tuerto a quien sus compañeros conocían como “el viejo Pay”, reunió a sus amigos y les dijo:
―Me temo, muchachos, que se acerca mi hora. Pero no os sintáis tristes ni me echéis de menos cuando haya partido, pues tan bien se me ha tratado en este barco que creo que volveré a él al menos una vez. Oh, sí. Buscadme entonces en mi viejo camarote, el número dos.
Como el viejo Pay siempre había sido muy aficionado a narrar historias truculentas de naufragios, aparecidos y monstruos marinos, sus compañeros no se tomaron demasiado en serio sus palabras. Además, aunque era ya mayor, parecía estar todavía en buena forma. Por eso sobrecogió a todos sobremanera encontrarlo a la mañana siguiente inerte y pálido sobre su camastro.
Durante los siguientes viajes, el camarote del viejo Pay permaneció vacío, hasta que al fin fue ocupado por un nuevo suboficial. Una noche sus gritos alarmaron al resto de la tripulación, que al acudir a ver qué ocurría se lo encontraron sentado en el pasillo que conducía a su cuarto, balbuceando algo acerca de un cadáver tuerto y pelirrojo que yacía encima de su cama.
Al entrar en el camarote, los marineros no vieron a nadie sobre el camastro, pero pudieron comprobar que este se encontraba empapado y lleno de algas. Nadie dudo de que el viejo Pay acababa de cumplir su promesa.
-Accidente fatal
Si, según se dice a veces, el espíritu de quien fallece de forma violenta queda ligado al lugar de su muerte, atrapado en una eterna repetición del momento fatal, en el mar no podía suceder menos.
Eso dicen que sucedió, por ejemplo, a los tripulantes del Mohawk, velero que se hundió en State Island por un lamentable error humano: tras fondear, nadie se acordó de dar la orden de arriar el foque ni el palo mayor. El mar estaba en calma, pero, al poco de bajar los marinos a descansar, se originó un fuerte vendaval que escoró el barco hasta mandarlo a pique, ahogándose toda la tripulación.
El navío fue reflotado por una empresa y vendido al gobierno. Sus nuevos tripulantes aseguraron que todas las tardes veían aparecer un marinero fantasmal que corría hacia el foque con la desesperación marcada en rostro.
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